
El relato hegemónico sobre lo que son y deben ser Canarias y lo canario descansa sobre una serie de conceptos a modo de pilares que lo sostienen. Uno de ellos es la singularidad, a la que ya me referí en el número de octubre 2023. Otro es el de periferia.
Al igual que ocurre con la singularidad, la periferia está en boca de todos cuando se trata de Canarias. Nuestra perifericidad está perfectamente enclavada en el relato de lo que somos, y tenemos absolutamente integrado en nuestro fuero interno que el lugar que nos corresponde como canarios se encuentra en los márgenes de la historia y de la creación cultural. Seguro que lo habrán oído decir alguna vez: en Canarias no ocurrió nunca nada históricamente relevante, ni tampoco ha hecho el Archipiélago contribución meritoria ninguna a la creación cultural. Es lo que tiene estar en la periferia.
Vivir instalado en la periferia –es decir, asumir mansamente el relato hegemónico– conlleva la ventaja innegable de nadar a favor de la corriente, hágase de manera consciente o no. Sin embargo, supone también perpetuar contradicciones paralizantes que nos condenan a darle vueltas una y otra vez a los mismos tópicos coloniales que aún hoy siguen atenazando la cultura de las Islas. Y así no hay manera de desprenderse por fin de lastres absurdos para pasar de una vez a una producción cultural canaria, entonces sí, verdaderamente rompedora de ataduras y libre de etiquetas encorsetadoras. Viene a cuento lo del corsé y las etiquetas por un coloquio literario también titulado Contra la periferia que tuvo lugar en el marco del Foro Bucio 2021. En él tres poetas de Canarias coincidían en alertar del poder encorsetador de las etiquetas y recelaban de las “definiciones estancas” de lo canario. Al mismo tiempo, afirmaban que ante la dicotomía centro-periferia habían terminado por “asumir la periferia”, “aceptarla”. La contradicción está servida: recelo con respecto a etiquetas como la de “canario/a” para no quedar encasillados, pero asunción plena de la camisa de fuerza de la periferia, como si esta no fuera una etiqueta reduccionista y hegemónica.
Uno de los problemas de la idea de periferia es que no puede existir sin un centro. La dicotomía centro-periferia establece una relación necesariamente jerárquica en la que el centro asume el estatus de superioridad y la periferia, una subalternidad inherente. El centro es productor de cultura, es quien estipula qué entra en el canon y qué es desterrado a los márgenes del mismo, mientras que la periferia es incapaz de producir cultura, le toca el papel de consumidora acrítica y sumisa del canon cultural del centro. Así, tratar de combatir la sempiterna indefinición cultural canaria definiéndose mediante la asunción de la periferia, con su carga intrínseca de inferioridad y dependencia, equivale a reforzar el relato hegemónico colonial que nos condena a la inanidad, es meternos por voluntad propia en la cárcel de la subalternidad y fechar nosotros mismos la puerta.
Toda comunidad humana es creadora de cultura. Si esas culturas se clasifican en centrales y periféricas se debe a un desigual reparto de poder, no a la mayor o menor valía de tal o cual producción cultural. Por eso considero absurdo “asumir la periferia” en tanto en cuanto esa idea de periferia no tiene correlato en la realidad, más allá de las estructuras del poder establecido. Esa división en centro y periferia forma parte de un relato hegemónico construido en función de los intereses de quienes detentan el poder. Ese relato tergiversa convenientemente los logros culturales del Archipiélago –su agencia en el gran salto del idioma español, el surgimiento de las literaturas americanas o su lugar destacado en el modernismo, por nombrar algunos– y oculta los numerosos antagonismos de su historia y sus esfuerzos por dotarse de una tradición cultural propia a lo largo de los siglos. Es así cómo la narrativa centralista propala la especie de que en Canarias nunca ha ocurrido nada reseñable ni se ha hecho contribución ninguna de renombre a la cultura.
Asumir como propia la falsedad de la periferia es ahondar en nuestra dependencia y subalternidad. Es desconocer de dónde venimos y por dónde hemos transitado hasta hoy. Superar de una vez planteamientos interesados como el de los centros y las periferias pasa en nuestro caso por recuperar nuestra historia, jalonada de conflictos, y conocer nuestra tradición cultural. Sólo profundizando en nuestra raíces encontraremos el asiento necesario para que nuestras ramas, entonces sí, crezcan altas y en todas direcciones. Sin podas selectivas.