En este documento Comuna Argentina aporta una mirada sobre el poder fascista que se ha desplegado en el campo antagonista. Hurtándose a la versión politológica del fascismo, que tiende a considerarlo en clave jurídica, esta reflexión examina una fuerza latente en la historia de los pueblos, que oportunamente estimulada, puede volver. De manera partisana, el escrito toma posición y llama a votar Unión por la Patria. Pues no deben prevalecer.
Nota de Redacción: agradecemos a La Tecla Eñe sus facilidades para poder incluir este texto en nuestra revista.
Fascismo celular
Vivimos tiempos de peligro que fueron anunciándose sin que sus sonidos e imágenes se presentaran en toda su magnitud. Para un estado de cosas que aún se creía bajo la protección del pacto democrático, la mera denuncia parecía suficiente. Pero los discursos que clamaban exclusión y exterminio habían logrado instalar en la lengua su léxico y sus reglas. Sus portadores han escalado; el programa, planificado, puso a prueba la porosidad, la fragilidad del orden institucional democrático. Ese peligro debe ser nombrado, sin encubrimientos. Es el peligro del fascismo.
El capital se prepara para gobernar la crisis general que ha creado y difundido sistemáticamente; en eso consiste su mayor artimaña, genera escenarios de derrumbe y programa salidas que no son otra cosa que su reproducción ampliada, sus juegos de acumulación y renta montados sobre el despojo; la técnica de gobierno del capital desnudo proclama la disolución del Estado nacional, liquidarlo es ir contra uno de los obstáculos que la época aún le ofrece; es el fascismo de la oscura dinámica del fondo de inversión, de las ininteligibles operaciones y flujos de dominio tecnológico y el chantaje de las corporaciones. El capital desnudo viene a desmantelar la Nación, entendida aquí como historia común de vínculos, memorias y lazos existenciales, como lengua potenciada en sus variantes, en la heterogeneidad del hábito, en las circunstancias de su mestizaje y de su condición de frontera. Pocas veces hemos visto imponerse con la fuerza con la que hoy se impone el lenguaje del capital; se ha hablado hasta el hartazgo de “dolarización” y sólo se respondió con argumentos de naturaleza financiera, intermitentemente favorables o adversos, que se discutió y se discute sólo a partir de observaciones técnicas vacías; nada o muy poco se escucha decir acerca de las implicancias que la mutilación de la moneda nacional supondría para la cultura popular, para el registro simbólico e imaginario del país; la retórica de la “reestructuración”, la retórica del “cambio”, que no es sino el efecto deseado de la producción del capital desnudo, no se detiene ni aun ante formas antropológicas elementales y santificadas cuando las juzga incompatibles con el impasse de la época.
El sistema binario es la metáfora de una estructura elemental de pensamiento. Sobre esa racionalidad dual se constituyen también las redes sociales. La densidad expresiva de las redes no se organiza alrededor de la “idea”, accionar un ícono o el like es suficiente para producir un sentido. Las redes multiplicaron las componentes emotivas por sobre las racionales, escinden la racionalidad de la emotividad. Esas componentes tienden a colonizar las formas del pensamiento; aunque sugieran una paridad entre emoción y racionalidad, la lógica de las redes acentúa una dimensión por sobre la otra, énfasis cuya emergencia se manifiesta cada vez que aparece “yo siento que”, vaciamiento argumentativo que liquida la continuidad de cualquier diálogo posible. Ya desde hace años las redes sociales, el modo en que circula información a través de ellas (información que prescinde del carácter de verdad que pueda poseer), tienen la capacidad de influir sobre la opinión pública de pueblos enteros y obligan a que los escenarios y las batallas políticas se configuren en su interior. Es lo que sucedió en Brasil con la campaña de Bolsonaro en 2018. Las redes son instrumento de la degradación de las lenguas nacionales, aplastan el pensamiento y globalizan las formas sociales de la emoción y de intelección del mundo. Son medios de colonización del sentido común, constituido emotivamente y bajo la premisa de una puesta en crisis de los legados y los lenguajes políticos nacionales.
El entorno tecnológico en el que se han dispuesto nuestras vidas no sólo implica la mediación incesante del cálculo, de la máquina de máquinas, en cuanto método de inmersión en las prácticas instrumentales de la información, en la proliferación infinita del dato: el entorno tecnológico en el que estamos es ya en sí un método de gobierno del capital. Una ontología de la ausencia cuyo énfasis se define bajo la forma fetichista de la conexión, de la ilusión de desconexión, una ausencia que tiende a la ruina de lo que la palabra “comunicación” contiene como huella de lo común, un método de gobierno destinado al empobrecimiento multiplicado, el olvido y la abolición de experiencia. Un mero dispositivo, un código que contiene todas las mediciones posibles del tiempo y el espacio, del reloj al mapa, todas las cifras posibles del registro, de la acción de escuchar, de ver, de leer, de situarse, una prótesis de la voz, de la letra, la condensación de viejas técnicas nacidas de la industria moderna, fotografiar, grabar, copiar, administrar agendas y correspondencia. La relación abstracta que propone incluye fórmulas de “amistad” y de “contacto”, una identidad disponible que reina en la “opinión”, que deja constancia y autorregula la medición de sus recorridos, sus viajes, lo que ha comido y dónde, su cadena de intereses y preferencias, sus compras, su trabajo, sus enfermedades, y todo lo que pueda medir, saber y hacer saber de otros: siempre es el privilegio del yo, de una identidad molecular proyectada, emitida, que proporciona una falsa dimensión de lo público. Quienes gobiernan el dispositivo saben que han fabricado un medio técnico para comprometer la totalidad abarcable de las vidas.
Motosierra a las percepciones
La alucinación es una falsa percepción. Se oye una voz que no es una voz; se ve un objeto sin cuerpo, una imagen vacía que perturba los sentidos. Alucinar es entrar en un falso dominio de la percepción, comporta una especie de pérdida de conciencia y en su sentido clásico implica una fuga de la realidad. Las alucinaciones pueden producirse en todas las modalidades sensoriales. De hecho, hay alucinaciones visuales, auditivas, gustativas, olfativas, táctiles. Y existen también modos colectivos de la alucinación. El fascismo es, entre muchas otras consideraciones, una figura de alucinación colectiva. Una irradiación que se alza desde el borde de la política. Desde allí se extiende sobre el conjunto de la vida social y la descalabra. La consolidación de ese poder alucinatorio requiere la construcción de un enemigo. Un lugar de víctima sacrificial; y el sacrificio exige ritualidad. Esa víctima en la Argentina es la vida democrática en común -que emergió tras la experiencia traumática de la última dictadura, que ahora recuperan Villarruel, Milei, Bullrich y Macri- como fórmula de choque con las tradiciones políticas emancipatorias, la justicia social, el cristianismo popular, los feminismos, el ambientalismo…
El fascismo es una ruptura de la democracia, un salto al abismo por fuera de ella. Por fuera de su constitución conflictiva, reconocible en la multiplicidad de sus formas. El fascismo administra heterogeneidad, la invoca, pero con vistas a imponer una fuerza homogénea, de totalización. La democracia, en su versión meramente consensualista, es débil para resistirlo. El fascismo alucina la vida y alucinándola afecta también la vida política, la pone en fuga de sí misma. Es una fuerza que coloniza la política, la descentra, la sitúa out of joint, fuera de quicio, como dice Hamlet de la temporalidad. El fascismo es una forma política alucinatoria, y para comprender el espesor real de esa fuerza se debe estar dispuestx a bucear en la alucinación. Y bucear ahí es también una forma del peligro; hablamos de él para conjurarlo. Nombrar el fascismo es una estrategia para mantener activa la memoria política de la emancipación.
Lengua confusional
El orden de la alucinación está inscripto en la lengua. La lengua fascista se trama en promesas de regeneración y purificación moral, en simplificaciones aberrantes, de empobrecimiento y degradación, apela a resortes violentos y metáforas de destrucción, afecta planos sensibles de la experiencia, y limita las formas complejas del pensamiento; en sus giros últimos tiene la forma del arrebato que viene a terminar con el “mal”, la “decadencia nacional”, la frustración, el desencanto de lxs humilladxs; es una lengua que se auto adjudica lo nuevo, un confuso canto de porvenir, de “progreso”, una libertad grotesca y mesiánica. Un canto que pretende cubrir todos los órdenes, todos los barrios y confines de la lengua. No da tregua. Expande una voluntad falaz de reescribir la totalidad de la historia bajo premisas de ficción. Tiene dos movimientos correlativos e inversos. Cuando pone en movimiento un dispositivo hipnótico en clave política, y como complemento de la alucinación, lo que hasta entonces eran metáforas de destrucción pasan a ser un asalto efectivo a la realidad, una forma de complicidad entre el sujeto fascista y el sujeto fascistizado. La hipnosis moviliza una energía latente, no agotada, un deseo generalizado de violencia, en condiciones de retornar bajo circunstancias específicas, una fuerza tanática orientada contra la reciprocidad, la igualdad, la libertad y el lazo social. Cuando Milei pronuncia la palabra “libertad”se apropia por un lado de viejos sentidos emancipatorios y por otro enuncia el único sentido funcional a su programa: la libertad del capital.
La (in)justicia
El poder judicial certificó la ficción; el ridículo y la falsedad se apoderaron del “Estado de derecho”, la fuerza ya debilitada de la democracia argentina no extrajo de esa farsa ninguna enseñanza sobre sí misma, ni sobre la dimensión en la que había entrado. La prensa, la propaganda del odio, reprodujo hasta la náusea la mentira; la acusación final del fiscal, esa bravata infame que ocupó días y días la pantalla de una vida social ya infectada, sin pruebas, sin la menor disposición argumentativa, acostumbrada a quebrantar con todo rigor el edificio racional del discurso jurídico, culminó el 22 de agosto, a cincuenta años de los fusilamientos de Trelew, con el simulacro de una condena que venía a cumplir otra orden de ejecución sumaria. Toda esa tambaleante canallada, que la historia juzgará un día u otro, porque la historia siempre juzga, indujo y aceleró el régimen de monstruosidad inaudita que se preparaba. Apenas una semana después la pantalla de la vida social infectada puso un arma sobre la cabeza de Cristina. La construcción del “responsable último”, del “artífice de todos los males”, que se había puesto en marcha en 2008, que había situado en su centro al kirchnerismo, llegaba a su punto más alto: la cabeza del movimiento popular. Estos hechos, de los que ahora se cumple poco más de un año, son parte de una compleja trama, intensificada en la ofensiva de la derecha mafiosa a partir de diciembre de 2015. El gobierno de Macri creó las condiciones: el desastre de una “libertad” desenfrenada del capital, de la especulación y fuga financiera, el sometimiento y subordinación al FMI, la duplicación de la inflación, el retroceso del salario, el crecimiento de la informalidad y el desempleo. Esta ofensiva de la que hablamos se ha expresado alrededor de la figura de Milei -que ha terminado recientemente de constituir una alianza con la vía macrista- en una alternativa que no dudamos en calificar. La urgencia ante la que estamos exige aún respuestas de acción política inmediata. Es mucho, muchísimo, lo que está en juego. La aspiración del capital a gobernar “libremente” destruye lazos elementales de dignidad, de relación, de afecto y amistad, de convivencia en la contradicción, avanza sobre el conjunto de la vida social, de lo que vive, se impone sobre motivos e historias culturales comunes, aplasta la lengua, que es uno de sus campos preferidos de batalla, crea un paisaje de despojos y metódica abyección. Su programa general de control promete una implacable disolución de la memoria colectiva. Lo que este país construyó con enorme voluntad militante, a través de las culturas del trabajo, la dedicación y el cuidado acumulados en los últimos cuarenta años, la conquista del juicio y castigo del horror, la lenta y persistente verdad de las responsabilidades por los crímenes de la dictadura cívico militar son asuntos que se han puesto en obscena disputa. Persigue liquidar la memoria, el legado y las tradiciones de lucha del movimiento nacional y popular. Deponer la memoria del peronismo histórico -pero también del radicalismo popular, del socialismo, de las izquierdas, de las vertientes emancipadoras que se escenificaron a lo largo de un siglo sobre el tablero de la historia nacional-, arrojarla, empujarla al sumidero del tiempo. Desde al menos el 2021, “exterminar”, “aniquilar”, “erradicar” se hicieron de uso corriente en las pantallas, no eran un anuncio, una mera anticipación, sino el espanto en sí, sucediendo en presente; que hubieran podido volver a pronunciarse, que Milei, Bullrich, Villarruel, o Macri tuvieran aire, espacio para decirlas, hablaba de que la catástrofe se declina en presente. La estrategia electoral post 22 de octubre vuelve a reunir en un esquema antagonista común a segmentos de la derecha mafiosa con la ultraderecha de la Libertad Avanza; bajo una pirueta retórica en la que todo lo que había sido injuria, insulto y denostación mutua se disuelve bajo el lema “muerte al kirchnerismo”. Esta premisa sigue en curso, persigue una derrota de la memoria popular. El dilema dramático de la segunda vuelta implica la determinación de cuál puede ser el alcance de esa lengua del olvido y qué resguardos políticos culturales reparatorios pueden sostener esa memoria. Hay hilos, continuidades y potencias de la resistencia popular que se han expresado cabalmente en el resultado de la candidatura de Unión por la Patria y que requieren para este último tramo una ampliación decisiva, activa y democrática: la expresión histórica de un frente antifascista que ahora entre nosotrxs ha recibido el nombre de gobierno de unidad nacional.
Poder de freno
La respuesta a la catástrofe que está en curso no puede difundirse por medio de una inmunidad débil, fría, técnica. Sólo podemos extenderla por efecto de una gran cadena de resonancias heterogénea, abierta, que ocupe todos los fragmentos y rincones posibles de la práctica social. Tenemos la obligación de hacer patentes cómo serán nuestras vidas si la catástrofe avanza. Se trata de emplazar la lengua en dimensión sensible. Que salte a los ojos la forma de la educación convertida en empresa. Tocar el nervio de un hospital administrado según indica la palabra “vaucher”, de un paisaje miserable de la ciudad, del trabajo más brutalmente excluido, más esclavizado del que ya conocemos, de un país sin moneda, hablado por una lengua impropia. Hay que crear focos de resonancia colectiva, conquistar atención, escuchar y hacer escuchar la inmensa energía de la imaginación y la afectividad popular. Es una maniobra de urgencia, un combate que requiere de nuestra mejor y más genuina fuerza de convicción. No llamamos a una acción desesperada, no nos pensamos como víctimas impotentes de la catástrofe, llamamos a una acción conducida por la energía militante de siempre, una acción enfática, alegre, porque sabemos bien la vida que no queremos. La Argentina exhausta, vaciada por un discurso economicista que arranca la economía de la cultura, en la que los enemigos nos han embargado, el saqueo, la trampa, el acto de guerra que implica la deuda solicitada ante el FMI, no puede constituirse en una oportunidad para que terminen de imponerse. La suerte de la campaña electoral depende tanto de nuestra acción como del diseño de las asesorías comunicacionales. Queremos sumarnos en todos los espacios, recorrerlos, que nuestra lengua, que la memoria de emancipación que representamos se pronuncie, que enfrente la pesadez de la época. Es poco el tiempo que tenemos.
¡A trabajar!
Disponernos a practicar una resistencia radical y diseminada. Ante el fascismo siempre queda la facultad de negarle consentimiento. Resistirnos a que se expanda la acción política contenida en la palabra fascismo, obligarla a ser una palabra extranjera, intraducible. Ser capaces de devolverle esa palabra a sus portadores, que en el cinismo esencial, en la crueldad que los define, la proyectan como espejo invertido. Lo sostenemos apelando a la experiencia de las Madres, de los juicios a la Junta, del espíritu y la tradición democrática que emergió del fondo oscuro de la historia nacional. Esa verdad es la que está en juego.
Comuna Argentina llama a votar Unión por la Patria, con la convicción de que expresa una fuerza en condiciones de bloquear el ascenso fascista.
No deben prevalecer.
Buenos Aires, 1° de noviembre de 2023.