Acaba octubre y vuelve una de las expresiones más evidentes de la brega cultural que en Canarias tiene lugar: la celebración en una misma fecha de la Noche de los Finados y Halloween. Me parece que tiene cierto interés dedicar algunas líneas a analizar esta controversia. No sé si es necesario adelantar que mi punto de vista es favorable a que Los Finados prevalezcan frente a una manifestación cultural ajena y recientísima en nuestras islas. En mi opinión, nuestra fiesta no tiene precisamente los días contados si somos capaces de acertar en cuanto a su renovación y su conexión con el piberío.
Antes de comenzar, quiero dejar claro que mi rechazo a Halloween no es ni mucho menos una enmienda a la totalidad de las distintas culturas funerarias en el mundo, vengan de donde vengan. Todas merecen mi respeto, sin embargo, cuesta ver los valores positivos que en Canarias pueda tener la importación acrítica de una manifestación de raíces celtas milenarias, en su versión Disney / Hollywood. Por otro lado, la necesidad imperiosa que en tantos lugares existe de disfrazarse, de ser otro, al menos un día al año, en Canarias está más que cubierta por la riquísima tradición carnavalera en todas las islas. No nos hace falta una fiesta de disfraces en noviembre.
Tampoco es su evidente lado comercial suficiente motivo para combatir el Halloween, según mi criterio. Es difícil encontrar una fiesta que no lo tenga y no parece justo cargar las tintas por ese motivo. Si defiendo apostar claramente por Los Finados es básicamente porque Canarias y el mundo entero serían un poquito más pobres culturalmente si dejáramos que nuestra tradición muriera solo para que una celebración cuya continuidad no está amenazada siguiera extendiéndose por el planeta. No puedo compartir que tanta riqueza de pueblos con menor capacidad de defensa cultural sucumba ante el embate de una globalización que representa básicamente la inoculación de los aspectos más banales de la cultura estadounidense.
En la isla de Gran Canaria se da, a mi juicio, una paradoja de no poco interés. Los niños y niñas de los años 80 apenas sabíamos de la existencia de Los Finados. Tal vez en los ambientes más rurales existiera todavía como celebración en el ámbito familiar y, sobre todo, protagonizada por las personas mayores. Sin embargo, era, ciertamente, una manifestación cultural agonizante. No creo que sea descabellado afirmar, sin embargo, que es precisamente la introducción de Halloween la que ha motivado en las recientes décadas una reacción casi inesperada de revitalización de la misma, aunque en otras claves que luego comentaré.
En San Lorenzo, por ejemplo, Los Finados constituye, junto con los fuegos por las lágrimas de dicho santo, la fiesta más importante del año. No son nada despreciables las Noches de Finados que se celebran en otros municipios como San Mateo, Teror, Gáldar, Santa Lucía, etc. No manejo suficiente información como para poder sostener categóricamente que en Gran Canaria es donde mejor resiste nuestra fiesta: en El Hierro, las tafeñas continúan siendo muy populares, por ejemplo. Sin embargo, sí creo que es razonable pensar que es en la isla redonda donde más pujanza y dinamismo parece tener esta celebración a juzgar por la cantidad de eventos de todo tipo celebrados, cuya tipología actual merece ser mejor estudiada en otro lugar. Mención aparte merecen esa auténtica joya de nuestro patrimonio musical y etnográfico como son los Ranchos de Ánimas y que tienen lugar en Valsequillo, Teror y La Aldea.
Como ya dejaba entrever en el anterior párrafo, la fiesta de Los Finados se ha ido transformando, pasando de tener lugar en el ámbito familiar a ocupar las plazas y calles públicas. Así ha sido el caso en la pasada edición en Las Palmas de Gran Canaria, donde el Instituto Canario de las Tradiciones ha sido el encargado de organizar una representación teatral callejera en torno a los contenidos habituales de la misma: el duelo, las castañas, el anís, etc. Como colofón, una actuación del grupo Los Gofiones en la Plaza de Santa Ana. Al contrario de lo que sucede en, por ejemplo, San Lorenzo, aquí el pueblo se convierte en público que asiste, observa y aplaude pero participa en muy escasa medida. Se reproduce de alguna manera el itinerario seguido por nuestro folklore y la música popular, antes tan presente en todas las plazas, bares, locales de todo tipo,… de manera espontánea y ahora relegado casi exclusivamente a festivales y programas de televisión a cargo, en muchas ocasiones, de cuasi-profesionales del género. Ahora bien, los que apostamos por la revitalización de Los Finados, ¿debemos seguir el ejemplo de San Lorenzo o de Las Palmas?
En mi opinión, frente a la tentación de conversión en espectáculo lo que debe ser una fiesta popular, cabe reflexionar acerca de cómo la Noche de Los Finados debe evolucionar para que no ceda terreno a Halloween. En primer lugar, siguiendo el hilo de mi razonamiento, soy partidario de que la fiesta tenga lugar en las calles, plazas, rincones,… con una organización popular, a cargo de asociaciones, grupos de amigos, familias, clubes deportivos, etc. en la que las instituciones, si acaso, pueden jugar un generoso apoyo instrumental o técnico si es que se le solicita. En ese sentido Los Finados serían mucho más económicos para las arcas municipales que, con demasiada frecuencia, vemos cómo son destinadas a fiestas competidoras como el Día de los Muertos, celebrado por el Muy Surrealista Ayuntamiento de La Laguna el pasado fin de semana. Alguien debería recordarles que las instituciones canarias tienen la obligación de respetar y promover nuestra cultura, aunque tantas veces parezca que se dedican justo a lo contrario.
Pienso que el sentido de nuestra fiesta –evocar a las personas que ya no están– debe ser respetado. Siempre puede haber un momento de remembranza y elogio a una persona que en cada ámbito (barrio, municipio, colectivo, etc.) hubiera fallecido más o menos recientemente. Serviría así de homenaje sencillo y sentido a quien lo merece. Recordar sus valores, sus vivencias, debe ser de utilidad para quienes quieran encontrar referentes cercanos que les guíen sus pasos. Solo por eso, ya Los Finados ganarían por goleada en hondura e inspiración colectiva para un pueblo. Sin embargo, como es una fiesta y no un velorio, debe haber también, a continuación, un momento de exaltación, música, parrandeo y fiesta. No seríamos ni mucho menos los únicos en el mundo a la hora de unir muerte y fiesta, como tan bien hacen los irlandeses, por ejemplo. Si todo esto adopta un enfoque participativo, mucho mejor. Echan más raíces un sinfín de parrandas por nuestras calles que el enésimo recital de folklore pasivo.
¿Y con la juventud qué hacemos? No creo que se les pueda ni se les deba obligar a participar en una fiesta si no quieren. Aunque no deja de haber gente joven, aficionada al folklore y a nuestra cultura popular, que participa en Los Finados de manera totalmente natural, es forzoso reconocer que el atractivo de Disney y Hollywood sobre la juventud canaria es fuerte, como en casi todo el mundo. En mi opinión, basta con que los centros educativos – y las instituciones– no participen de esa fiesta, con el subterfugio de que “hay que adaptarse”, “los tiempos cambian”, etc., sólo porque siempre fue más fácil ir a favor de corriente. No hay que fomentar el Halloween en nuestros centros educativos. Si en el área de inglés se considera que se debe impartir como contenido sociocultural, nadie obliga a hacer de eso una fiesta y, de paso, sugiero la celebración de la Guy Fawkes’ Night como fiesta alternativa, bastante más rica culturalmente hablando y que en nada compite con nuestra tradición. Las concejalías de cultura no debieran sumarse alegremente al despropósito. No están para eso.
Y, ya que estamos, no vendría mal decir de una vez que “truco o trato” es una pésima traducción de trick or treat; que treat en este contexto significa más bien “golosina” o incluso “invitación”; que educar a las nuevas generaciones implica hacerlos conscientes de su herencia cultural y no seres que, en busca de una identidad, cualquiera, acaben interiorizando que cualquier día es carnaval. Por último, no está de más apostar por la escritura de “Finados” frente a “Finaos”: la caída de la “d” intervocálica no es un rasgo distintivo del dialecto canario, el cual necesita más oficialidad y menos ser retratado como un ejercicio descuidado de la lengua. Independientemente de lo que cada cual pronuncie, escribir la palabra en canario normativo es también una muestra de respeto a una tradición que queremos viva y vibrante en cada rincón de Canarias, como ya en Gran Canaria sucede desde hace algunos años.