Publicamos en exclusiva este texto que encabeza la reedición del clásico de Hupalupa (Hermógenes Afonso) Magos, maúros, mahoreros o amasikes, a cargo de su hija, Yaiza Afonso. El volumen aparecerá próximamente en una edición de la Dirección General de Patrimonio Cultural.
Tres teniques en el fogal
y las estrellas del cielo no las atino a contar.
(Antigua maga de El Trazo, Tacoronte.)
Después de 26 años en la tierra, se hizo polvo y huesos. Los vimos de cerca y olimos el gánigo enterrado en el fondo. El mismo olor exacto de la cueva de los guanches, la misma tierra minúscula, polvo fino que cubre el barro.
Todo vuelve.
– Hay aquí una pieza de barro, nos dijo el sepulturero.
La pieza de Chano, Valentín y José Ángel, su ajuar funerario. Papá fue enterrado con ella. Se trataba de una reproducción de una vasija encontrada muchos años antes en las Cañadas y que hoy se halla en el museo.
– El gánigo preñado, me clarificó Chano. Lo llamaron así porque tenía forma de barriga de 9 meses. Seguramente a la mujer que lo hizo se le fue la mano y ese desvío en la ejecución lo convirtió en único. No fue casualidad que eligiera aquel gánigo preñado para colocarlo en su tumba. Era como decir, te dejamos una vasija que dará nuevas vasijas, una pieza que se reproducirá.
Salimos del cementerio llorando, pero con lo nuestro.
Tengo en casa el ajuar funerario de papá y es igual de preciado que un hallazgo indígena. Igual de mágico que aquella vez que encontré el gánigo en la cueva, olor que llevo en la mente y que se despertó perfecto al abrir la tumba de papi. Me siento como si hubiera encontrado los huesos de Uchova, donde estaban los antiguos y antiguas sobre troncos de sabina de grandes dimensiones. Aquel pequeño nicho se transformó en la gran cueva guanche, en nuestra Uchova.
A los guanches los mirlaban al sol, los envolvían con pieles y entre piedras volcánicas y yerbas los despedían. El mundo del adiós es un modo de acercarse a lo divino, de buscar creencias a las que aferrarse, de rezar incluso al aire que seguimos respirando los que seguimos vivos. Estos ritos nos sirven para continuar recordando, para la supervivencia en espíritu de aquel o aquella que una vez existió. En ese sentido, el ajuar funerario conduce a la persona, a sus huesos y al polvo en el que se convierte.
Tenía que ser este año de los huesos en el que saliera de nuevo la obra de papá, un relato lleno de pensamientos en círculo. Ese gánigo preñado pariendo de nuevo. Relatos ya contados que querían ver otra vez el sol. Quizás alguno de ellos haya quedado antiguo, pero su base es de tea, de sabina, de madera resistente a los siglos. Una base tan lógica, tan creativa y tan emocional que hoy en día sigue llegando a nuestros adentros.
Para poder escribir estas palabras me acerco al gánigo de su tumba, lo toco y me concentro en sus obsesiones, en sus teniques.
Son tres las piedras que sustentan los hogares, tres soportes que tenía papá grabados en la cabeza. Esas piedras alumbraban su pensamiento que de algún modo crecía en tres pilares. Estructuro su crecimiento en tres ramas de laurisilva, llenas de hojas verdes que nunca amarillean, que se coordinan en el bosque. Estos tres teniques los llevamos también dentro los tres hermanos que somos, Chaxiraxi, Ruyman y Yaiza, formando una pintadera en la que caben muchas cosas, pensamientos sobre libertades e independencias. Así papi nos venía a contar sus tres principales obsesiones sobre las que construyó Magos mauros, majoreros o amasikes.
La primera es la tierra
No sé cómo, pero papi se acercó al respeto a la tierra de un modo intuitivo, casi sin referentes se encontró con la defensa de lo que no se defendía. Esa sí era una matria por la que luchar. Lo vi claro aquella vez que se bajó del coche en la carretera para enfrentarse con los obreros que estaban eliminando los cardones del terreno del borde de la autopista sur. Aquel espacio que protegía es el barrio al que hoy llaman Añaza. Curiosamente lleno de flamboyanes que nacieron en nuestra finca. Todo era importante; cardones de barrancos, cardoncillos escondidos, tabaibas esquinadas… Cualquier brote agarrado a la tierra servía como inspiración. También los picapinos, las abubillas, los escarabajos y los erizos. Los erizos morunos eran difíciles de ver pero sabía de su existencia porque a veces, aparecían atropellados en la carretera del sur y papá nos lo contaba. Se apenaba por esos seres escurridizos que salían de noche a comer. –Son tan bonitos, nos decía. Aquel espíritu conservacionista lo cultivaba también en la tierra, apostaba por una agricultura sin venenos, por naranjas jugosas, duraznos, guayabos, nectarinas, papayas y mangas en convivencia con tizones, lisas y perenquenes.
La segunda es el habla
Nuestro acento como seña de identidad. Nuestras voces antiguas o aquellas voces peculiares que nos conforman. Sin complejos, ni adornos, sin fingir que somos otras personas. Sabía que el acento configura las historias, la cultura y el arte. Si todas las personas fuéramos iguales, no nos sorprenderían los cantos. Si la humanidad no fuera diversa ¿qué sentido tendría viajar? ¿para qué comunicarnos con otras personas? Precisamente la base de las culturas es lo minucioso de cada una de ellas; vocablos, bailes, canciones y acentos contribuyen a la riqueza del planeta. Es como la biodiversidad, la multitud de especies que hacen únicos los rincones. Nuestras voces son ecosistemas dibujados en atlas universales. Cuentan historias de suelos; desiertos, bosques, volcanes, piedras, pájaros e insectos. Nuestras voces suenan al barro modelado sin torno, a ecos de barrancos.
La tercera es lo guanche
El encuentro con lo antiguo y la conexión con la matria, el África continental. Magec, un gánigo, un molino y tres teniques abriendo paso al pasado. Buscar el pasado en el presente, el gofio sobreviviendo a la historia y la creencia en el sol como enlace con lo que somos hoy. Hijas, hijos del sol, magos, mauros, mahoreros o amasikes, que siguen, sin saberlo, portando la cultura guanche. Y de ahí el nombre de este libro, porque somos lo que fuimos y de donde venimos. La tierra, nuestra habla y lo guanche, sus tres teniques que hoy también son nuestros.