Hace dos años yo creía ser consciente del carácter volcánico de nuestro país. Los volcanes aparecían como parte de nuestra identidad, presente en canciones, en la iconografía e, incluso, en los eslóganes turísticos. Además, en mi caso, una parte de mi familia procedía del lugar de Canarias que, probablemente, más volcanes haya vivido a lo largo de su historia o, al menos, en los últimos siglos. En mi mente resonaban los relatos sobre el Volcán de San Juan o el Teneguía, y era consciente del riesgo de un nuevo volcán e incluso, iluso de mí, tenía cierta ilusión en poder ver uno. Comentaba por la radio la maestra de uno de los colegios arrasados, el de Los Campitos, como en las paredes de la escuela todavía estaban, antes desaparecer, pegadas las cartulinas con unos trabajos escolares dedicados precisamente a los volcanes.
El Volcán Teneguía fue un volcán relativamente benigno, por eso cuando reventó en 1971 se convirtió, más que en un símbolo trágico, en un símbolo de rebeldía. Aparecía en cuadros (el Ach Guañac de Luis Morera, la portada de Canarias, otro volcán), en símbolos de partidos políticos (el Partido Comunista Canario – provisional-) o en canciones (“Qué te pasa tierra mía, que no exploran tus volcanes para destruir los planes de toda la oligarquía”, cantaba Caco Senante, o “grito seco que quieres vomitar el magma de su entraña, y entre grietas los hombres se levantan”, cantaba Taburiente). Más allá de los lugares de nuestro país donde la naturaleza volcánica era palpable, los volcanes se insertaron como símbolo de la canariedad.
Como escribí hace un año, los volcanes “construyen y destruyen”, todo el paisaje que vemos hoy ha sido labrado a lo largo del tiempo mediante procesos muchas veces trágicos, violentos. La geología no es siempre un proceso lento, a veces son cataclismos que lo cambian todo en un breve instante, y los volcanes son eso. Para quien no lo haya vivido resulta difícil de concebir cómo esa inmensa montaña que generó la última erupción en La Palma no existía hace apenas dos años. Las montañas, que creíamos eternas, pueden nacer de un día para otro y el cono volcánico cambiaba completamente de forma cada día.
Estas contradicciones las reflejó de un modo magistral el historietista Morgan en una viñeta: “A veces duele ser salitre y lava. Sí, pero es lo que somos”. Sin volcanes, no existirían nuestras islas, todo proceso de construcción de espacio (no sólo como paisaje, sino también como lugar donde se desarrolla la vida humana y no humana), fue en su día un proceso destructivo.
Nuestros antiguos ya asociaban a los volcanes con la figura del maligno, en Tenerife tenían a Guayota, morando el Echeide. En el cristianismo también se asocia con frecuencia al demonio con los volcanes, con el azufre. Es algo completamente natural. Desde ciertos sectores académico se cuestionan determinadas cosmovisiones como fruto de la superstición, como si se interpretara la realidad solamente a través del lenguaje, que distorsiona la realidad tal y como es, impidiendo el análisis científico. La realidad es completamente diferente, es en la experiencia en donde se van creando este tipo de visiones mágicas. Las personas vamos cargando al lenguaje de significados concretos a partir de nuestra propia experiencia.
Los volcanes no son interpretados hoy como fruto de una voluntad divina como castigo por nuestros pecados. Somos conscientes también de que un volcán no es una persona ni un animal, carece completamente de voluntad. Sin embargo, por eso mismo, porque carecen de voluntad, porque son una fuerza natural incontrolable, nos sentimos impotentes. Al final terminamos ritualizándolo para hacer frente a nuestra angustia y sentimiento de impotencia, personalizamos al volcán, le poníamos nombre, nos dirigíamos a él como si fuese una persona o un ser con voluntad y conciencia de sí mismo. Sabíamos que no era así, pero necesitábamos ritualizarlo de ese modo para hacer frente a la angustia vital que nos producía.
Vivir un volcán
No es lo mismo verlo desde fuera que vivirlo. Vivir durante esos largos meses con el ruido que no se calmaba, el aire enrarecido, lloviendo tierra y sometido a una vibración constante, el tremor, que nos hacía sentir también temblar internamente nuestras entrañas. Y la incertidumbre a qué pasaría ese día, que sitios que habíamos conocido toda la vida iban a desaparecer para siempre bajo la lava. La visión, los sonidos, los olores, las vibraciones. Lo peor de todo, las vibraciones.
No se puede dilatar más la denuncia de la gestión por parte de las autoridades de esa tragedia. Por ejemplo, los imperdonables errores en las evacuaciones, con los vecinos y vecinas de El Paraíso y Alcalá teniendo que huir apresuradamente el mismo día que reventó el volcán apenas unas horas antes de que la lava arrasara sus hogares. También el que las autoridades encargadas de los planes de emergencia y evacuación no tuviesen en cuenta que se trataba de una zona ganadera y no previeran planes para poder sacar a todos los animales; o la falta de información, tanto institucional como por parte de los medios de comunicación, más interesados en buscar una imagen “bonita” del cono que de informar sobre por dónde iba la lava (y no es casual que “nuestro” INVOLCÁN tenga entre sus principales objetivos la promoción turística). Las actitudes poco sensibles de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. El empleo de dinero público para poner un servicio gratuito de guaguas que atrajese a turistas a ver el volcán, mientras no se dejaba pasar a vecinos y vecinas a salvar sus pertenencias. Y, sobre todo, la gestión de las ayudas.
No fue ninguna sorpresa que en las elecciones el electorado terminase castigando tanto al PP como al PSOE, que gobernaban en coalición el Cabildo de La Palma, dando la mayoría absoluta a Coalición Canaria, con Sergio Rodríguez al frente, cuya gestión de la catástrofe al frente del ayuntamiento de El Paso fue mejor que la de Noelia García (PP) en el ayuntamiento de Los Llanos. Sin embargo, también son bien conocidas las actitudes chulescas de Sergio Rodríguez en su etapa como alcalde, con episodios surrealistas como el de la ambulancia o el enfrentamiento con un árbitro de fútbol usando la frase de “usted no sabe con quien está hablando”. De cualquier modo, una mayoría absoluta de CC en el Cabildo no diferiría mucho de las coaliciones PP-PSOE o PSOE-CC que también han dirigido la máxima institución insular. En lo fundamental siguen defendiendo el mismo modelo de desarrollo.
Pero llama la atención el PSOE palmero, una de las ramas más a la derecha del PSOE canario, atribuyendo cualquier crítica a la gestión del PP a campañas de Coalición Canaria. Mientras, el PP insular, en vez de responder a la ayuda prestada por el PSOE, responsabilizaba a los gobiernos estatal y autonómico, también del PSOE, de los problemas con las ayudas que eran responsabilidad del Cabildo.
Nombrar el volcán
Como señalé al principio, una parte de mi familia es manchera, de Las Manchas, el sitio de Canarias con más volcanes a lo largo de la historia. Probablemente esta rama familiar se encontrase ya allí desde antes de la conquista. Y sabíamos que bajo la zona donde reventó el volcán se encontraba Tajogaite, topónimo que ciertos sectores interesados pretenden negar que existiera jamás. Dicho de otro modo, se inventan que es una invención. Sin embargo nadie cuestionó lo absurdo de denominarlo Volcán Cumbre Vieja, cuando, en cierto modo, todos los volcanes recientes de La Palma han sido en Cumbre Vieja o, de hecho, este ni siquiera fue en lo alto de la cumbre, sino a una cota más baja, en la ladera.
También nos encontramos con la aparición de nuevas palabras que pretenden sustituir a las que aquí se habían usado siempre, como “delta lávico” en vez de fajana, o “erupcionar” en vez de reventar. Si Terence Range y Eric Hobsbawm hablaron en su día de la “invención de la tradición”, en Canarias parece que se vive justo el fenómeno contrario, la meta-invención, el inventar que es inventado, despreciando completamente la terminología y la toponimia popular.
Ya nada será lo mismo en esta zona de la isla. La esperanza de que “ahora que todo ha cambiado es la oportunidad de que, desde abajo, se puedan hacer bien las cosas” se va disolviendo. Entre otras cosas porque “desde abajo” también hay egoísmos, rencores y desprecio por el pensamiento crítico. Y desgraciadamente porque, en definitiva, la reconstrucción también va a estar en manos de quienes ha estado siempre el manejo de nuestra tierra.