
Lo escribía un buen compañero y amigo, Lorenzo Méndez, en su cuenta de Twitter. «“Fajana” es una batallita cultural, chiquita, una batalla cultural bien chiquita. Pero necesaria, tan necesaria que en Canarias llevamos más de 20 años perdiéndolas -estas batallas culturales-, perdiendo el principal vehículo de la canariedad que es el español de Canarias».
Mira que ha habido presión. Delta, delta lávico… pero se impuso fajana, no sabemos si por presión popular o por simple coherencia. Fajana es, según la Academia Canaria de la Lengua, un «terreno llano al pie de las laderas, escarpes o recodos de los barrancos, formado comúnmente por materiales desprendidos de las alturas que lo dominan, o arrastrados por las aguas».
Similar en la RAE se define como «terreno llano al pie de laderas o escarpes, formado comúnmente por materiales desprendidos de las alturas que lo dominan». Lo sitúa como canarismo, aunque tiene toda la pinta que es portuguesismo, idioma en el que existe la voz fajã.
Wikipedia lo define como «un término de origen incierto que designa un terreno plano, en general cultivado de pequeña extensión, situado a la orilla del mar, formado por materiales desprendidos de los acantilados o por deltas lávicos resultantes de la penetración en el mar de coladas provenientes de la vertiente».
Existe en la geografía canaria, en la toponimia, en la misma isla de La Palma. Más allá del origen lingüístico, que parece innegable, está la evidencia de que es un término más concreto que delta y el lenguaje aspira, por encima de todo, a la precisión. Si caldera se impuso en el español general para definir una depresión volcánica, nuestro propio origen volcánico nos otorga pedigrí para llamar de nuestra forma lo que corresponde a un fenómeno producido por actividad volcánica.
Los motivos de esta pequeña victoria, que se define con la popularización de este nombre a lo que está dejando la desoladora erupción volcánica en La Palma en el mar, son difíciles de concretar. Sin embargo, son muchas derrotas. Globo, mola o chuches nos demuestran que las cosas no se producen casi nunca de forma natural, sino importada. «No nos entienden», piensan algunos justificándose.
A salvo fajana, aunque a veces algún tertuliano dice delta, debemos buscar el origen de por qué perdimos lingüísticamente tantas veces. Creo que hay una conciencia cada vez mayor en proteger nuestro rico dialecto, pero igual ya llegan, en muchos casos, demasiado tarde. A eso sumo, a mi parecer, a que el canario culto requiere conciencia y predeterminación para desarrollarlo. Lo otro es una moda que requiere que el individuo tenga una actitud pasiva de aculturación.
Mi buen amigo y pronto Doctor en Historia, Rumén Sosa, basa su tesis doctoral en el proceso de sustitución lingüística que se produjo en Canarias tras la conquista. El avezado Sosa Martín argumenta que vivimos un proceso similar con nuestro dialecto, a la vez que añade que el español de Canarias es el vehículo de mayor enjundia que tiene la identidad canaria a proteger, fomentar y difundir.
Esa conciencia mayor, y la reactivación (al menos pública) de la Academia Canaria de la Lengua, son rayitos de esperanza en un panorama de merma de nuestro español de Canarias. No podemos ceder, es nuestra identidad y es lo que nos une precisamente al mundo, nos hace originales y es un elemento troncal de nuestra defensa cultural. Mientras libramos la guerra, no dejemos de disfrutar de esta batallita ganada, recojo la sugerencia de Lorenzo Méndez. Sonríe, al enemigo le molesta.