Hace unas semanas leí un excelente artículo de Andrea Abreu en el diario Público. Un relato de turismo depredador renovado, que pretende ahora ir a poner en circulación turística los charcos de las islas. Lo recordé este fin de semana en Playa del Inglés. Nada más bajarme del coche me reventó los oídos una canción. «Olé, olé y olé Maspalomas», cantaban tres señores mayores con pinta de alemanes. No lo sabía, pero asistía a un éxito histórico del turismo en Canarias, «Am Strand von Maspalomas» de Chris Wolff.
Los tres señores mayores, mascarilla en codo, coreaban la canción mientras una legión de acólitos, cuya edad media superaba los 65 años, seguían el ritmo con palmas y un estupendo alemán materno. Detrás las dunas y turistas que vienen y que van. Olor a protector y sin rastro de mascarillas. Si no llego a fijarme en los codos y en las manos hubiera pensado que estaba en 2019.
A la hora de comer, colas en el supermercado y en un restaurante mundialmente conocido de comida basura. Al lado, bares con cervezas, música y un cocktail de olores que van desde lo asiático a la paella, pasando por panes de ajo cargados de olor. Un bar irlandés que me recuerda a las paradojas que puso frente a la cara Víctor Moreno en su documental Holidays. De repente recordé otro documental, Suicidio en hormigón, evidencia de la bipolaridad de los alemanes que van desde el olé y olé a Maspalomas hasta la reflexión tan sesuda que incluye este reportaje.
De pronto me viene un hedor a ruina turística, a agotamiento de este sistema en el que siguen insistiendo desde buena parte de la oficialidad. La nueva muestra, la querencia por turistificar los charcos y disparates en pie como el hotel de La Tejita. Pese al discurso derrotista, me niego a entregar Playa del Inglés y Maspalomas a la especulación y a la playa con bocadillos baratos y cervezas que se quedan en la arena. No, debemos defender cada centímetro de nuestro territorio y apostar por una recuperación de las dunas y todo el ecosistema único que lo integra.
No se confundan, mi discurso no es antiturístico. El turismo debe ser motor de desarrollo sostenible para las islas. Un turismo amable, concienciado, en el que nosotros pongamos las normas, que bascule desde la costa hasta el interior, interesado por nuestra cultura y apostando por las industrias locales, la artesanía y dejando gasto en nuestra hostelería. Pero este turismo de hamacas, música ochentera y pieles quemadas ya apesta. No solo porque es insostenible a nivel de territorio, de movilidad, de gestión de residuos o incluso por protocolos sanitarios, sino porque también lleva asociado un modelo laboral, social y económico ruinoso.
A nivel social porque nos hemos creído que tenemos que hacer genuflexiones a un señor que se baja de un avión de bajo coste y que va a comer en el mismo restaurante que come en su país, mientras tira cervezas en la playa y esconde colillas. A nivel económico porque no aporta riqueza a nuestra gente, al mismo no la suficiente a la que genera y al coste territorial asociado. Y a nivel laboral porque tolera, promociona y consiente un sistema laboral precario.
Recientemente comenzó la huelga de Groundforce en el Aeropuerto de Gran Canaria. Los trabajadores del grupo Globalia, a quien pertenece entre otros Air Europa, llevan años viendo cómo se deterioran sus condiciones laborales. Turnicidad abusiva, precariedad, pérdida de derechos, excesiva carga de trabajo… La penúltima vuelta de tuerca fue el relevo en los puestos directivos de la compañía, con personal venido de la piel de toro, cuya hoja de ruta ha recrudecido la situación. La última con la pandemia, donde, a pesar de llegar cantidad de vuelos, todavía no recuperan a todo el personal del ERTE, el que trabaja lo mantienen a pocas horas y, entre otras cosas, le quitan el sábado de la libranza del fin de semana, llegando a librar en días separados.
Con todo, su actitud negociadora ha sido nula hasta este fin de semana donde se han sentado a negociar. En medio, presiones y abandonos de secciones sindicales por directrices llegadas de Madrid, a través de comunicados firmados en la capital del reino. La historia es antigua, pero no deja de ser penosa. Un resultado más del carro turístico en el que nos subieron hace más de 50 años y que algunos se empeñan en no abandonar, a pesar de hacer alardes de un turismo más amable.
Ya todo esto huele a viejo, a crema solar que se esparrama en el bolso y a sombrilla de mercadillo que hace miles de kilómetros para ni siquiera eso gastar en destino. El modelo low cost de destino de cerveza barata y meibas de colores, nos lleva a modelos laborales como el que pretenden imponer empresas de sectores aledaños al turismo. No es un modelo de futuro para nuestras islas y hay que desterrar la tentación de querer recuperarnos con los que nos venía matando.