Llegó Chaxiraxi. Es mi hermana la que vive en la increíble y lejana Isla de Tasmania. Me habla de los marsupiales con las bolsas portando a sus críos mientras le da el pecho a Ione, su bebé de un año. Vive en una finca que en Canarias sería imposible, porque es tan grande como el pueblo de Candelaria. Allí cuida a sus gallinas y a sus patos, y escucha el silencio, ese que a veces da miedo.
Ella es muy feliz con Jules pero siempre echa de menos esta pequeña isla donde nació, aunque sabe que es más sucia y sufre el deterioro de autopistas y anillos insulares que nos venden como imprescindibles para nuestra felicidad. Los tasmanianos prefieren viajar por tierra y poder disfrutar de animales cruzando carreteras indomables. Es una cuestión de perspectiva. Ellos son conscientes de que la belleza será más duradera si hay menos piche. Aquí pasa lo contrario, siempre contamos con algún Presidente del Cabildo defensor de las pistas, arrasador de los bosques y expropiador de la vida.
Llegó Chaxiraxi. Y estaba claro que le iban a poner ese nombre; la hija del sol, la señora del universo, la que llegó como si fuera magia por el océano, la que encontraron nuestros guanches y adoraron como suya. Chaxiraxi fue una de las bellas obsesiones de mi padre Hupalupa. Él nos contó muchas veces la historia de la linda imagen que consideraron hija de Magec. La que adoraban en el año nuevo guanche con regalos cada 15 de agosto. Sabía que las peregrinaciones de hoy estaban trazadas por los caminantes de hace más de 5 siglos.
Ayer fuimos a ver a los peregrinos a la casa de mi tía Betty, ella vive en la calle la Angostura en Barranco Hondo, enclave de la llegada de los guanches de todos los puntos de la Isla. Su casa es un balcón sobre un acantilado trazado por caminos antiguos. Ahora es de noche y vemos las luces de los que bajan desde las cumbres.
– Mira qué bonito Yaiza, quería que lo vieras, desde mi casa es el único lugar que se puede apreciar estos senderos de luces, dice mi tía emocionada.
– Por allí bajan de la Matanza y por allí de La Orotava. Son caminos perfectos comenzados por los guanches que todavía nos sirven de guía, cuenta mi hermano Ruyman señalando con el dedo cada ruta.
Estamos todos juntos viendo las bombillas de las linternas, seguro que nuestros antiguos portaban fuegos que culminarían en hogueras en la costa. La belleza de los caminos de piedras contrasta con la hortera iluminación de la basílica de la Candelaria en tonos violetas eléctricos. Es como las malditas autopistas que se empeñan en meternos por los ojos. Vuelvo la mirada a las luces pequeñas y escucho a mi madre aclamar.
– ¡Viva Chaxiraxi! ¡Viva el beñesmen! ¡Viva la guanchería! Sé que se acuerda de él.
¡Viva Hupalupa! Cierro yo en mi silencio.