Cuando se pone el sol en verano en la cumbre, la luz se pone de color mitad púrpura, mitad ámbar. El colorido exacto es indescriptible y no hay cámara, al menos desde mi alcance fotográfico, que lo pueda captar con la precisión que lo ven los ojos. Esa visión cumple el milagro de hacer sencilla la atracción de la cumbre de la isla, un lugar al que hay que llegar tras curvas y una hora de camino, pero que fascina a cualquiera que ame la naturaleza, la tranquilidad y los paisajes de ensueño.
Toda esa belleza no es nada comparado con el trabajo ingente de las manos campesinas, ganaderas, pastoriles, artesanas que forjaron este bello pago. Me voy a centrar en Barranco Hondo de Gáldar. Allí, entre casas-cuevas, entre piedras y riscos se levanta un pueblo de personas que emigraron a los barrios y ciudades, construyendo una identidad urbana con gran influencia de las raíces. No emigraron por placer y vuelven (volvemos) generaciones después con placer.
El sustento de la tierra no garantizaba el desarrollo pleno de la vida en condiciones, lo que llevó a buscar en otros sectores emergentes lo que en sus adorados riscos se les negaba. Otros, en cambio, se quedaron y hoy son símbolos vivientes de Barranco Hondo, como Juan Cubas. De aquellos años quedó en varias familias acciones de la heredad de Chorro Gitana y Boca Higuera. Una herencia nada cuantiosa pero sí muy simbólica, tanto en cuanto integra un elemento básico para la vida, el agua, y otro también indispensable, la memoria.
La Heredad de Chorro Gitana y Boca Higuera aparece en la red como una micropyme con “indicios de inactividad”. En otros enlaces aparece asociada como entidad legalmente constituida asociada al Consejo Insular de Aguas de Gran Canaria. La heredad ha sufrido varios vaivenes a lo largo de los años. Por la presidencia han pasado personas como Félix, Esteban, Miro o Alicia. En algunos casos se acusó a algún equipo de gestión turbia, pero dilucidar esas cuentas no es el objeto de este texto. Otros, en cambio, se ganaron el cariño y el respeto de todos los herederos y del pueblo entero.
Mi escrito es un homenaje a la memoria y a la importancia de honrarla. Mi abuelo y mi padre todavía tienen acciones en esa heredad. Fui a esas reuniones varias veces de niño junto a mi padre. Me añurgué cuando, en una tensa reunión, Miro se puso en pie y, con la voz entrecortada, afirmó que no iba a dejar que jugasen con la herencia de sus antepasados. Yo era un niño y no entendía qué discutían, pero la reacción de Miro empatizó con mi mente infantil. Miro, ya desaparecido, era primo de mi padre, residente en Moya. Ir a su casa, al lado de la Casa Museo Tomás Morales, era un viaje a los coches de hojalata de juguete y a los bizcochos de Moya que me daba Lola, su madre.
Mi padre siempre siguió el mismo principio. El lucro económico no fue nunca lo importante porque las cantidades siempre fueron irrisorias, pero siempre, desde que tengo conocimiento, las reuniones del pozo fueron una excusa para volver al lugar donde nació y que adoró toda su vida. Aquella visita protocolaria, entre cheques que apenas sumaban tres ceros, vecinos con los que se reencontrarse y olor a geranio y limoneros, formaron parte de mi infancia y adolescencia.
Después de muchos años de ausencia, el domingo volví a una reunión de la Heredad de Chorro Gitana y Boca Higuera. Fue una visita triste, marcada por el recuerdo y por el anterior paseo temático en el visitamos la casa donde nació mi padre. Me senté en el colegio donde mi padre dio sus primeros pasos escolares, entre rebenques, suelos de picón o coscorrones de los maestros. La presidenta, Alicia, había muerto y se debía relevar la presidencia, además de la vicepresidencia también por fallecimiento. La breve reunión comenzó con un minuto de silencio por los ausentes, un silencio que nunca fue tan propio.
La asamblea optó por la continuidad en la Junta Directiva y la proclamación de Antonio García Ramos como presidente. Antonio prometió transparencia y sus ojos otorgaban credibilidad. Mi padre lo apreció, de hecho fueron casi vecinos de cueva. Estoy seguro que mi padre también hubiera apostado por él. Y también defendería los principios que defenderé yo como humilde portavoz de su legado en esa asamblea: que el agua sea para quien la necesite, que no se especule con ella, que no se malvenda, y sobre todo, que velemos por el legado de nuestros padres, nuestras madres y nuestros predecesores.
Barranco Hondo es la sonrisa y amabilidad de Mirita, la tranquilidad de Juanito, la tienda de Mima, la Ermita de Fátima, las cuevas y la historia. Tuvo que venir la UNESCO para decir que el paisaje de mi infancia era sagrado y, nada más y nada menos, que Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Barranco Hondo siempre fue mi abuelo Juan, que murió un mes antes de mi nacimiento, mi abuela Teresa y su excelsa bondad, la casa de la Era de las Toscas, y todo el legado de costumbres y valores aprendidos. También es la Heredad de Chorro Gitana y Boca Higuera, ese gran proyecto de agua comunal del barrio de Barranco Hondo del cual, ahora lo digo con orgullo, mi familia fue partícipe. Ahora todo eso se resume en la memoria de mi padre, a quien vi atragantarse al recordar historias en el lugar de su infancia. Como ahora me atraganto yo al recordar los valores que me trajeron hasta aquí. Chorro Gitana es más que una acción, es la memoria, el legado y unos principios que ayudar a defender.