
Suena a frase de autoayuda, pero la tengo en la cabeza por haberla leído en la extraña red social Pinterest: «a veces hasta que no abres la ventana no te das cuenta de hasta qué punto te estás asfixiando». Lo primero que pensé es que la frase es ridícula, propia de un gabinete de coach baratos, de esos que se hacen pasar por psicólogos. Lo segundo, que todavía era más ridículo porque parece una frase sacada de un post infantil de Instagram, generalmente autojustificativo y egocéntrico. Lo tercero es lo evidente: sí, es una chorrada pero una buena metáfora.
Lo recordé el otro día en Cuatro Puertas, mientras miraba por esta ventana que ilustra el texto. Indignado por la ignominia generada por los responsables de la película Tirma, que dejaron las paredes pintadas con símbolos que se parecían a pintaderas, me puse a pensar en el Día de Canarias. En el horizonte, un pueblo, una montaña, un llano… De nuestra naturaleza se ha dicho de todo y más mientras se pisoteaba. De nuestro pueblo poco se dijo más allá de su presunta fortuna por vivir aquí, como si tener buen tiempo alimentara por sí mismo. Pienso que nos conocemos poco y que nos ridiculizamos demasiado.
En el debate sobre la bondad o maldad del ser humano siempre estuve del lado de Rousseau. Dijo el filósofo francés que “el hombre es bueno por naturaleza”. En el otro extremo, Thomas Hobbes en El Leviatán dejó escrita aquella expresión latina «homo homini lupus», o lo que es lo mismo que el hombre es un lobo para el hombre, siguiendo la locución enunciada por Plauto en la Antigüedad.
No solo pienso que el ser humano es bueno por naturaleza, sino que acuso a los contrarios de manipular con intención. Si justificamos con la afirmación de que las personas somos malas estamos generando un relato de dominación alrededor, mediante la cual hay que establecer unas normas severas porque el ser humano no puede comportarse por sí solo.
Lo volví a recordar en el supermercado estos días. Un hombre golpeado, no sé si por los efectos del alcohol o de manera fortuita, vagaba por el supermercado. El hombre parecía realmente enfermo y daba algo de reparo mirar sus golpes en la cara. Muy educado, eso sí, pagó su compra y salía del super. En ese momento lo llama una pareja: «Manolo». Después de varias llamadas se paró y los muchachos le ofrecieron llevarlo en coche.
Pareciera lo normal. Ves a alguien conocido, vaya a saber si vecino, conocido o lo que sea, y lo alcanzas, más si lo ves con dificultades. Pero en este mundo de individualismo, del recelo por la pandemia y de prisas forzadas, el gesto lo contemplo como un motivo para la esperanza. Es solo un ejemplo, pero el mundo está lleno de estos momentos, que no pueden ocultar los negativos. Primero por simple supervivencia humana, creer y no vivir siempre contrariado. Segundo porque, como ya había avanzado, el discurso del hombre lobo para el hombre es una bestialidad que nos lleva a pensar en tutelas.
Si esto lo trasladamos al espectro colectivo, el mismo discurso nos lleva a pensar que un pueblo necesita tutelas porque no se sabe manejar a sí mismo. Como es malo, necesita autoritarismo. Como no se sabe controlar, necesita una mano que lo lleve. El principio es capcioso y brutalmente colonial. Y viene, insisto, del mismo principio que piensa que, como el ser humano es malo, hay que reprimirlo, hay que tutelarlo. No saben cómo se equivocan.
Mi país es de la gente que atiende, que es servil, honesta y cortés, y que ayuda a los demás. El que, desde una perspectiva rusoniana, confía en el prójimo. También es el país de los barrancos llenos de basura, de las prisas, de los complejos, de las cacas de perro en nuestras calles, de las mascarillas en la arena de la playa… Pero nadie es perfecto, ningún país tampoco lo es. Lo que está claro es que, estar con un pueblo es querer lo mejor para él y construirlo cada día desde los ámbitos que cada uno considera oportuno.
Es muy fácil en un país como Canarias caer en el discurso derrotista. Mira cómo algunos se quieren apropiar del silbo por su influencia institucional, observa cómo aquellos violentos dicen que el garrote original lo hacen ellos, date cuenta que en algunas islas te amenazan si tocas su folclore… Canarias es un país con elementos de colonialidad en sus entrañas, lo que aquí es normal es una prolongada opresión. Pero me niego a caer en el pensamiento negativo y sigo creyendo que puede ser, al igual que el ser humano es bueno por naturaleza.
Dijo Eduardo Galeano que “la división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder”. Nuestro pueblo, aunque se haya desarrollado enormemente en los últimos 50 años, aunque nos digan que tenemos mucha suerte de vivir aquí, a pesar de los miles de motivos que tenemos para la esperanza, históricamente nos hemos acostumbrado a perder. Y eso a pesar de la falsa percepción de la victoria. No lo vemos, con limosnas se palia, pero la derrota suele ser lo habitual. Es una anormalidad los niveles de pobreza de nuestra gente, mucho antes de la pandemia, con crisis o sin crisis, con récords o sin récords.
¿Cuándo llega la nuestra? La nuestra, querida amiga, querido amigo, es ahora. Hoy. Hemos perdido porque vamos predispuestos a la derrota. Quizá no nos dejamos todo en el afán de ganar porque una derrota digna y seguir como estamos era mejor que pelear con ahínco la victoria. Pero tenemos motivos para creer en la victoria. Un ejemplo solo, la Ley Trans que se aprobó en Canarias, para que mucha gente dejara de sufrir en silencio. Mientras, en el Estado se pelean si lo llevan a cabo o no. Es solo un síntoma de que podemos ganar sin esperar por nadie, aunque ni siquiera los impulsores probablemente sean conscientes de este relato…
Lo mismo que pasó con esa ley puede pasar casi con todo. Las dependencias son extremadamente negativas y no saber caminar por uno mismo genera más infelicidad. Es la llamada zona de confort, de la que tanto hablan los memes de autoayuda de Pinterest. En esa zona vivimos mientras perdemos, mientras desconfiamos del semejante. En este Día de Canarias, quiero proponer una ventana de esperanza. Revueltos por tanta injusticia, asomarnos y observar nuestro pueblo. Luego confiar y caminar junto a él. La derrota se produce solamente cuando lo das todo por perdido.