
Cuando conocí el cine de Armando Ravelo me fascinó su deseo por llevar a cabo un cine con sello canario, por transportar la historia de Canarias a las pantallas. ¿Qué clase de loco es capaz de pensar que en Canarias puede tener tirón llevar a la pantalla la historia de Bentejuí? ¿De qué palo va? ¿Qué pretende? ¿Quiere convertir a Bentejuí en una especie de Che Guevara canario, en un reclamo publicitario que se puede llevar en las camisetas? Entre tanta imitación y tanta falta de originalidad, Ravelo era una suerte de misterioso oasis. La lógica aplastante de que la historia de Bentejuí y tantas otras historias de Canarias pueden ser atractivas en el cine, se difuminan entre complejos, subvenciones, vanguardias culturales y corrientes procedentes del mundo verdaderamente imitable a nivel cultural. ¿Cómo se pretende financiar este muchacho?
Era 2011. Entró por la puerta de Radio Guiniguada con su metro noventa y una serenidad que no intuía. Había leído y escuchado críticas feroces a su interpretación de la historia de Bentejuí, por lo esperaba guerrero, frentista, con ganas de «defenderse», si se quiere. Hay personas que se piensan que los personajes y las historias son suyas y no, pertenecen a los pueblos. Aquel corto, primero Bentejuí en formato teaser, luego Ansite, en formato cortometraje, era cine, simplemente cine. Concebí a Ravelo como un guerrero cultural. Un luchador sereno y dispuesto al diálogo. No decía una palabra más alta de los que le habían puesto palos en las ruedas. Explicó con una rotundidad lógica que, igual que Scorcese hizo películas de italoamericanos, él construía filmes de la historia de Canarias. Tan sencillo como eso.
Amante del cine de Kurosawa, entre otros, su cine fue marcando tendencia. Mah o La cueva de las mujeres, con el patrocinio de la Fundación Canaria Tamaimos, calaban entre la gente y llenaban salas. Pero había una historia que tenía pendiente: la que dio vida en el teatro con Ancestro. No sé si se lo comenté en algún momento, si lo escribí en algún lado o simplemente lo pensé, al menos en la reseña que hice en Tamaimos en aquel momento no está. Pero cuando salí del CICCA aquel sábado me convencí que aquella era la historia que estábamos esperando en Canarias. Una historia que hablaba de la época indígena, sin ser una película de guanches, surcaba el fascismo más sangriento, sin ser otra película de la Guerra Civil, y retrataba nuestro presente, sin ser un retrato vacío del mismo.
Aquello no era Bentejuí, pero tenía enganche, no era una obra religiosa, pero tenía un airé místico, no estaba concebida para llorar, pero emocionaba profundamente. Resumía, en una pieza teatral, principios que habían salido en conversaciones más o menos politizadas, en reflexiones medianamente sesudas de bar y cumplían con justicia con la evolución de un pueblo que está acostumbrado a que le cuenten su historia, como los niños pequeños. Un largometraje, había que hacer un largometraje de aquella historia.
Cuando me enteré que Ravelo, en plena pandemia, estaba rodando La Piel del volcán volví a advertir que al cineasta teldense le van los retos. Un rara avis que es capaz de construir un lenguaje propio y derribar los muros, contra viento y marea. A Ravelo le dijo algo en su cabeza que tratara de hacer cine. Él tocó la puerta con timidez, luego la golpeó y seguidamente la tiró al suelo. Ya no se le puede ignorar, ya es figura destacada en el panorama audiovisual de las islas. «En realidad ningún colonizado, ya sea como individuo o como nación, sella su liberación, conquista o reconquista su identidad cultural, sin asumir su lenguaje, su discurso, y ser asumido por ellos“ argumentó Paulo Freire, filósofo y pedagogo brasileño. Un discurso propio que ya define, con mayúsculas al valedor del Proyecto Bentejuí.
Pude ver la película el pasado mes de noviembre. Armando reunió a un grupo de amigos, críticos, periodistas y conocedores del medio para que viéramos el film y diéremos nuestra valoración. Y lo volví a confirmar: esa historia tenía que estar en las pantallas, de Canarias y de todo los rincones, porque la historia se entiende en todos lados y es exportable. La Piel del volcán juega con la memoria, con las injusticias individuales y colectivas, y con la propia percepción del espectador. Armando Ravelo, entretanto, sigue a lo suyo. Lo volvió a hacer, vuelve a dignificar la historia canaria desde el respeto y la perspectiva autocentrada de nuestro pasado, una perspectiva que vuelve a cultivar. Un trozo de memoria llevado al cine, una forma de ponernos en el mapa y gritar que sí, que aunque la nieguen, existe una historia exclusiva en Canarias.
«El eurocentrismo, por lo tanto, no es la perspectiva cognitiva de los europeos exclusivamente, o sólo de los dominantes del capitalismo mundial, sino del conjunto de los educados bajo su hegemonía. Se trata de la perspectiva cognitiva producida en el largo tiempo del conjunto del mundo eurocentrado del capitalismo colonial/moderno, y que naturaliza la experiencia de las gentes en este patrón de poder», escribe el pensador peruano Aníbal Quijano. Quijano definió su teoría de la colonialidad del poder, también aplicada a la cultura, destacando el eurocentrismo, tanto expandido como asimilado. No nos vamos a engañar, la visión importada domina nuestra cultura. En ese panorama, un director teldense, Armando Ravelo, crece guanil creando historias, haciendo cine y siendo original. Ya derribó la puerta, Armando ya está dentro.
Disfrutemos de Ravelo y de su largometraje más especial. Invita al disfrute porque le sobra intensidad, es universal porque toca la fibra de cualquier ser humano, y es perfectamente válida para llevar a centros educativos y mostrar cómo nuestra historia tiene unas características propias. Todo esto llega de manera llana y sin pretensiones, en un filme que emociona, que transporta a otros mundos y que nos pone sobre la pista que no somos el ombligo del mundo, que nuestra presencia es pasajera y a la vez eterna. Pero no con las normas que creíamos establecidas…