
El lavado de manos cambió la historia. Las pandemias se sucedían en la historia de la humanidad una tras otra hasta que alguien pensó que el lavado de manos era una solución para evitar el contagio de enfermedades. La OMS lo recomienda como un hábito saludable y hasta tiene una guía de cómo hacerlo. Parece un acto interiorizado, pero es más importante de lo que creemos. Ahora con la COVID-19 nos hemos dado cuenta de que lavarse las manos y mantenernos lejos es la receta razonable para no contagiarse de coronavirus. Eso unido al uso de la mascarilla, evita que los servicios sanitarios se colapsen y mantienen la pandemia todo lo controlada que se puede.
Sin embargo, hay cuestiones que no se desinfectan por mucho gel hidroalcohólico que le pongas. En estos días ha entrado en prisión el rapero Pablo Hasél. Pese a las miles de interpretaciones y a las presuntas sentencias anteriores, lo cierto es que entra en prisión por presunto (en este caso esa parte se obvia) enaltecimiento del terrorismo. El contenido de sus letras se pueden someter a interpretaciones, algunas incluso pueden resultar, a juicio del que escucha, de mal gusto. Sin embargo, podría interpretarse que entra en el terreno de la libertad de expresión.
Si las letras de Hasél te parecen censurables y dignas de prisión, te voy a dar un dato más: España cuenta con el mayor número de artistas encarcelados de todo el mundo. Freemuse, una ONG consultora de la ONU, incluyó en su estudio a 93 países donde hubieron 711 penas privativas de libertad. En 2019, España encarceló a 14 artistas, Irán 13, Turquía 9 o Rusia 4. Como vemos, España está muy por encima de los países de su entorno. Sí, los 14 (entre ellos Valtònyc o el propio Hasél) pueden tener letras de mal gusto y sus odas pueden ser constitutivas de delito. Pero hiede mucho y habla muy mal de la presunta democracia que nos venden.
Más en los tiempos que corren, donde un partido de la oposición con gran representación parlamentaria, fomenta el odio hacia homosexuales, mujeres o inmigrantes. Todo ello lo amparan en la libertad de expresión sin acudir a la máxima de Karl Popper y su paradoja de la tolerancia. No solo eso, sino que en pleno siglo XXI, nada menos que en la tercera década, se permite libremente una manifestación neonazi de homenaje a la División Azul. Dicen que al menos los gritos antisemitas pueden ser tomados en cuenta por la Fiscalía, no sé si con la misma diligencia y contundencia que la investigación al rapero catalán.
En Canarias hay otro rapero con letras polémicas. Se hace llamar Frankie Gee y es un artista venido a menos. Para recuperar la popularidad firma una canción titulada «Salam Malecum» que contiene frases sobre la inmigración en Canarias. Dice la canción que «no se viene a trabajar, se viene a cobrar las ayudas». Así, en la canción se mete con el gobierno, con los inmigrantes a quienes trata de aprovechados, pero eso sí, afirma que «no es racismo» en la letra. Cómo recuerda al racismo, sin embargo. Quizá eso sea un eximente. El lenguaje de la canción es soez y desagradable. Pese a todo ello, la canción sigue sonando y nadie ha hablado de procesar a este señor.
Igual no hay motivos para procesar a Frankie Gee, pero si hablamos de gustos, a alguien le podría parecer que su tema incita al odio y genera violencia. Igual que acusan a Hasél, fíjense. Hay canciones de primera y canciones de segunda en el semáforo de las incitaciones. El poder judicial actúa cuando le da la gana, básicamente, y siempre en la misma dirección. Y no hay gel hidroalcohólico que desinfecte ese hedor a podrido. Mientras tanto, Podemos sigue en el gobierno tras más de un año y la Ley Mordaza continúa en vigor. Casta decían…