Publicado originalmente el 22 de mayo de 2015
Uno de los gestos distintivos del godo es la cara de oler mierda que pone cuando te presentas y oye un antropónimo canario: «¿¡Cóoomoo!? ¡Qué nombre más raro!». Da igual que sepa idiomas, que esté viajeado o que conozca otras culturas. El godo está convencido de que la canaria no es cultura, ni nada que merezca respeto o atención más allá de lo anecdótico o lo exótico.
El godo está lleno de estereotipos. Está el que los tiene positivos. Ese te dirá: «¡Qué bonito cómo habláisss» (mientras no cuestiones sus ideas, claro está). O también: «¡Qué bonita es la naturaleza de las Canarias!». Luego está el que tiene estereotipos negativos. De su boca saldrá: «¡Qué nombre más raro tienes!» O puede que: «¿Cómo hasss dicho? ¡Uy, qué palabra más grazzziosa!».
Hay canarios que se creen estos estereotipos. Imitan su manera de hablar y, siguiendo al genial Manolo Vieira, dan lugar a situaciones del tipo: «¿Adónde váis? A la playáis». Sus frases megachachis están llenas de «he visto / he comido / he hablado». Hablan del último escándalo de corrupción en Villamundicia de Godislandia como si hubiera ocurrido en Schamann o en el Barrio de la Salud. Animan al Real Madrid o al Barcelona como si les fuera la vida en ello. Siguen a Rafael Nadal o a La Roja como si sus ídolos fueran los nuestros también.
Por supuesto que hay canarios que no compran este vulgar copialotodo. Se sienten seguros. Reivindican su cultura y saben que valen tanto como el que ha nacido al norte de Gibraltar. Cuando se presenta la oportunidad plantan cara a la última oleada de ferias de abril, semanas santas sevillanas y al yo-soy-español-español-español.
El godo es un ser singular. Y aspiro a que algún día no muy lejano sea en Canarias una especie en vías de extinción. La próxima vez que vea uno, no dejaré de acordarme de las sabias palabras de César Manrique: «No tenemos que copiar a nadie. Que vengan a copiarnos a nosotros».