
Aunque todavía no ha llegado el otoño, la bruma baja serena y tranquila a través de los pinos. Lleva consigo un silbido que deja un rumor de viento y nubes. Diviso ensimismado el paisaje desde la cumbre. Por más que lo ves nunca te deja de sorprender. Además, trae consigo recuerdos de niñez, de domingos con primos, de asaderos, de pateos, de acampadas y de alguna aventura amorosa. Si algo nos enseñó este maldito año es a recordar lo que fuimos, lo que somos y lo que seremos.
Cuando se decretó la posibilidad de salir en un radio de 1 kilómetro recorrimos caminos cercanos a casa a los que no habíamos prestado atención. Aquel sol, aquella brisa y los tomateros en ruinas (en mi caso concreto) fueron un paisaje idílico con el que nos reencontramos y rememoramos con la ilusión de la niñez. Antes, estar tanto en casa nos reconcilió con otro ritmo de vida, más lento, más dedicado, donde nos retrotrajimos a la niñez, a las manualidades, a los puzzles, a los lápices, a las películas que recordábamos con cariño, a la mirada desde la ventana o el balcón, a compartir con vecinos aunque fueran tus deseos de salir de aquella jaula de oro.
2020 ha sido un año, en definitiva, para reflexionar sobre muchos aspectos de nuestras vidas que no van bien y a valorar lo que teníamos en nuestra vida cotidiana y en lo que no habíamos reparado. Habrá quien me diga, no sin razón, que todo eso se olvidó a medida que nos adentrábamos en la nueva normalidad, se iban abriendo posibilidades y todo parecía nuevonormal. Por supuesto que yo también he percibido que no aprendimos nada de aquello, que hay quien sigue empeñado en continuar con algunas de las prácticas y realidades tóxicas que habíamos establecido como habituales y que, más que mejores, el confinamiento y el miedo a un virus desconocido nos volvió, en pocos pero llamativos casos, más irascibles, más irritables y menos humanos.
Pero no es el objetivo de este artículo analizar la sociedad después de la crisis de la COVID-19, si hay un después y no una continuidad de nuevas prácticas y prevenciones arraigadas. En aquella explanada, a los pies de un precipicio casi mágico, me paré apenas media hora en todo lo que debemos mejorar y afianzar. Si el mundo ha cambiado también cambiará la canariedad. «Así como cambia todo, que yo cambie no es extraño», dice una hermosa canción, de mis favoritas, de Mercedes Sosa.
La canariedad nunca fue una imagen folclórica y asociada a cuatro frases manidas y estancas. Tampoco lo es una posición política, me costó años comprenderlo pero ahora lo veo claro. La identidad es un proceso en camino, que parte de una realidad y va cambiando. En ese sentido, ¿está en peligro la identidad canaria? Es una pregunta recurrente y habitual. Yo creo que no. Pueden estar en peligro algunas prácticas, formas de vida o costumbres. Abogo por conservarlas, estudiarlas, valorarlas y difundirlas. Pero no es, ni mucho menos, la única arista de la identidad.
La identidad es cambiante, evolutiva y la configuran los pueblos en su tránsito histórico. Tiene muchos elementos contaminantes alrededor. Globalización, promoción de prácticas ajenas, intereses en destacar culturas vistas como más prestigiosas por varios motivos o baja autoestima. En ese sentido, tenemos un riesgo en Canarias que, seguramente, tiene mucho que ver con la frase de Laura Hillenbrand que dice que «sin dignidad, la identidad se borra». Todo eso está ahí y distorsiona la realidad.
Por eso necesitamos que agentes públicos y privados trabajen en pro de la identidad canaria con un concepto renovador, moderno, atrayente y animoso. En mi opinión, no caben discursos derrotistas, lastimosos e inmovilistas. La canariedad del futuro no la construirán nacionalismos de boquilla que no construyen nada en más de 20 años. Tampoco movimientos contentos con la marginalidad y en el que todo el diferente es un enemigo o un descafeinado. La construcción de la identidad canaria del futuro requiere de un consenso social amplio, un discurso atrayente y una apuesta por la evolución.
La identidad canaria, como todo, no puede ser inmovilista. Debe contar con una moderada evolución que se genere de forma natural a través del contacto de las influencias, tanto internas como externas. Todo lo demás será la mediocridad o el pastiche. Y, con todo, habrá que trabajar con diferencias, con contradicciones y con pruebas de pureza. En cualquier caso, la identidad canaria está viva y sigue caminando. O caminamos y la configuramos nosotros o se la apropiarán agentes oscuros. Una modesta reflexión para tomar las riendas en este 2021 que está a punto de entrar.