No puedo evitar acordarme, a las puertas de la Navidad y del cambio de año en aquel tango titulado «Cambalache». «Que el mundo fue y será un porquería -dice la letra- ya lo sé. En el 510 y en el 2000 también…». Pero 2020 es un «despliegue insolente de mala suerte -digo yo interpretando la letra- ya no hay quien lo niegue».
«Vivimos revolcados» en una pandemia, con graves consecuencias sociales, económicas y sanitarias. La letra se equivoca cuando dice que vivimos revolcados en un merengue, eso, al menos, no se puede. Pero sí atina en que es «lo mismo un burro que un gran profesor». Todos opinan, todos se quejan, todos tienen soluciones a problemas muy profundos en los que hay que escuchar a personas expertas.
Lo cierto es que la Navidad se presenta muy extraña. A la nueva normalidad ya cacareada, se suman los repuntes de casos, la situación catastrófica de Tenerife y la preocupación en Gran Canaria, expresada en la figura del presidente del Cabildo. No solo eso, se teme por la tercera ola después de Navidad. Por si fuera poco, una nueva cepa aparece en Gran Bretaña, dicen que un 70% más contagiosa. Una cepa que preocupa, que ha obligado al gobierno británico a decretar el confinamiento y que se ha extendido a otros lugares, el más cercano de Canarias, Gibraltar.
La esperanza parece ser la vacuna. O más bien, las vacunas porque hay ahora mismo tres en circulación. La de Pfizer será la vacuna que se administrará en el Estado desde este 27 de diciembre. Sin embargo, ¿ha habido suficiente tiempo para desarrollar una vacuna como esta? Lo que está claro, más allá de efectividad, efectos secundarios, etc. que las medidas para evitar en lo posible la pandemia no desaparecerán de la noche a la mañana y en todo caso será algo progresivo.
Con todo, la Navidad será extraña. Con reuniones familiares muy limitadas, sin cenas de empresa, sin comida de equipos deportivos, sin brindis con muchas personas y en un ámbito muy limitado. Lo único que espero es que estas medidas no nos traigan el individualismo, la instalación de muros entre personas u otros efectos perversos. En el lote de medidas a aparcar porque la pandemia debe ocupar el puesto número 1 está la cuestión de la identidad canaria, su estudio y defensa u otras cuestiones vitales como el modelo social y de desarrollo. Si una cosa se evidencia a cada paso es que no podemos seguir con el modelo que llevamos hasta ahora, es buen momento para hacerlo más humano. Debemos dejar claro que hay que seguir insistiendo para que el rodillo de la globalización y las urgencias no nos lleve por delante.
Unas fiestas muy extrañas, una Nochebuena en petit comité, sin saludos y con toque de queda. Quién nos lo iba a decir. ¡Ay 2020!, «cambalache, problemático y febril, el que no llora, no mama; y el que no afana, es un gil». Con todo, también se ha dado pábulo a los inmorales. «Si uno vive en la impostura y otro afana en su ambición, da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón». Cuídanse mucho, que el 2020 se acaba, pero llega el 21. Lo que venga, muy probablemente, será mejor, pero hay que construirlo.