La bruma bajaba serena. Parecía que las montañitas se habían puesto un cachorro. ¿Conocen esa imagen? Las nubes se posan, graciosas, sobre los roques. Si no la conocen, les dejará con la boca abierta. Debajo, un barranco profundo, no obstante lo llaman Barranco Hondo. Las casas en cuevas parecen algo irreal, pero configura un paisaje único. Allí llego con mi buen amigo e historiador Rumén Sosa. Vamos a escarbar en una de las historias más denigradas e infravaloradas, la oral. Como periodista le doy mucho valor, pero la academia histórica la suele minusvalorar.
Como a la historia de Canarias en general, por cierto. Nos quedamos ensimismados escuchando las vivencias de Juan Cubas, uno de los más célebres vecinos de la zona. Poco a poco, va hilando una historia que mezcla datos históricos, leyendas, costumbres tradicionales, vivencias personales y religión. «De Barranco de Abajo han salido un montón de curas y abogados. De hecho el Arzobispo de Bolivia es de aquí», asegura.
Lo que va contando Juan Cubas se mezcla, en mi caso, con una historia muy personal y que me toca muy de cerca. Barranco Abajo, sus cuevas y rincones constituyen parte de mi paisaje de infancia, de momentos felices, de trayectos con curvas, de olor a limoneros, de cola caos con los primos o de personajes que se hicieron inolvidables con el tiempo como Mima la de la tienda, Enedina, la niña irlandesa que vivía encima de la casa de mis abuelos o el propio Juan Cubas. Las historias que vivimos de pequeños tienen la magia de idealizarse con el tiempo.
Cubas nos muestra su pequeño museo etnográfico, pero para reliquia etnográfica su verbo, paciencia y su porte frente a la Ermita de Fátima. Rumén y yo terminamos exhaustos tras dos horas y media largas de conversación, pero a medida que vamos analizando la conversación nos va quedando un regusto más dulce. Comemos un bocadillo cerca de Risco Caído, con pan del campo comprado en la tienda de Mima. Qué sabíamos nosotros de lo célebre que se volvería aquella cueva mítica de enfrente con el tiempo…
Corre el año 2011. Tenemos apenas 27 años. A nuestra edad parece poco menos que una frikada sentarse delante de un señor mayor como Juan Cubas a que nos cuenta unos historias hiladas con su parsimonia y su mirada burlona. Pero, más allá del conocimiento histórico, nos une, si quieren, un romanticismo por la etnografía cumbrera, además de lazos familiares en la comarca.
Lo que era una extravagancia de frikis de la canariedad y la etnografía en el año 2011, en 2020 es una realidad refrendada por la Unesco. Aquellas montañas, que disfrutábamos mientras la gente de nuestra edad paraba en todos los centros comerciales, ahora son conocidas a nivel mundial como sagradas. Pienso todo esto con el Bentayga en frente, con el regusto de haber disfrutado de la imagen que dejan los tímidos caideros que empiezan a asomar en Lugarejos el día anterior.
Y con todo, me acuerdo de mi buen amigo Rumén Sosa y sonrío al pensar que el tesón y la creencia de que un espacio contiene un interés único, a veces tiene recompensa. No lo es todo que lo diga la Unesco. De hecho no lo tiene que decir nadie, lo tenemos que decir nosotros, basta ya de buscar refrendo exterior. Pero sí, es una pequeña victoria. Y las victorias, para los países modestos como el nuestro, son escasas. Sigamos disfrutando de ella, unos años después de haberse consumado, y pongamos el ojo en que el desarrollo de la cumbre se vehicule de forma sostenible, equilibrada y que la comandemos nosotros, por una vez.