El pasado 19 de noviembre, en plena crisis humanitaria en Canarias, el Parlamento europeo organizó conjuntamente con el Bundestag una Conferencia de alto nivel sobre la migración y el asilo en Europa. En la sesión inaugural, de dos horas de duración, intervinieron el presidente del Parlamento Europeo, David Sassoli; la presidenta de la Comisión europea, Ursula von der Leyen; el presidente del Bundestag, Wolfgang Schäuble; el presidente del Parlamento portugués, Eduardo Ferro Rodrigues; el presidente del Parlamento esloveno, Igor Zorcic; y el Director general de la Organización internacional para las migraciones (OIM), Antonio Vitorino.
En sus discursos todos ellos hablaron de retos y oportunidades de la migración para Europa, todos lamentaron la terrible pérdida de vidas humanas en el Mediterráneo, todos deploraron las condiciones de los centros de acogida en Lesbos, todos se mostraron horrorizados por el incendio del campamento de Moria. El 19 de noviembre el muelle de Arguineguín había llegado a acoger (si se puede llamar acoger a tener gente hacinada durmiendo en el pavimento) en torno a 2700 personas en 400 metros cuadrados, y la OIM calculaba que para esa fecha habrían perdido la vida unas 511 personas en aguas del Atlántico, tratando de alcanzar el Archipiélago. Sin embargo, la conferencia de alto nivel del Europarlamento y el Bundestag no dedicó ni una palabra en dos horas al drama humanitario que se viene viviendo hace meses en Canarias. Únicamente Antonio Vitorino, Director general de la OIM (un organismo de Naciones Unidas) hizo mención a las Islas de pasada, para señalar que eran la ruta más peligrosa. Es decir, en un encuentro sobre migración la UE nos ignoró por completo: a nosotros, a las personas migrantes que recibimos y a las víctimas que perdieron la vida en el Atlántico.
No pude evitar acordarme de quienes ahora claman “¡¿acaso no somos Europa?!” Llevamos demasiado tiempo propagando mensajes absurdos del tipo “el mejor clima de Europa”, “el único café de Europa”, “turista, estás en Europa”, “isla europea del deporte”, “región de Europa” con un único fin promocional, más o menos confeso, para lo de siempre: competir con otros destinos y atraer turistas. Lo malo es que no son pocos los canarios que parecen habérselo tragado también, y ahora se encuentran con que la realidad desbarata de golpe la fantasía en la que parece se habían instalado. Porque una cosa es formar parte (de aquella manera) del proyecto político de la UE y otra muy distinta creerse Europa cuando estás a 100 km de la costa sahariana y a bastantes horas de avión del continente europeo.
Del lado europeo, nuestra ubicación no ofrece dudas: les caemos lejos. Es perfectamente lógico que la crisis migratoria en el mediterráneo la perciban como propia, una catástrofe a sus puertas que no pueden permitirse ignorar porque les afecta de lleno; la nuestra no les afecta de lleno, ocurre lejos y sobre todo no supone apenas presión política ninguna, no como la mediterránea, que sigue reventando las costuras del proyecto europeo (más el Brexit, más el chantaje presupuestario de Hungría y Polonia, más la pandemia, etc etc). Los europeos tienen las manos llenas con cantidad de otros asuntos que, para ellos, son infinitamente más apremiantes que lo que está ocurriendo en Canarias. Por cierto, con España, salvando las distancias, nos pasa lo mismo.
Del lado canario, seguimos embarrancados entre Trujillo (Canarias se ignora e ignora que se ignora) y Padorno (la indefinición cultural canaria). Seguimos instalados en la indefinición porque las élites isleñas siempre se han servido de ella para sus tratos con Europa, antes con la importación-exportación, hoy más con el negocio turístico, y es así como hemos hecho nuestra la definición esquizofrénica que otros (europeos y élites canarias) han confeccionado para nosotros a medida de sus intereses: somos lejanos y exóticos, pero al mismo tiempo, Europa. Somos las islas (con lo que eso conlleva de ensoñación en el imaginario europeo) del verano constante en las que dejar atrás todo lo odioso de Europa, pero sin el fastidio ni el esfuerzo de adaptarse a otro lugar porque “somos Europa”, pero también ultraperiféricos, pero europeos, aunque exóticos, pero europeos, distintos pero iguales, por europeos. Como digo más arriba, lo peor es que esta “definición” esquizofrénica, impostada, parecen haberla asumido como propia no pocos canarios.
El truco es viejo: presentar los intereses de las élites como si fueran los intereses de Canarias. Esta es una constante en nuestros últimos cinco siglos de historia, y por ahí se puede empezar a interpretar nuestra sobrevenida europeidad militante: como reclamo turístico. También como expresión de un racismo latente poco velado, que nos lleva a rechazar esquizofrénicamente todo lo africano ¿Nos conviene esta definición a la medida de intereses ajenos a los del país? Es evidente que no, primero porque define una Canarias que no es real. Pero también por otras varias razones. Una es que no resiste el menor roce con la realidad, como estamos viendo. Nuestro entorno no es europeo, sino africano, y así lo perciben los europeos antes que nadie.
Otra razón es que el relato europeo sobre África y sobre el fenómeno migratorio actual es, en general, absolutamente rechazable, dañino y poco recomendable como para estarlo presentando como propio. En el debate europeo sobre la migración no son muchos los que preguntan por qué, y son menos todavía los que indagan un poco más allá de la respuesta cómoda y aséptica: guerra y pobreza. En Europa casi nadie se plantea cuál es la responsabilidad del continente en esa guerra y pobreza africana, nadie quiere ver hasta qué punto el bienestar europeo actual descansa sobre la explotación colonial y neocolonial. En el discurso hueco de los retos y oportunidades de la migración no se habla de la presencia abrumadora de grandes empresas europeas en mercados africanos, ni de la Françafrique, ni de la banca francesa en África, ni de las injerencias en gobiernos africanos, ni de la impresentable deuda externa, ni del excedente europeo de pollo congelado en mercados africanos a precios de derribo con los que no pueden competir las explotaciones avícolas nacionales, ni de la inundación de África de leche en polvo europea a precios de dumping que lleva al cierre a las ganaderías africanas, ni del agotamiento de los caladeros africanos provocado por acuerdos pesqueros con la UE impuestos so pena de recortar ayuda al desarrollo o retirar apoyos de otro tipo, ni de la exportación de excedentes textiles europeos que dejan fuera del mercado a pequeños negocios locales, ni de las tierras raras y los minerales necesarios para la transformación digital extraídos en condiciones indignas… Ni siquiera la Casa de la historia europea, inaugurada a bombo y platillo en un lugar noble de Bruselas como museo de la memoria e historia común de Europa hace la menor mención al pasado-presente colonial, sin el cual es imposible explicar(se) lo que es Europa hoy.
¿Es eso lo que queremos ser? Llevamos demasiado tiempo ignorando conscientemente nuestra geografía atlántica y africana, nuestra historia colonial, nuestros legítimos intereses, a menudo contrarios a los europeos, y también nuestro futuro. Canarias tiene poco que ver con los estados miembros de la UE. Para ellos estamos bastante abajo en la escala de prioridades, como es natural. Podemos seguir malgastando fuerzas y anhelos en clamar que Canarias es Europa, o podemos volver a la realidad y empezar a decidir de una santa vez qué y quiénes debemos-queremos ser nosotros, por nosotros mismos. Ha terminado el tiempo de la indefinición del hombre canario, dijo Manuel Padorno.