Cuando medio mundo mira a las vacunas contra la COVID-19 o a las nuevas medidas que aplica el Gobierno de Canarias para parar la pandemia, se desarrollan en paralelo otras pandemias: la del racismo, la indiferencia y la dejación de funciones. Pareciera que nada hubiéramos aprendido de la crisis de los cayucos del año 2006. El Muelle de Arguineguín ha superado ya el problema de Lesbos o Lampedusa, con toda la repercusión que tuvieron aquellos casos.
Con todo, un montón de seres humanos viven hacinados en el mundo occidental, pasando calor y sin protección alguna. Antes que analizar absolutamente nada, dos cuestiones básicas. En primer lugar, respetar los derechos básicos de un ser humano fijados en los Derechos Humanos, una carta vulnerada en las fotos de Arguineguín. Por otro lado, la dignidad de personas a las que se vilipendia, se ataca y son mirados como virus andantes. Por si fuera poco, también agredidos por las fuerzas policiales. Con motivo o sin él, la imagen es deplorable.
Canarias es el lugar de entrada para estas personas pero no es el destino final. Sin embargo, la situación y las imágenes de vergüenza la estamos soportando nosotros. No solo eso, somos los primeros sufridores del problema y pone a nuestra sociedad a prueba de tolerancia. Como saben, siempre habrán populismos que aprovechen esta situación para salir a la calle. Allí, personas de dudosa dignidad, unos venidos de fuera y otros oriundos, aprovechan la situación para soltar su veneno. No digo que todos sean racistas, pero sí está en el trasfondo de ese rechazo, que no se agolpa en hoteles del sur para quejarse por la llegada de alemanes o ingleses.
El Gobierno estatal no ayuda tampoco. Primero fue Escrivá, que, con toda su cara dura, se encargó de quitarse responsabilidad, ponérsela a los compañeros del Gobierno y acabó enfadándose con los que le decían lo que no quería escuchar. Luego fue Grande-Marlaska, que puso todos los parches que pudo para que la situación no le salpicara. Lo cierto es que la cuestión parece en vías de solución, pero hoy día no lo está.
No solo eso, además la situación no tiene pinta de ser la mejor. Perdónenme otra vez por ser aguafiestas, pero no creo que el lugar más digno para unas personas sea un campamento militar, casetas y camastros. Veo las imágenes de Barranco Seco y no puedo dejar de pensar en campos de refugiados. Mientras, nadie plantea que esas personas quieren llegar a otros lugares, Madrid, Barcelona, Londres, Colonia o Niza, en los que se reencontrarán con sus familias. Unos son refugiados de conflictos a los que se vulnera sus derechos. Otros refugiados climáticos, que no se pueden dedicar a su actividad porque nosotros tenemos tres coches en el garaje, entre otras cosas. Los últimos son emigrantes económicos, en un recorrido que haríamos cualquiera de nosotros si nos viéramos en esa situación.
Para más inri, se deportan a un número de ellos a Mauritania, en una acción totalmente ilegal. Mientras algún racista encubierto se queja que solo sean unos pocos, personas de Senegal o Guinea Conakry se ven en Nouadhibou, habiendo gastado todos sus ahorros en el viaje con dirección al primer mundo. Imaginen que deportan a alguno de nosotros en Alemania y sin nada. ¿Qué nos queda? Seguramente dormir en la calle y malvivir. Eso es lo que estamos tolerando con nuestra indiferencia o lo que es peor, con nuestro rechazo.
Yo no sé ustedes pero no me gusta ver ese trato vejatorio en mi país. Creo que la inmigración se puede gestionar de otra forma, con cupos, con solidaridad entre países, cumpliendo con las querencias de esas personas para llegar al destino a dónde realmente se trasladan. Somos frontera sur y eso no va a cambiar. Lo que tampoco cambia es el non vedo, non parlo, non sento del gobierno español cada vez que Canarias se ve en una situación de este tipo. El hambre en una parte de la humanidad ha sido fomentada, patrocinada y hasta promovida desde el primer mundo. Ahora no podemos hacer como que nada pasa, mientras Canarias carga con un problema que no es exclusivamente nuestro. Manifestémonos, sí, pero sin fascistas, sin curas amarillos y para que la política migratoria en Canarias sea justa con estas personas.