Hará cosa de mes y medio me dio con averiguar si Puerto Rico, una isla situada en el corredor caribeño de los ciclones tropicales, contaba con su propia agencia meteorológica, independiente del imperio. Como bien indicó Thomas Jefferson, ningún pueblo que valore a su gente permite que poderes extranjeros controlen su información meteorológica. Por eso, él y Benjamín Franklin eran obsesivos con el tema de los fenómenos atmosféricos. Claro, ellos vivían en una época en que se sabía menos sobre los factores que afectan el clima y eran nacionalistas recalcitrantes. La duda me duró por días y noches, hasta que me acordé de que mi amiga Nayda Jiménez Pérez me había sugerido la página digital del Centro Meteorológico de Puerto Rico. No tardé en escribirles con mi interrogante. La respuesta aumentó mi curiosidad sobre el tema, pero me puso ansioso:
«Saludos existe la NOAA, el Centro Nacional de Huracanes y el Servicio Nacional de Meteorología que son las agencias oficiales designadas por el gobierno las cuales emiten los boletines. Esta página Centro Meteorológico de Puerto Rico realiza análisis del trópico, con una gran responsabilidad orientamos a la ciudadanía para que tomen las decisiones correctas para salvaguardar la vida y propiedad […] también “desmenuzamos” los boletines y discusiones del pronosticador para que los ciudadanos tengan una idea de lo que puede suceder con el ciclón tropical que esté activo en esos momentos».
Espérate, me dije a mí mismo. La labor de este grupo es analizar con responsabilidad los boletines de las agencias federales y educar a la gente. ¡Ñó!, dije a lo cubano, qué labor más admirable la de ustedes. Pero, entonces, me entró la ansiedad. Ya veo por qué mi hermana, siguiendo la tradición de la gente de Guamaní, confía más en la cosecha de aguacates que en las agencias meteorológicas del gobierno federal. A los federales no se les puede confiar ni con los pronósticos del tiempo.
Intrigado, revisé el libro de Eric Jay Dolin, A Furious Sky: The Five-Hundred- Year of America’s Hurricanes. Dolin, como muchos estudiosos de los ciclones, es un ambientalista y conoce al detalle la historia de la meteorología en el Caribe. Pude confirmar, gracias al libro, que en Puerto Rico no tenemos una agencia meteorológica propia, independiente del gobierno federal. El asunto es que Estados Unidos declaró en 1898 que el tema de la meteorología en Puerto Rico era un asunto de importancia militar para el imperio. De hecho, el propio presidente imperial, William McKinley, ordenó que toda información relativa a la meteorología del Caribe pasara a manos de una agencia federal creada para ese propósito. Cuba sería la sede de este aparato imperial de información meteorológica, pues la isla hermana aún era un protectorado estadounidense. En Martinica, Barbados, St. Kitts, Panamá y Puerto Rico se establecerían estaciones de observación para suplir a los militares estadounidenses de información climática que asegurara su control del ancho mar Caribe.
¡Espérate, espérate!, volví a decir. Bueno, en realidad lo que le dije fue: «What the What?» ¿Quiere decir esto que antes del 1898 Puerto Rico y el Caribe entero estaban como en los tiempos de antaño, sin servicio de meteorología y pronosticando los huracanes con los mismos instrumentos de observación de las comunidades taínas? No exactamente, según Dolin. En primer lugar, las poblaciones originarias del Caribe tenían una comprensión valiosa del fenómeno de los huracanes. De hecho, el símbolo internacional actual de los huracanes tropicales, o sea una cabeza con dos brazos alabeados en rotación levógira, fue copiado de las ideografías en las cuevas del oriente de Cuba. Además, a fines del siglo XIX el Caribe contaban con la ciencia ciclónica y atmosférica más avanzada del hemisferio occidental. La sede de esta meteorología científica era el observatorio meteorológico del Real Colegio Belén en la Habana. What the what? se convirtió, en mi mente, en What the fuck?
La razón del avance extraordinario de la meteorología cubana a fines del siglo XIX era la presencia en la isla de un fraile jesuita entrenado en física y devoto de la observación de los fenómenos atmosféricos en el Caribe. Su nombre era Benito Viñes Martorell. Llegó a Cuba en 1870 y en seguida se puso a medir las variaciones diarias en la temperatura, la presión, atmosférica, la humedad relativa, la velocidad del viento y la localización y apariencia de las nubes. Ni la rumba ni el son, ni las playas ni los ricos cucuruchos de Baracoa, lo sonsacaban de su propósito. Pronto comenzó a elaborar lo que él llamaba leyes relativas a la circulación y traslación ciclónica de los huracanes en las Antillas. El objetivo de Viñes era dar paso a una meteorología que sirviera al desarrollo social y económico de Cuba. Para comunicar sus descubrimientos adoptó una terminología de fácil compresión por la gente. Así, a los finos velos de nube, que preceden a los huracanes en el Caribe, les dio el nombre de cirrus-stratus plumiformes o, si se quiere, «rabos de gallos», lo que era cónsono con la terminología de los guajiros. Esto lo basaba en sus observaciones y en información que obtenía de colaboradores por todo el Caribe, incluyendo a Puerto Rico.
Y es que Viñes en todo momento tenía en mente la idea de una meteorología antillana que sirviera a la promoción del desarrollo económico y comercial de todas las Antillas. Entre otras cosas, desarrolló un aparato conocido como el ciclonoscopio de las Antillas para que los capitanes de embarcaciones se orientaran en el Caribe y Golfo de México acerca de los huracanes. En 1893 compiló sus descubrimientos en un libro titulado Investigaciones relativas a la circulación y traslación ciclónicas en los huracanes de las Antillas. ¿Cuándo convenía viajar en barco de Cuba a Puerto Rico? ¿Cuándo era de elevada peligrosidad salir de La Habana rumbo a México? ¿Por qué los rezos católicos, incluyendo la oración «Ad repellendas tempestates», parecían más efectivos en ciertos meses? ¿Por qué parecía como que Dios los desoía en otros? Uno de sus temas favoritos era la ley de las rutas generales o zonas geográficas que recorren los huracanes de las Antillas según los meses:
«El viaje de la Habana á Puerto Rico, y viceversa en setiembre, y sobre todo á primeros de setiembre, es muy peligroso, porque todo él está precisamente en la ruta de los huracanes. Este viaje debiera evitarse en cuanto fuera posible».
Los cubanos tienen fama de exagerados, pero cuando se trata de su meteorología no exageran en nada. You have to give it to them. En Cuba se inicia la verdadera historia moderna de la meteorología. Y Viñes era antillano en su visión de esta.
Benito Viñes muere el 23 de julio de 1893, poco después de finalizar una ponencia para el Congreso Internacional de Científicos en Chicago. No llegó a presentar la misma. El Padre Lorenzo Gangoite lo sustituyó como director del Observatorio Meteorológico del Real Colegio Belén en La Habana. Lo que vino después es una de las historias más dramáticas de lo que representa el que un pueblo tenga control profesional de su meteorología. Gangoite continuó con los estudios y trabajos de Viñes. Esto incluía el dar predicciones acerca de la ruta de determinados huracanes en el Caribe y el Golfo de México. Las autoridades militares estadounidenses que invadieron a Cuba y Puerto Rico pronto echaron de lado, por racismo, al Observatorio del Colegio Belén.
Entonces llegó el 5 de septiembre de 1900. El padre Gangoite emitió una alerta sobre un poderoso huracán que se encontraba en el Estrecho de Florida. También indicó que la ruta del meteoro sería anómala en que, en lugar de virar hacia el este y entrar al ancho océano Atlántico, se dirigiría al Golfo de México y a Texas. Siguiendo la tradición de Viñes, Gangoite notificó a las autoridades estadounidenses. Pero estas, imbuidas según Dolin de prepotencia, lo desoyeron. Nada indicaba, según los meteorólogos del imperio, que no se tratara más que de una tormenta que seguiría el curso característico de curvear al este. Además, era imposible de que llegara a Texas, ¡Ja! Par de días después, una surgencia de más de 20 pies de altura entró en la ciudad de Galveston, Texas, destruyéndolo todo y matando aproximadamente 10,000 personas. Por aquello de que se lo habían dicho. Cuenta Dolin que eran tantos los cadáveres en Galveston que las autoridades del estado crearon a la fuerza, o sea a punta de pistola, cuadrillas de hombres negros para que enterraran a los muertos blancos, que ya se comenzaban a descomponer. Que ni para eso querían ensuciarse las manos.
En fin, ya que todavía estamos en temporada de huracanes, consiga una copia del libro de Viñes, no deje de entrar a la página digital del Centro Meteorológico de Puerto Rico y hable de vez en cuando con los vendedores y vendedoras de aguacates. Podría salvarle la vida…
Referencias:
- Dolin, Eric Jay. A Furious Sky. The Five-Hundred-Year History of America’s’ Hurricanes. New York, Liveright, 2020.
- Emanuel, Kerry. Divine Wind: The History and Science of Hurricanes. Oxford, Oxford University Press, 2005.
- Ortiz, Fernando. Huracán: Su mitología y sus mitos. México, Fondo de Cultura Económica, 2005.
- Rubiera, José: “Nada es nuevo bajo el sol”. Centro Nacional de Pronósticos del Instituto de Meteorología de Cuba. Revista Enfoques. No. 17, Primera Quincena septiembre 2017.
- Schwartz, Stuart: Sea of Storms: A History of Hurricanes in the Caribbean from Columbus to Katrina. New Jersey, Princeton University Press, 2015.
- Stoneman Douglas, Marjory. New York, Rinehart, 1958.
- Tannehill, Ivan Ray: Their Nature and History. Princeton: University Press, 1952.
- Viñes, Benito. Investigaciones relativas a la circulación y traslación ciclónica en los huracanes de las Antillas. La Habana, Avisador Comercial, 1895.