Un artículo de prensa lo ponía de esta manera: “Ten-Bel: de paraíso turístico canario a ‘Chernóbil’ de Tenerife”. Hoy en día Ten-Bel, de los primeros complejos turísticos de Canarias y España, está en ruinas. Lxs turistas y otrxs transeúntes deambulan por sus alrededores con parsimonia, mientras en silencio firman un raro contrato social ante el desastre. Un graffiti que da a la calle parece ser la queja común de todxs ellxs: “Clean this zone”. Otro dibujo, en el interior de un edificio del complejo, avisa de llevar una máscara de gas para entrar, confirmando que quizás lo de Chernóbil no fuera una exageración amarillista de la prensa. El suelo está inundado de escombros, basura y hasta bichos muertos. En el epicentro de un patio abierto de lo que antes era una zona comercial aparece un graffiti más, de una paloma, o del espíritu de una paloma muerta: “Holy Ghost” reza en la pared. Quedan las huellas de los estancos comerciales, rodeados todavía con la publicidad de las marcas de tabaco. Se hace difícil esta vez saber si hubo vida consumista en este lugar tan desolado; tanto que parece arrasado por un polvo radiactivo. No obstante, las huellas son ausencia que marcan una presencia pasada. Es una paradoja fundamental: el vacío te dice que algo había.
La presencia puede constatarse en los cuerpos dibujados en las postales de los años setenta y ochenta, donde aparece la fantasía de Ten-Bel (reducción de un enlace turista entre Tenerife y Bélgica). Aquí pasaron sus vacaciones felices aquellxs que precisaban no un hotel, ni un apartamento, sino un mundo a su entera disposición. Ese era/es el cometido de estos complejos, al redondear el significado profundo y aislado del enclave. Como los souvenirs, los complejos de esta magnitud cumplen una función primordial para con los deseos y el tiempo del turismo. Curiosamente, para llegar al souvenir, tenemos que trasladar un flujo de energía que parte de nuestra memoria inconsciente, de lo que tenemos reprimido dentro de nosotrxs. Pero esta no es la única manera de encapsular experiencia en lo material.
Para el teórico alemán Walter Benjamin, los eventos de la vida moderna pueden entenderse de dos maneras. Los dos están conectados a la memoria y se pueden más o menos concretar en: el modo consciente, que nos lleva a las reminiscencias. Y el modo inconsciente, que nos llevaría la remembranza. En el modo consciente, los eventos son percibidos como continuos, por la construcción moderna de un tiempo encadenado y fluido hacia el futuro, “convencional”. Los elementos chocantes o traumáticos son filtrados y esa memoria se convierte en experiencia “memorable”, la reminiscencia. Lo censurado se convierte en un “fósil cultural”. Lo que queda fuera no se percibe como un agujero o un vacío, pues se mantiene la linealidad del tiempo. En el modo inconsciente, al contrario, no hay eliminación de las condiciones actuales de la experiencia: el trauma entra y se mantiene con su carga. También está toda la intensidad de la experiencia vivida, junto a las condiciones estresantes que la memoria consciente no puede tolerar. Son “los archivos escondidos de las memorias de un individuo”. Este momento transitorio se convierte en una remembranza. En algún momento, la remembranza sobrepasará la reminiscencia.
Celeste Olalquiaga investiga un complejo hotelero en las Bahamas estrenado en 1995 llamado “Atlantis”. Este hotel usa el mito de la Atlántida, pero elimina la parte traumática de su derrumbe y hundimiento. Lo que queda es puro goce turístico, es decir, la forma de la reminiscencia, la del kitsch nostálgico que supone la mercantilización del souvenir. En otras palabras, Atlantis, y por extensión cualquier otro complejo turístico (como Ten-Bel), son la mercantilización o la reproducción técnica a tipo arquitectónico del souvenir. Así, dice la autora, Atlantis queda blindada en su doble imaginario, libre de las connotaciones de muerte y destrucción.
¿Qué nos puede estar diciendo Ten-Bel ahora sobre toda esta suerte de contención turística, cuando la muerte y la destrucción son harto evidentes? ¿Qué más nos pueden decir lxs turistas que pasean como si eso siguiera siendo el paraíso? Me siento bastante abrumado aquí, sentado en una esquina del complejo, mientras unas turistas adolescentes vomitan el exceso y unos yonkis rebuscan en la basura, para poder responder a estas preguntas. Pero hay algo que ellxs (turistas y merodeadores) intuyen, y lo puedo apreciar en la intensidad de sus miradas. Y es que ellxs no se quedaran en este horrible lugar para siempre, ni este lugar es el mismo lugar siempre. Está y están en tránsito. Al igual que sus cuerpos y al igual que el souvenir, la expresión de experiencia y arquitectura que representa Ten-Bel está atrapada por unas lógicas que no podemos controlar. Ten-Bel está moviéndose en los ciclos de vida y muerte más allá de las pautas duales que le hemos asignado a todo esto en Occidente. Pero esto tan putativo viene del mismo sistema que nos ha dado el valor de uso y el valor de cambio. Y el desprecio real por las cosas en favor del dinero.
Ten-Bel ha pasado de ser mercancía (con su valor de uso) a ser basura (con su 0 e intercambiable valor). En la todavía actual teoría de la basura de Michael Thompson, los objetos viajan enmarcados por la temporalidad: de transients (cuyo valor decrece con la obsolescencia) a basura, pero de ahí pasan a ser durables: objetos que se resignifican con aura (como toda pieza de museo). Así, Ten-Bel está en camino de ser un nuevo complejo de lujo, o así lo anuncian los promotores turísticos y las constructoras.