Siempre existieron, siempre estuvieron ahí. Se vistieron de críticos, de librepensadores y de rebeldes. Sin embargo, no eran más que mesiánicos borregos llevados por un dogma y uno o varios pastores que los dirigían. Primero negaron la ciencia. La tierra no era redonda sino plana. El Big Bang no existió, el mundo fue creado por Dios. Luego negaron la igualdad entre seres humanos. Los blancos son un raza superior. La homosexualidad se puede curar. Conquistamos para civilizar. Existe la selección natural, la ley del más fuerte. Posteriormente negaron la medicina. Las vacunas te inyectan virus. Yo me curo solo con homepatía, mi homeópata me cobra 150 euros por sesión.
Contienen los rasgos anteriores, resumiendo mucho, pero podría seguir con estos mismos seres que niegan a los profesionales. Un coaching hace lo mismo que un psicólogo, un instagramer lo mismo que un periodista o un youtuber lo mismo que un dietista. Son longevos, ya los conocemos. Viven afectados y se alimentan, a la misma vez, del cambio. Atacan lo que temen y llegan a lucrarse con ello. Niegan lo público o lo subversivo sin distinción según venga la corriente.
Tenían que aparecer con la pandemia y aparecieron. Dejaron rápido los aplausos para quejarse, mientras Youtube le dejó de recomendar «Resistiré». Enviaron audios subidos de tono criticando al Gobierno, a la OMS y al sursuncorda. Mientras, iban apareciendo youtubers o instagramers que empezaban a llenarlos de argumentos. «Hay que hacer…». Todos tenían la receta y el ignorante de turno te largaba los argumentos donde quisiera que te mandaran el whatsapp o pusieran el comentario en redes (estamos en pleno confinamiento, no lo olviden). Primero abrazaron la teoría de Íker Jiménez y pronto se les quedó corto.
Querían droga dura. La teoría tenía que ser más rádical y ser más frontal. Apareció Miguel Bosé y abrazaron el negacionismo. El amante bandido se había convertido en el fantasma de turno y no precisamente de la ópera. Ahora estos negacionistas, pocos pero ruidosos, buscan protagonismo. En estos días aparecieron panfletos negacionistas en Las Palmas de Gran Canaria. No solo eso, sino que, los que no lo niegan lo atribuyen a «un virus chino y comunista», coqueteando, por qué no, con el negacionismo. Son un peligro para la salud pública y como un riesgo hay que tratarlo.
Ambas actitudes, la negacionista y la conspiranoica, son primas hermanas. Responden a una situación de no aceptar la realidad. Estos seres, que responden con pataletas a sus miedos en todas las situaciones, reaccionan de esta forma a sus miedos a lo largo de la historia. La COVID-19 es una realidad. Ha matado a más de un millón de personas en todo el mundo, pero no solo eso (por si fuera poco) sino que ha cambiado costumbres y nos va a dejar una crisis económica de caballo. Podía pasar, los motivos son varios, pero negarlo con esta teoría cuñadista no es una opción razonable. Por cierto, ¿qué piensa el cuñado canario de todo esto? Ya les contaré…