Publicado originalmente el 4 de mayo de 2012
Secundino Delgado hoy estaría en el paro. No inscrito como prócer o libertador –el puesto que la Historia le debe- sino como herrero, la profesión de su padre, o trabajador de la industria del tabaco, que existió en Canarias y ya no existe. Puede uno imaginarse a Secundino como uno de esos parados combativos, que se indignan ante los abusos del sistema y los combaten allá donde los enfrenten. Es más que probable que el autor de los siguientes versos
“¿Quién, que en las Afortunadas,
por su fortuna, naciera,
viéndolas pobres, diezmadas,
de otro pueblo esclavizadas,
su libertad no quisiera?”
sería hoy, probablemente, un ecologista consecuente. Estaría en contra de las prospecciones y también en contra del Macropuerto de Granadilla.No como algunos que hoy también evocarán su nombre, sino de verdad, sin dobleces. Dijo Secundino, “Antes que nacionalista, soy libertario”, de lo cual uno deduce que también militaría en las filas por la liberación de la mujer, aunque nada nos impide a los nacionalistas estar entre ellas, todo sea dicho.
Como el abusador del General Weyler incumplió la ley obviando su ciudadanía estadounidense, para tener ilegalmente detenido sin cargos a Secundino durante más de un año, también se puede imaginar uno a nuestro paisano como uno de tantos inmigrantes en los Centros de Retención, sin papeles, conculcados sus derechos. No es descabellado imaginárselo como un joven sin perspectivas, sin estudios, recibiendo de golpe todos los fracasos de este sistema; él, que tuvo que emigrar con 14 años. También como activista en la defensa del patrimonio, él, que sintió la raza guanche como propia, no por genética sino por compartir el mismo amor infinito a la patria. O como padre preocupado por sus hijos, Darwin y Lila, sin escuela ni hospital, o su desamparada esposa, Mary Trift, hasta el día en que lo llevaron preso, esposado, primero hasta Cádiz y luego hasta la cárcel en Madrid, donde nuevamente sus derechos serían ignorados mientras enfermaba gravemente. Todos morirían pronto.
Puedo imaginarme a Secundino denunciando también las injusticias del sistema electoral, como cuando empeñó todas sus fuerzas en montar aquel Partido Popular –ironías del destino- que no podría competir mínimamente en unas elecciones dominadas por los oligarcas isleños. Puedo ver también a Secundino en los rostros y las manos de tantos paisanos que fueron a Cuba o a Venezuela y volvieron con lo puesto. O no volvieron. Él, que vivió más tiempo fuera de Canarias que dentro, y que por amarla tanto, murió por ella. ¡Vacaguaré, vacaguaré! Puedo verlo en la asamblea, en el barrio, en la cola y en la huelga. Y, por fin, sobre todo, puedo ver a Secundino Delgado en los rótulos de las calles, las plazas, las escuelas, los hospitales, los aeropuertos, del país que él soñó. Un país en pie, nunca de rodillas. Un país en el que nuestro mayor héroe pudiera ser el hijo de un herrero.
CODA: A quienes quieran conocer con mejor detalle la vida de este hombre a quien hoy honramos en Nuestra Memoria Histórica en el centenario de su muerte, les recomiendo encarecidamente el estudio crítico Canarias libre, por Manuel Hernández González, publicado por Ediciones Idea, 2006, en su colección “Textos políticos”. En mi opinión, lo más riguroso y completo que se ha escrito hasta ahora sobre el padre del nacionalismo canario, a la luz de los nuevos descubrimientos sobre su trayectoria vital y política. En internet también encontrará el lector curioso sitios de interés, como su biografía resumida en Wikipedia o textos divulgativos como el de Nación Canaria. La Asociación Secundino Centenario realiza una loable labor en este 2012 dando a conocer la vida y obra de Secundino Delgado con actos públicos. Las Palmas de Gran Canaria, Telde, Tunte, Güímar y Puerto del Rosario tienen calles que conmemoran al político canario. En Santa Cruz de Tenerife, da nombre a un parque y a un colegio. Poco nos parece.