
Se ha cacareado en exceso el término cogobernanza. Según explica Cristina Monge en un artículo, gobernanza remite en los siglos XVII y XVIII, con la llegada de las revoluciones democráticas, a la horizontalidad en la gestión del poder. Considera la autora, para comenzar el debate, que ya gobernanza por lo tanto, remite a la colaboración, al gobierno multilateral y discutido. Empero el término cogobernanza sería reiterativo.
Ahora no solo conocemos que cogobernanza redunda la idea de gobernar de manera horizontal, sino que es una burda mentira. Al menos tiene niveles. Primero decide el Gobierno central. Si es un marrón, se le puede dejar a las autonomías, a quien se vigila con mirada aleccionadora. En último lugar, decide Madrid. No Madrid en el sentido de Gobierno estatal, sino Madrid, la Comunidad de Madrid.
Desde Madrid se ha irradiado buena parte de la enfermedad en todo el Estado y me atrevería a decir que a otros lugares del mundo. Los niveles de contagiosidad en la capital de España han llegado a niveles altamente preocupantes sin que, en ningún momento, se plantearan restricciones reseñables para el territorio por separado. La segunda ola ha sido del Pino, con una cresta bestial que ha propiciado el debate de confinar Madrid. Primero coartan la movilidad al sur obrero de Madrid, en el resto de la Comunidad todo sigue igual. Y, cuando ya no es sostenible que los pijos de los barrios residenciales puedan moverse libremente mientras propagan la COVID-19, encuentran una excusa para salpicar a todas las autonomías.
Ayer las autonomías refrendaban el acuerdo al que habían alcanzado la Comunidad de Madrid y el Gobierno estatal. Para que solo Madrid no se confinara, la Comunidad liderada por la ínclita Isabel Ayuso, arrancó un acuerdo mediante el cual, según criterios epidemiológicos, se aplicaría un confinamiento automático a los municipios de más de 100.000 habitantes. Ahora mismo la situación sanitaria no posibilitaría el cierre de ninguna ciudad canaria con estas características, pero la simple amenaza, por una situación desbordada en Madrid, es un atropello a la manida cogobernanza.
Mucho se podría hablar, como apuntaba antes, del papel de Madrid en la propagación de la pandemia, también en Canarias. Aquí han entrado sin PCR, que ni está para ellos ni se esperan. Mientras, se intenta vender el concepto de los corredores turísticos seguros. ¿Qué resultado puede propiciar que se haga PCR a turistas alemanes, ingleses o suecos, como creo que debe ser lógico, si no se hace a alguien que llegue de Madrid, con una situación de semáforo encarnado? Hasta el momento que no se plantee ese extremo, lo de los corredores turísticos seguros, cuyo concepto quiere salvar la temporada de invierno, estará cojo.
El centralismo galopante durante esta pandemia ha sido palpable. Primero el ordeno y mando de un estado de alarma que se prolongó en exceso para no tener que asumir el cometido de un gobierno, negociar y hacer política. Luego nace la cogobernanza, mientras se la cargan a la primera, quizá porque es un concepto que solo nació para Madrid y para que la horda cavernícola no se ofenda. En medio de la pandemia, también para contentar a la caverna, se inhabilita a un presidente autonómico democrático, cuando se ha demostrado que aunque inhabiliten a cien, seguirán naciendo independentistas en Cataluña, quizá hasta aumentando de número.
Si este es el gobierno del cambio, del buen rollo y de la recuperación sin dejar a nadie atrás, que me guarden un cachorro. Lo de no dejar nadie atrás no se cumple cuando Canarias sigue teniendo que explicar a cada rato que es un territorio singular y que hay una importante deuda del Supremo por el Convenio de Carreteras. Lo de dejar que las comunidades hagan sus políticas sanitarias, donde tienen más experiencia que el gobierno estatal, ha sido a regañadiente. Ahora quieren meter en el mismo saco a todos para no criminalizar Madrid. ¿Por qué rechazamos tus imposiciones, Madrid? Porque, como dice la Verbena de la Paloma, «voy a gastarme en botica lo que me has hecho tú padecer».