Seguramente Artemisia Gentileschi mereció y merece más atención como artista. Representante del llamado caravaggismo (el mismo apellido del estilo, procedente del pintor barroco Caravaggio, sea injusto con su obra y la relega a una posición subalterna), Artemisia fue una artista relevante del barroco italiano, aunque durante años no apareció en los libros de Historia. «Hay que reivindicar a las mujeres artistas», «la posición de las mujeres ha sido subalterna, descubramos sus obras», «muchas obras eran pintadas por mujeres pero se le asignaban a hombres»… Todos son comentarios que corresponden con clases de Historia del Arte en la Universidad. La declaración de intenciones cuando llegaba el turno de descubrir a Artemisia, Sofonisba Anguissola o Lavinia Fontana, no coincidía con el tiempo para estudiar el resto de pintores hombres. Velázquez, Goya o Leonardo Da Vinci por sí solos llevaban más clases que todas las mujeres pintoras juntas, cuyo conocimiento se limitaba a una sesión en la que se juntaban todas en la lección. Normalmente por el día 8 de marzo, por cierto, de una forma poco natural.
Me sirve la metáfora para explicar la situación actual de la cultura. Hay temas que son universales y que, de forma más decidida que otra, son defendidos como algo necesario y defendible. Derechos Humanos, servicios públicos, paz o cultura podrían entrar en ese compendio de cuestiones a proteger de las malvadas manos de la irracionalidad. Luego, dentro de su defensa hay muchos matices, varias incoherencias y pocas voluntades decididas. Las instituciones públicas dicen defender a capa y espada la cultura. La cultura, como herramienta de conciencia y escenificación de una forma de pensar, se moldea para influir en la sociedad de la manera más soterrada posible.
Cuando la cultura no se puede utilizar entramos en el terreno de las vaguedades. En un «ya te llamaremos» continuo, la cultura es la hermana pobre en presupuestos, atención y prestación de recursos. Me contaba Javier Fuentes Feo, director de la Muestra de Cine de Lanzarote que un político lanzaroteño se le quejó de que «los artistas siempre están pidiendo y producen poco». Él respondió que el nombre del Aeropuerto lo lleva un artista (César Manrique) que encarna la imagen de la isla y que es bandera de Lanzarote en el mundo. Añadió que es contradictorio llevar un eslogan y no fomentar la cultura desde abajo. ¿En cuánto se cifrarían los beneficios que genera César Manrique en Lanzarote y cuántos personajes similares de la cultura han escuchado una letanía de ese tipo cuando se sentaron frente al mecenas?
Con la COVID-19 se ha vuelto a evidenciar que la cultura es lo primero a relegar. Podemos ir a bares, restaurantes o centros comerciales, pero no hay tantas facilidades para los eventos culturales, que se suspenden uno tras otro aunque sea al aire o haya un protocolo establecido. Primero la economía llana como la conocemos, mejor si es arrodillarnos para que vengan alemanes e ingleses, y en último lugar la cultura y la creatividad, que por cierto, también genera economía y que mantiene empleos.
En un artículo brillante, los expertos en políticas culturales, Tony Ramos Murphy y Pau Raussel, ofrecen un acercamiento a las posibilidades en un futuro próximo del sector cultural y creativo. Analizan el acuerdo plenario de Las Palmas de Gran Canaria para duplicar los ocupados en los sectores culturales y creativos. Actualmente las personas empleadas en este sector son en torno a 7.000 en la ciudad. ¿15.000 ocupados en sectores culturales y creativos en 2025 en Las Palmas? Hablamos de un cambio radical en el modelo económico de la ciudad de Las Palmas. Y, por qué no, un alivio a la previsible pérdida de músculo del turismo de masas de sol y playa.
Pero lo que me parece más interesante aún es la puerta que el texto abre para que se amplíe el radio de empleabilidad en dicho ámbito. Se pregunta el texto que si emulando el posible ejemplo palmense se pudieran conseguir 60.000 personas empleadas en el sector cultural y creativo en Canarias en 2025. Argumenta que «rompería la dependencia y respondería a esta crisis y las posteriores».
Una jugosa posibilidad que diversificaría la economía, podría servir para aumentar la autoestima de nuestra población, así como el autoconocimiento de nuestro entorno y realidad. ¿Por qué no explorar esa vía? No sé en qué contexto se debatió en el pleno municipal de Las Palmas de Gran Canaria, pero merece la pena proponer el cumplimiento del acuerdo y que se extienda a otros lugares del Archipiélago. ¿Qué es un brindis al sol? Bendito brindis al sol si instala el debate en la calle y creamos esos ansiados puestos de trabajo, se genera economía gracias a capital público y privado, y solucionamos la papeleta laboral, que nada hace pensar que vaya a solucionar la visita de unos cientos de miles de turistas este invierno.
Como gesto inicial, debieran establecerse unas medidas mínimas para que los actos culturales se celebren, aunque sean con limitación de aforo, separación y riguroso cumplimiento de las medidas sanitarias. Los eventos culturales, así como otras excepciones como la educación, son vitales para la población. Pero igual nos quedamos en la retórica de la defensa de la cultura, esa hermanita pobre…