
En este punto, Tegueste estaba tan alterado que prefirió dejar la sesión ahí. Ni siquiera quiso ayuda paliativa de relajación. Tampoco, hablar de su madre o de su matrimonio y, mucho menos, analizar el sueño que tanto le había atormentado.
Prefería coger la bicicleta que había dejado en el zaguán y pedalear hacia el monte de La Esperanza, atravesando las cumbres del norte de la isla que bordean la Cordillera dorsal de Pedro Gil.
Antes de bajar las escaleras y ponerse la mascarilla, se dirigió a mí con amargura. “¿Cómo crees que, con todo esto, puedo tener valor para escribir el libro sobre Benancorán?” Le miré a los ojos con complicidad, colmada de compasión. Él se sintió apoyado por mí y, abriendo la mochila, sacó una cita policial, acusándolo de asaltar la casa de La Hacienda de La Torre, en la Rambla de Castro de los Realejos, donde supuestamente había encontrado el manuscrito de la historia de Benancorán. No controlé mi curiosidad y exclamé:
—¿La Rambla de Castro? ¿No me habías dicho que el hallazgo fue debido a una carambola, a través de un dominico seglar que está investigando desde Salamanca el mítico Catecismo Guanche?
—¡Ya, claro! Lo que yo buscaba era algún ejemplar del catecismo guanche entre las propiedades de los descendientes de Jorge Grimón, que se había destacado por barrer, cargado de pólvora y mosquetes, a los guanches alzados de Abona, en el sur, y de Icode y Daute, en el norte de Tenerife, sintiéndose Atila.
—¿Tan atroz fue?
— Yo evito calificar a nadie. Solo te diré que, de sus cinco hijos, dos eran mujeres, una, fue hija natural, tenida con una esclava, y la otra fue Bárbola, que se atrevió a escribir: “Mi padre es hombre terrible y persona de quien tengo temor y miedo”. También sus nietos lo describen como “Hombre necio de condición cruel”. Todo esto es una mera insinuación de cómo sería su comportamiento contra los guanches. Tanto que Alonso Fernández de Lugo, el conquistador y señor de la isla, le obsequió por sus proezas con distintas propiedades, incluida la hacienda de la Rambla de Castro.
Tegueste, con toda esta historia, comenzó a sosegarse y, apoyándose en la baranda de la escalera, prosiguió con más exaltación, hablando de Jorge Grimón, cuyo apellido formaría parte de la noble, distinguida e influyente familia Navas Grimón. Él, nacido en Borgoña, fue valorado como gran guerrero “al servicio de los Reyes Católicos en contra los moros”, por lo que llegó a finales de la conquista de Tenerife como una gran estrella de las armas. Su mérito no solo estuvo en vencer a los rebeldes, usando casi por primera vez la pólvora, sino en borrar y capturar todos los vestigios del mundo guanche.
—¿Por ahí viene lo del catecismo?
—Por ahí y porque uno de los hijos, Fray Pedro, fue prior del monasterio de San Agustín de La Laguna.
(… prosigue el capítulo 5)