Frente a quienes piensan que el canarismo debe ser patrimonio exclusivo de la izquierda, a ser posible minoritaria, urge repensar el mismo como una fuerza transversal, nacional-popular, que no se represente exclusivamente a sí misma y que, integrándolos, de alguna manera supere a los partidos políticos disponibles para alinearlos con la sociedad en un horizonte de justicia social, transformación democrática, revolución sostenible, avances en derechos y regeneración ética.
Un horizonte así, ambicioso sin duda, y del que la lucha por el autogobierno es su principal motor, no puede ser el capital simbólico-cultural privativo de una minoría por muy ilustrada que ésta sea ni de colectivos de rígida autoidentificación izquierdista sino que debe expresarse, en todo caso, como una construcción colectiva de mayorías que hoy se articulan, principalmente, en torno al sistema de partidos políticos canaristas realmente existente y no otros que sólo existieran en la imaginación de algunos. Unas mayorías cuya autoidentificación ideológica es tendente al centro (no a la derecha como gustaría a unos pocos para justificar su propia existencia) y que representan, como no podía ser de otra forma, a nuestra sociedad en toda su amplitud, con sus virtudes y defectos, pero también con las enormes potencialidades que atesora.
Pensar que es posible construir ese horizonte dejando al margen a ese tercio de votantes, centenares de miles, que apoyan el canarismo en sus distintas expresiones, no sólo es ilusorio. Es condenar de facto a dicho horizonte a la marginalidad y al fracaso. O a su secuestro efectivo por sectores más a la derecha de lo que realmente está nuestra sociedad. Significa en fin cambiar influencia y presencia social mayoritaria por la tan buenista como minoritaria autocomplacencia insolidaria por la cual “vivo en mi torre, solo y no sé nada”, renunciando alegremente a la conquista hegemónica de todo el país, las ocho islas y sus ochenta y ocho municipios. Es resignarse a tener por toda política de alianzas esperar «a ver si el PSOE nos necesita». Es olvidar la batalla política para jugárselo todo al ensimismamiento sectario, a la autoadjudicada superioridad moral y, como ya hemos visto en los cuarenta años de democracia, a la irrelevancia en aquel lugar donde reside el poder legislativo en nuestro país: el Parlamento de Canarias.
La izquierda nacionalista debe ser parte fundamental aunque no exclusiva de esas mayorías por rearticular, aportando su amplio y riquísimo bagaje de experiencias sociales e institucionales, tanto a nivel municipal como insular. Su fragmentación actual entre quienes participan en un proyecto más amplio y quienes tienen un proyecto autónomo no es positiva, a mi juicio. La participación de todos es clave para que se den los necesarios equilibrios y contrapesos en un canarismo unitario y transversal, amplio y hegemónico, con presencia en todo el país. Así fue hasta hace no tanto tiempo, donde algunos de los hoy críticos con la posibilidad de reunificación del canarismo participaron y hasta lideraron cómodamente lo que entonces se dio en llamar interclasismo. Fueron candidatos, cargos, dirigentes destacados y aceptaron el envite con una altura de miras que hoy se echa en falta. Recuerdo uno que era especialmente insistente en aquello de que “hay que asumir las contradicciones”. Por eso, algunos aspavientos resultan tan poco creíbles hoy si se conoce la historia del nacionalismo de izquierdas en Canarias. En cualquier caso, todos tienen cabida y están a tiempo de ayudar a reconstruir ese proyecto en el que ya participaron. También desde la sociedad civil, fuera de los partidos pero dentro del canarismo, habrá que seguir trabajando con ese horizonte, que será de la mayoría popular canaria o no será.