No se sabe aún a ciencia cierta si estamos ante la temida segunda ola de la pandemia -los expertos insisten en que no- pero flota en el ambiente una preocupación más que justificada. Canarias está atrapada entre la miseria y la pandemia. Si no se abren los aeropuertos para la llegada de algunos turistas, la situación económica será explosiva; si se abren, como así fue, las posibilidades de preservar nuestra aureola de razonable fortaleza sanitaria, son mucho menores. Llamar a esta etapa “post-covid” no ayuda a que se interiorice la permanencia del virus entre nosotros y, por tanto, la necesidad de seguir manteniendo medidas de prevención constantes, nuevos hábitos de conducta, límites al ocio y la vida social en general, etc. Había una imperiosa y comprensible necesidad de pasar página no suficientemente basada en datos sobre el impacto de una vuelta tan rápida a la vieja normalidad. Las escenas donde se ve claramente que los turistas no reciben la misma presión que la ciudadanía canaria a la hora de seguir las normas de protección no hacen sino reforzar la idea de que se ha instalado entre nosotros un “apartheid sanitario”, por el cual nosotros nos tenemos que encerrar en casa para que otros puedan tener vacaciones y el sector turístico mantenga unas mínimas constantes vitales.
El comienzo del curso escolar, a la vuelta de la esquina, no hace sino añadir motivos para la desconfianza. Si bien es innegable que el equipo actual al frente de la Consejería parece conocer mucho mejor de qué se trata lo que tiene entre manos, se echa en falta un liderazgo más decidido al frente de un terreno tan sensible. A mi juicio, no se acaba de transmitir de manera suficiente la excepcionalidad de la situación, que requerirá, obviamente, de situaciones excepcionales que no serán del gusto de todos. ¿Hablamos ya con claridad de abrir los centros de secundaria por las tardes o preferimos seguir negando lo evidente? También soy tremendamente escéptico ante las posibilidades reales de contratación de nuevo profesorado, dadas las dificultades presupuestarias, y una bajada de ratio que no sea testimonial. ¿Se podría pensar en una vuelta también excepcional, reversible, al número de horas lectivas previo a la situación actual? Una coyuntura tan grave requeriría de otro empuje y de otra altura de miras por parte de todos los sectores educativos. ¿Es posible abordar de manera razonable y sosegada ese debate? Me temo que no y, como se suele decir, si se aplican las mismas medidas, obtendremos los resultados ya conocidos por todos.
La cuestión del liderazgo es importante. Pertenece a ese orden de cosas de las que no se suele hablar porque se pretende hacer de la política una disciplina científica, sin lugar para lo humano. Craso error. Es inadmisible, por ejemplo, tener que oír al presidente Ángel Víctor Torres diciendo que en Canarias “se va a pasar hambre”. Sonroja tal imprudencia. La gravedad de la situación merecería más contención. ¿Qué efecto pueden tener esas palabras en las personas que intentan sobrevivir y llevar todo esto de la mejor manera posible, tratando de poner lo mejor de sí mismos cada día en su ámbito de trabajo, estudio, etc.? Otro ejemplo de liderazgo fallido: si nos creemos la doble transición (ecológica y digital), que se promueve desde la llamada Next Generation, no parece de recibo que el Cabildo de Lanzarote, en una jugada más mediática que efectiva, contrate a tres economistas tirando a conservadores (Lacalle, Díez y Sebastián), menospreciando a las dos universidades públicas canarias, el Gabinete Científico de la Reserva de la Biosfera de Lanzarote, profesionales independientes que ejercen en las islas, etc. para encargar un etéreo estudio que, con suerte, dormirá el sueño de los justos en algún despacho, si es que se llega a hacer algo más que un copia y pega. Parece funcionar la primera institución lanzaroteña con el desnorte propio de quien quiere presumir y gastar (dinero público) teniendo la casa sin barrer. ¿De verdad que esto era el cambio de paradigma que iba a traer un acontecimiento de trascendencia tan enorme como el que estamos viviendo? Porque recuerda sospechosamente a la habitual mediocridad de algunos políticos locales, siempre más preocupados por el efectismo barato que por usar los considerables recursos de los que disponen para transformar la realidad, dibujar nuevos horizontes, proponer caminos no transitados,…
Este tipo de salidas y jugadas no contribuyen a generar el clima de responsabilidad y la perspectiva estratégica necesaria para unir a toda una sociedad en torno a un objetivo común. Chirrían enormemente con un momento histórico que exige otra altura. Ni el timple de regalo a Pedro Sánchez (¿con qué motivo?) puede afinar con tanto ruido de fondo. Veremos si en las próximas semanas el ruido se convierte en insoportable o vamos encontrando algo de sosiego, un sosiego en el que el sufrimiento no acabará pero será ligeramente soportable si sentimos que no estamos solos.