Los problemas son inevitables, pero hay veces que vienen unos tras de otros como olas sin tregua. La historia del artículo de una mujer tildada de progresista contra su obra había agotado a Tegueste. Le generaban, a la vez, llamaradas de rabia e impotencia, porque se repetían los mismos ataques que en el pasado, sin base, si motivo y de forma torticera. Para encontrar consuelo y alternativas, intentó consultar y recibir el apoyo de Toni Pueyo, el jefe de su departamento de Historia en la Universidad, donde tenía un contrato de media jornada como profesor asociado, pues su verdadero trabajo lo realizaba en un instituto de enseñanzas medias.
Concertó con él desayunar en el Benidorm, un bar popular, en la plaza Doctor Olivera, en memoria del que fuera director del antiguo Hospital de Dolores, por su labor denodada durante la epidemia de gripe que asoló a La Laguna (Aguere) en 1918 y por la cual el propio doctor perdió la vida.
Tegueste estaba tan alterado y esperanzado que llegó media hora antes a la plaza, que se encuentra en el costado principal de la Iglesia de la Concepción, siendo de las más antiguas en la isla.
Lo más distintivo de la Iglesia de la Concepción es su torre de piedra, color negro volcánico, en forma cuadrangular, truncada y rematada a modo de corona, con aire de fortaleza y victoria.
Está en la zona alta de la ciudad, muy cerca de la que fuera la primera vivienda del conquistador, Alonso Fernández de Lugo. Cerca se encontraba el antiguo lago que servía de abrevadero al ganado. Aguere, por lo tanto, era el lugar ideal, para que el conquistador la convirtiera en asentamiento capital de la isla, por ser llana, tener agua y estar retirada de la costa, evitando así el asalto de los piratas.
Por allí se encontró, desde muy temprano sacando fotos, a la siempre sonriente Angélica, muy amiga suya, aunque crítica con su obra, porque, según decía: “Esta es la ciudad de los Adelantados, de nobles y de artesanos. ¿Para qué sigues con esa majadería de los guanches, si los guanches ya desaparecieron?”. Ella es una fotógrafa enamorada de La Laguna, sobrina de uno de los tantos curas con paraguas, deambulando por sus largas calles húmedas, imagen con la que la tradición dice que Unamuno caricaturizó a esta ciudad en época pasada.
Tegueste explicaba a Angelica que él no se torturaba por los hechos pasados, ya imposibles de modificar, pues aceptaba la realidad actual, fruto de una conquista con la correspondiente colonización, de la que él, a pesar de tener madre sueca, y, por parte de padre, hasta ser posible descendiente de conquistadores y de guanches, o de ninguno de los dos, se sentía en la obligación de preguntarse:
—¿Qué derecho tenían los europeos y, en concreto, los españoles para arrebatar a los guanches sus tierras, ganado, familia, cultura y vida?
—Creo que esa, Tegueste, es una pregunta caduca, solo puede producir insatisfacción inútil —le echaba en cara, una vez más, Angélica— ¿Qué consigues con eso?
—“Agua pasada no mueve molinos”, decía mi tío. ¿Qué soluciona ya eso a los guanches vencidos y desaparecidos?
—Lo mismo que soluciona la reparación de tantos judíos extinguidos como víctimas del nazismo. ¿No piensas que debe existir mayor conocimiento sobre el mundo guanche del que forma parte las raíces del actual pueblo canario? ¿No crees que debe existir una educación más crítica, tanto escolar como social, sobre la crueldad de los conquistadores? ¿No crees que no deben ser exaltados como héroes? Eso no quita para reconocer los valores y beneficios creados a través de la colonización.
—¡Mira que eres majadero! Eso ya lo estudian en el instituto y universidades
—¿Desde cuándo? Tú sabes que la ignorancia es inmensa. No te quiero poner en un aprieto, pero tú, que eres maestra, ¿sabes para qué servía y de dónde sacaban la llamada mermelada “charcequén” o cómo elaboraban la mantequilla? ¿Usaban los guanches arcos y flechas? ¿Qué era una añepa o un banot? ¿Para qué servía la leche de la tabaiba? ¿De dónde viene el nombre de bailadero o baladero? ¿En qué consistía “el tabú de la sangre”? ¿Qué importancia tiene el conocido “Pleito de los naturales”? ¿Por qué practicaban “el suicidio ritual”? ¿Quién fue Bentor? ¿Cómo se llamaba el último de los menceyes alzados?
—Bueno, bueno… Tampoco necesito saber lo que me preguntas, pero lo que si tengo claro es que no hay nadie, a menos que esté loco, que tenga sentimiento de pertenencia a ese mundo indígena, que a ti tanto te gusta llamar “guanche”
—Me gusta llamarlo así, porque hay una clara tendencia a hacer desaparecer y ridiculizar, como un vestigio más, la palabra “guanche” por ser, hasta ahora, el mejor símbolo que ha representado de forma genérica a los naturales de estas islas… Las palabras, Angélica, no son inocentes. Es lógico que no exista sentimiento de pertenencia al mundo indígena, pero sí, sentimiento de referencia experiencial o empatía en mucha gente canaria desde tiempos remotos. Por eso creo que hay que recuperar la dignidad del mundo guanche.
—¿No está recuperada? Yo veo que en Candelaria hay una larga fila de esculturas guanches como si fueran santos.
—Pues mira, eso son de los pocos gestos en honor a su pasado… Pero, dime: ¿Cuántos libros o escritos hay que analicen y denuncien las técnicas para borrar del “disco duro” la cultura del pueblo indígena? —suspiró.
—Si sigues así, me vas a borrar el mío —respondió con sorna Angélica, despidiéndose cariñosamente.
Es comprensible que Tegueste se revolviera de incomprensión, siendo hijo de madre sueca que, precisamente allí, había conocido cómo, en ese país, en vanguardia del desarrollo, se rememora el pasado vikingo. No solo en museos vivos a través de la inmersión en la historia de una familia, restaurantes o granjas reconstruidas con ese recuerdo étnico, sino hasta el punto de recuperar las vivencias y ceremonias del ásatrú, una tradición pagana que rinde culto a dioses como a Odín.
Por no hablar de los pueblos, con marcadas diferencias étnicas, visualizadas en los grupos indígenas en la población, como ocurre en Perú, México, Bolivia y muchos otros países de América, Asia o Australia, o el caso, de los pueblos sin visualización indígena, como celtas, vascos o escandinavos que rememoran y potencian su pasado y presente étnico.
La plaza del Doctor Olivera, hoy, es un punto de encuentro popular, mientras que él empezó a verlo con los ojos de los laguneros de la primera mitad del siglo XX, pues era el centro neurálgico de comunicaciones: tranvías, guaguas y lecheras. Sí, a través de esa imagen veía mejor al pueblo vivo de antaño. Hombres envueltos en mantas de la cumbre, fumando en cachimba, y lecheras, mujeres, embajadoras del campo, que venían desde muy temprano a la ciudad, con los primeros rayos de sol, después de ordeñar el ganado, cargadas de grandes cacharros con leche, pasando por veredas y atajos, casi intransitables, para el reparto diario, yendo con los burros de acá para allá, con tal de que los vecinos pudieran desayunar con leche fresca.
Mientras paseaba, Tegueste no dejaba de torturarse, relacionando los lugares que iba recorriendo con el artículo manipulador que ponía en su libro afirmaciones que jamás él había escrito y lo dejaba como un escritor infantil y de poco rigor. Su discurso mental tenía el mismo ardor que soltaría si hubiera estado en un congreso académico o en la sala de un juicio. Concretamente, venía a argumentar:
“Yo no he debatido si los guanches eran o no “buenos salvajes”, pues habría de todo, pero he señalado cuáles eran sus aspectos negativos y positivos, y respecto a estos, me ceñí a las valoraciones que de ellos habían escrito los cronistas. ¿Eso era defender la teoría del buen salvaje? Según eso, ¿cuántos son los países que no idealizan a sus antepasados o a su historia? Incluso, le llegaba a su recuerdo, sin ninguna crítica, los numerosos libros institucionales y bien encuadernados en honor al recuerdo de casas nobles, familias, linajes y palacios de descendientes de los conquistadores.
En ese recorrido mental, aprovechando que la iglesia estaba abierta, con ese pensamiento agrio, Tegueste entró en el templo. Echó un vistazo a los techos artesonados de madera tallada y al púlpito barroco de madera de cedro del artista francés Verau, en que un águila, que representa a San Juan Evangelista, se posa sobre la bola del mundo, a quien rodea el mal, simbolizado por la serpiente. La serpiente, rodeando al mundo, le revolvió aún más, porque lo asociaba con todo lo que estaba viviendo. Sin embargo, su verdadero interés estuvo en la capilla, debajo de la torre.
Allí resaltaba la pila bautismal de cerámica sevillana del siglo XV, traída por el Adelantado Fernández de Lugo, donde bautizaron a los guanches, cuyos nombres y apellidos solían ser el de sus padrinos europeos.
Ellos no tenían problema en ser bautizados, el problema lo tenía los españoles al comprobar que seguían con sus costumbres y creencias anteriores, como la adoración al Dios sol, Magec y que, según parece, de ahí deriva la palabra “mago” con que despectivamente se denomina a la gente del campo.
Dado este fracaso de evangelización, se dictaron normas para que los guanches no se fueran a vivir a los campos, sino que vivieran en poblados, trabajando como criados de los nuevos señores, pues así imitarían las costumbres cristianas de sus dueños.
A Tegueste eso le irritaba aún más, al pensar que esos criados, en gran número, fueron reducidos a esclavos.
Por lo tanto, el bautizo, más que la conversión al cristianismo era la conversión a una nueva forma de vida. Sobre todo, le indignaba que inculcaran en ellos la vergüenza por sus propias costumbres.
Tegueste salió del templo y se puso a recorrer el paseo que media entre la iglesia y la plaza Olivera, un paseo ajardinado con la estatua en bronce de Juan Pablo II, regalo de una asociación polaca. En realidad, es un paseo tribuna que, en el pasado, se utilizó como osario, a causa del número de difuntos provocado por las epidemias, que sobrepasaba la capacidad del templo, lugar de enterramiento, hasta que esta práctica fue prohibida en el siglo XVIII.
Desde el paseo, Tegueste trataba de divisar la llegada de Toni al bar. Confiaba en él, en sus sugerencias y apoyo. Eso aliviaría su agotamiento de tanto luchar por sus ideas y defenderse de tanto ataque incomprensible.
En ese instante, en el paseo-tribuna, se encontró con Christma Flores, otra profesora de su departamento, que trató de escabullirse al verlo, pero se vio obligada a saludarlo. Él, obsesionado con el artículo que había sido crítico contra él, quiso desahogarse con ella, pero, apenas le prestaba atención, sin embargo, le asombró que se atreviera a soltarle: “Esto son cosas que solo ocurren en Canarias. Jamás hubiera pasado en Cataluña o el País Vasco” y, con la misma, salió disparada.
A Tegueste le extrañó que Toni tardara tanto y se entretuvo mirando las palmeras, los remates de balaustradas, los maceteros y parcelas ajardinadas… Al final, lo vislumbró por la gorra que usaba para cubrir su calvicie, se acercó, lo saludó y le invitó a sentarse en una de las mesas de la terraza, pero Toni miró para los lados, incómodo, evitando ser visto acompañado por Tegueste. ¿Por qué? Lo ratificó cuando él le propuso trasladarse a la calle del otro lado de la iglesia, a la cafetería Palmelita, cerca de la calle Belén, en un rincón más resguardado. Tanta cautela sorprendió a Tegueste quien le expuso el problema, esperando su complicidad, pero Toni Pueyo, de entrada, reaccionó así:
—Bueno, se trata de una interpretación que ella da de tu libro, como cualquier otra opinión que alguien puede hacer. Sin embargo, me sorprende, para lo reflexiva y concienzuda que ella es, incluso comprometida social y políticamente.
—¿Interpretación? Lo que tú llamas interpretación, yo solo veo manipulación… A ver cómo te lo explico: Yo no he escrito, en ninguna parte, que de las tipologías físicas de los guanches se derivaran cualidades morales, tal como ella señala en su artículo en Estudios Atlánticos, una revista científica seria, donde, sin saber por qué, se atreve a concluir: “Empezando por el final de la cita, es como mínimo pasmoso que se incluya una apreciación de corte moral en una descripción de corte fundamentalmente antropológico”.
—La valoración es sensata, pero ¿seguro de que no has escrito algún párrafo donde se pueda inferir eso?
—En absoluto, pero ¡ni loco! ¿Cómo voy a decir o pensar eso? En la entradilla del capítulo donde hablo de los guanches, enumero, al estilo periodístico, los dos o tres aspectos más genéricos y divulgativos que se han atribuido a ellos, las características físicas, el ser personas nobles o luchadoras por la libertad, etc. Pero ella hace la trampa de convertir la yuxtaposición en causa-efecto. ¿Es eso científico? ¿Eso es ético?
— Claro que no, pero yo conociéndola como la conozco, estoy convencido que no lo ha hecho con mala intención, sino que, influenciada por el enfoque crítico a la concepción roussiniana del “Buen Salvaje”, ella ha visto en tu libro un posible ejemplo para hacerlo encajar en esa teoría.
—Pero ¿te parece bien?… Lo más indignante es que ya no solo interpreta, sino que pasa al plano “inquisitorial”, sugiriendo su eliminación: “Lo sorprendente de esta historia es que aún podemos encontrar afirmaciones como esta en importantes plataformas de divulgación del conocimiento” (y cita mi nombre y mi obra).
—Un poco atrevido por parte de ella…
—¿No es grave que una persona, que tú conoces, pero yo no sé quién es, que presume de progresista, feminista y todo lo demás, me critique por dar una imagen idealizada de los guanches, habiendo detallado en mi libro sus aspectos positivos y negativos, y cuando hablo de los positivos, me limito a reproducir literalmente las valoraciones que hacen los cronistas de la conquista?… ¿Qué tengo que hacer? ¿Censurar lo que dicen estos?
—Es bastante extraño, de todas formas, piensa que su tesis fue dirigida por la que hasta ahora ha sido Consejera de Educación del Gobierno de Canarias. Pero ¿qué es lo que realmente dices de positivo sobre los guanches?
—Solo te voy a leer el inicio del párrafo ¡Fíjate bien! Lo que digo: “Existe la tendencia a imaginar a los hombres primitivos, idealizándolos, como teoría del buen salvaje. Sin embargo, en el caso de los guanches, quienes los describen son los propios conquistadores y su valoración casi siempre es elevada”.
Luego, Tegueste siguió leyendo cómo Bontier y Le Verrier, cronistas de expedición de Bethencourt, primer conquistador de las islas (1402), expresaron la conocida frase de “Id por todo el mundo y casi no hallaréis en ninguna parte personas más hermosas ni gente más gallarda que la de estas islas, tanto hombres como mujeres, además de ser de buen entendimiento si hubiese quien los cultivase”.
—Sí claro, ya conocemos la frase… Pero ahora, en broma, entre nosotros: ¿no crees que estos frailes normandos se pasaron un poco en sus elogios sobre los guanches?