Publicado originalmente el 13 de abril de 2017
Decía Manolo Vieira en uno de sus monólogos que la Semana Santa es época de recogimiento. Unos se recogen en Playa del Inglés, otros en Playa de las Américas, otros en Jandía… El humorista quería mostrar así la sociedad cambiante y plural que estaba surgiendo, en la que la religión ya no tenía el peso específico de épocas pretéritas. Ahora son menos los que van a procesiones y más los que se recogen en las zonas turísticas de las islas, cuando no pueden salir de viaje.
Asociada a esas zonas turísticas y al aumento de la población derivado de los servicios que proporciona, también ha sido determinante la variante demográfica en el Archipiélago. La población ha aumentado exponencialmente. Según datos del ISTAC (Instituto Canario de Estadística), la población canaria, a datos del 2016, es de 2.101.924. Si lo ponemos en perspectiva, en el año 2000 era de 1.716.276 y ya se empezaba a notar ese aumento poblacional. Antes del arribo masivo del turismo, en 1970, Canarias tenía 1.125.442 habitantes. En 1950 la población era de 807.773. Por lo tanto, entre 1950 y el 2000 la población se duplica, relacionada claramente con el turismo. Entre el año 2000 y el 2016, crisis de por medio, el censo aumenta en casi 400.000 personas. Si ya ponemos en relación el aumento poblacional en un siglo, observamos que la población pasa de 364.408 en 1900 a 1.716.276 en 2000. En Canarias, en este siglo de diferencia, se multiplican los habitantes casi por 5. No siempre fue así, tanto en cuanto en 1768 los canarios censados eran 155.763, mientras 132 años después el incremento es poco más del doble. Este domingo el periódico Canarias 7 destaca en portada que Canarias aumenta en unas 300.000 personas su población este año, lo que añade casi una población del tamaño de Las Palmas de Gran Canaria a los habitantes del Archipiélago. Todo ello asociado a los récords turísticos y a la llegada masiva de visitantes.
La conclusión es que el siglo XX fue el pistoletazo de salida hacia un gran desarrollo poblacional en Canarias, sobre todo a partir de la mitad de la centuria. Dicho incremento está claramente influenciado por la llegada del turismo. Las islas centrales, Gran Canaria y Tenerife, ya eran las más pobladas antes del XX. En dicho siglo experimentan un crecimiento importante. Tenerife tiene 137.302 habitantes en 1900, 321.949 en 1950, 709.365 en 2000 y 891.111 en 2016. La población tinerfeña se multiplica por 5,16 en una centuria, entre 1900 y 2000, superando la media canaria. En Gran Canaria la población en 1900 es de 128.059, en 1950 de 334.986 (superando a Tenerife), en 2000 de 741.161 (vuelve a superar a Tenerife) y en 2016 de 845.195. Entre 1900 y 2000 los grancanarios se multiplican por casi 6.
El mismo patrón encontramos en Fuerteventura y Lanzarote, las islas más orientales. Fuerteventura presenta 11.662 habitantes en 1900, 14.240 en 1950, 60.124 en 2000 y 107.521 en 2016. Entre 1900 y 2000 la población se multiplica por 5,15. Sorprende aún más que entre 1950 y 2016 la población se ha multiplicado por casi 8. En Lanzarote se contabilizan 18.331 personas en 1900, 30.751 en 1950, 96.310 en 2000 y 145.084 en 2016. Entre 1900 y 2000 los lanzaroteños son más de 5 veces más, lo que está por encima de la media canaria. Entre 1950 y 2016 incluso no llega al aumento por cinco de la población. Cabe destacar que ambas islas experimentaron leves descensos poblacionales en el período de crisis económica, unos descensos que se están recuperando con creces.
A todo esto hay que añadir la población flotante, el turismo. Cada mes vienen a Canarias en torno a un millón de visitantes. El pico más bajo de los últimos tiempos, siempre según los datos servidos por el ISTAC, corresponden a mayo de 2016 con 898.875. El pico más alto lo encontramos en octubre de 2016, mes en el que entraron 1.270.466 visitantes. Los últimos meses contabilizados, enero y febrero de 2017, mantienen la tendencia alcista con 1.193.419 y 1.183.960 respectivamente. Hay que recordar que estos números solo cuentan entradas de turistas durante un mes y no contabiliza los que se mantienen durante largas temporadas, que van desde uno hasta seis meses.
Desarrollo
Todo esto viene en relación a tres cuestiones actuales: la construcción del primer tramo de la carretera de La Aldea, en Gran Canaria, la Ley de Islas Verdes, asociada a la Ley del Suelo, en La Palma, La Gomera y El Hierro y a las declaraciones del vicepresidente del Gobierno Pablo Rodríguez, que pretende reubicar a residentes de zonas turísticas en otros lugares. Una cuestión de Perogrullo, la presión de toda esta población, que aumenta de manera desaforada, lo mantiene un mismo territorio. Un territorio limitado, finito, solo islas con recursos limitados. Pues aun así, todavía se plantea continuar con un desarrollo, que más que sostenible se presume insostenible.
Con gran bombo y platillo, la semana pasada se inauguró el primer tramo de la carretera de La Aldea, la que va del Risco de Agaete al pueblo del oeste grancanario. Una necesidad histórica, perentoria, pero a uno le queda el mal cuerpo de que tuviera que ser destrozando tramos dentro del Parque Natural de Tamadaba. Ben Magec plantó cara al mismo con un proyecto alternativo, que fue regularmente ignorado y abandonado por la propia organización que lo proponía, a tenor de los acontecimientos de los últimos años y la falta de debate acerca del trazado final.
Aparcando este lamentable error, la carretera ya está hecha, aunque vaya usted a saber qué intereses había en que estuviera cerca de ciertos tramos, sobre todo costeros. A la voz de ya, empezarán los próceres del desarrollo a proponer hoteles en el bando costero que conceda el progreso a La Aldea. Para empezar, miles de grancanarios visitaron el fin de semana el municipio alejado de la capital, como dice la popular canción. Deseo que el progreso de La Aldea se quede ahí, en el encanto de sus calles, su interés etnográfico, sus buenos restaurantes, sus exuberantes paisajes, su embaucador paseo marítimo y no camine por la senda de la destrucción del sur de la isla. Sin embargo, la justificación de los indicadores económicos, el anhelo por recibir una parte de la dulce tarta del turismo y los planes de los especuladores que ya arrasaron una parte de la isla, no hacen augurar buenas ideas de sostenibilidad. En el horizonte la moratoria turística y los empresarios presionando para construir hoteles de 4 estrellas de planta nueva, en pos del “desarrollo”.
En la misma isla, en Gran Canaria, el vicepresidente Pablo Rodríguez plantea trasladar a los residentes en zonas turísticas fuera de ellas. Es un viejo anhelo del sector hotelero, que pretende reservar “la joya de la corona”, como así definió Rodríguez a esas zonas turísticas en el sur grancanario, para meter más y más turistas. Sumen ustedes. Los residentes en esas zonas tendrán que ser trasladados a otros lugares, en una isla con muy poco espacio. Allí se alojarán los turistas que quepan, sin control. Luego quieren construir hoteles de planta nueva. Y todo eso en una isla que tiene una densidad de población de 543,45 hab./km². Si tomamos Gran Canaria como territorio autónomo, estaría en el puesto 23 en el ranking de territorios con más densidad de población del mundo, por encima de San Marino. Ya que nos miramos tanto en el espejo español, solo Madrid y Barcelona tienen tanta densidad de población como Gran Canaria. Hablamos de grandes ciudades y sobre todo, territorios continentales.
He dejado pendientes, adrede, los datos poblaciones de las tres islas occidentales: La Palma, El Hierro y La Gomera. La Palma tenía una población de 19.195 habitantes en 1768, en 1900 ya eran 46.503 palmeros, en 1950, 67.225, en 2000, 82.483 y en 2016 baja la población a 81.486. El aumento poblacional entre 1768 y 1900 fue de más del doble, mientras que entre 1900 y 2000 no llega a duplicarse, cambiando la tendencia de las otras cuatro islas antes mencionadas. Si hablamos de La Gomera, sucede algo similar. En 1768 son 6.672 gomeros, en 1900, 15.762, en 1950, 29.899, en 2000, 18.300 y en 2016, 20.940. Como vemos, hay un bajón importante de población entre 1950 y el año 2000, probablemente por la emigración gomera a otras islas, especialmente Tenerife, atraídos por el fenómeno del turismo. Algo similar sucede en El Hierro. En 1768, 4.022, en 1900, 6.789, en 1950, 8.723, en 2000 baja a 8.533 y finalmente en 2016 aumenta hasta 10.587. El factor común de las tres islas es que, al no arribar el turismo hasta los últimos años, no fueron partícipes de la primera oleada turística, tras la mitad del siglo XX. En cualquier caso, el turismo que se expande en las últimas décadas, es un turismo moderado, limitado, con marcado carácter rural y relacionado con valores naturales, paisajísticos y gastronómicos, más que en el binomio que triunfa en el resto del Archipiélago, el sol y la playa.
Pero los cantos de sirena empiezan a llegar a las islas más occidentales. Con la Ley de Islas Verdes se pretende construir en zonas rústicas hoteles e infraestructuras turísticas que sean de interés general para la isla. Sabemos qué marca el interés general en estos casos, siempre está asociado a lo que desea el árbitro. Con la Ley de Islas Verdes se plantea que La Palma, La Gomera y El Hierro entren en el juego de la destrucción masiva en nombre del turismo. O lo que es lo mismo, la construcción en territorios protegidos, que abra el juego que todos sabemos cómo termina: con más instalaciones, con más “necesidades”, con la llegada masiva de visitantes, con el deterioro de la naturaleza, con una presión excesiva sobre el territorio… Sobre todo en La Palma, donde se proyectan varios campos de golf y hoteles en zonas de discutible legalidad, como un campo de golf en una Zona Especial de Protección para las Aves. De hecho, en opinión del consejero en el Cabildo de La Palma, Dailos González, la Ley de Islas Verdes, como modificación de la Ley 6/2002, está destinada a evitar sentencias judiciales, como la sentencia del Tribunal Supremo que tumbó el Plan Territorial Especial Turístico. Por lo tanto, buscan hacer legal los chanchullos de toda la vida y convertir las islas verdes en islas grises.
Conclusión
En el territorio nos va la vida. Es lo único que tenemos. Somos islas, finitas, limitadas y las estamos sometiendo a una presión excesiva, con una importante destrucción del territorio, los progresivos aumentos poblacionales, que se multiplican por 5 en un siglo, como media referencial para Canarias, y el aumento sin control de la llegada de visitantes, nuestras islas cuentan con graves riesgos para el futuro. Además, la idea es seguir esquilmando lo que queda. Al oeste de Gran Canaria en breve, llegando a la costa, a las islas occidentales, únicas que se salvan de la construcción masiva y los importantes aumentos poblacionales. Se trata de evitar las medidas diseñadas en pro del desarrollo, los resultados si seguimos este camino, pueden ser catastróficos. En el medio tenemos nuestra verdadera riqueza, es nuestro sustento de vida y aquí vivimos. Es reclamo turístico y es marco de nuestra vida. Si no miramos nosotros por él, no lo va a hacer nadie. Aunque parezca un tabú, es el momento de tomar medidas para proteger nuestro territorio.