
Desde el salón, a lo lejos, pude oler su fragancia. Mezclaba sudor y Jean Paul Gaultier a partes iguales. Antes había escuchado el tubo escape de su todoterreno mientras aparcaba. Desde la entrada, aleccionaba a su mujer sobre cualquier cuestión. «Ding dong», sonó el timbre. Frente a mí, un hombre de metro setenta y ocho, pelo corto, entradas, fortachón y con una prominente barriga cervecera, que se exageraba porque llevaba el polo azul marino de Pedro Del Hierro por dentro del pantalón. Del susodicho pantalón beige sobresalían las llaves de su coche con un llavero con la bandera de España. Nada nuevo, salvo su mascarilla. No podía ser de otra forma: negra con los colores de la rojigualda. Pareciera sacada de la Guerra del Rif en los años 20 y la hubiera firmado el mismísimo caudillo.
«Hombre, cuñao, estás más gordo. Te tomaste en serio el confinamiento jajaja», señaló con su sonrisa bobalicona. Lo cierto es que él sí que había engordado. Aprendió a usar el Zoom solo para cenar delante de nosotros su jamón de 65 euros el kilo, su Rioja reserva del 2010 y su queso Gran Capitán, mientras despotricaba del gobierno, de los sanitarios y de todo lo que tuviese que ver con esta crisis. «¿Me puedo quitar la mascarilla, cuñao, o me vas a obligar como el gobierno progre?», primera punta. Se sentó ruidosamente en la silla y me preguntó cómo había pasado el confinamiento. «Preocupado, como todos, pero bien», respondí. «Al final las feministas lo consiguieron, ¿viste?», afirmó. Yo extrañado pregunté qué habían conseguido. «¿Qué va a ser? Acabar con un montón de españoles. Eso sí es terrorismo, el maldito feminismo», respondió.
Recordemos dónde habíamos dejado a nuestro cuñado. Fue un convencido votante del Partido Popular de Rajoy «a pesar de ser blando». Luego se cambió a Ciudadanos, «Albert Rivera es el nuevo Adolfo Suárez». Posteriormente se pasó a Vox. Eran tiempos de ser más radical a su juicio. Pero nunca dejó de ser un facha de banderita en ribetes y discursos reaccionarios. «A ver si alguien mete en la cárcel a Pedro Sánchez y Pablo Iglesias por la gestión del coronavirus. Han matado más rápido que ETA», comenta. «Nos tuvieron encerrados dos meses y la gente sigue muriendo. Yo iba tres veces a comprar el pan…», presume. Mi cuñado tiene un caniche que nunca saca, que siempre hace las necesidades en su azotea. Sin embargo, lo llegó a sacar cuatro veces en un día.
En la mesa pongo un caldero con papas arrugadas. «Cuñado, me tienes que dejar el caldero. El de mi mujer lo tengo abollado de tantos golpes a las 7 de la tarde jajaja». Llegué a echar de menos a mi cuñado a mitad del confinamiento. «Es un fachilla gracioso, no tiene maldad, es simple ignorancia». Lleva menos de media hora en casa y ya recuerdo por qué lo odiaba tanto. Además tiene obsesión conmigo. «¿Te gusta mi mascarilla? Seguro que tú no te la pondrías, ya sabemos que te gustan las tricolores de esas. Eres un rojo sin remedio. Bésala, bésala, mira tu DNI…», me increpa en plan gracioso mientras me acerca la mascarilla. Desde lejos huelo su aliento inmundo en el miserable trozo de tela.
Nos sentamos a comer. Ponemos unas papas, un pescado al horno, un queso de Fagajesto y un vino blanco de Lanzarote. «A ver. Yo prefiero el tinto, hay un Rioja reserva que es buenísimo. Para mí es mejor que el Ribera del Duero. En Canarias no hay tradición de vino». Pienso en explicarle que la vid se cultiva en Canarias desde hace siglos pero es perder tiempo. En medio de un silencio, arranca con la actualidad. «Cuñado, ¿viste que asfixiaron a un negro en Estados Unidos? Se quedó morado jajaja», típico comentario racista y desagradable de mi cuñado. «Mira, el Trump sí que tiene cojones. Que vas a protestar, pues pum, a tiros. Y los radicales tratados como terroristas, como debe de ser». Intervengo: «¿qué piensas de la gestión del coronavirus por parte de Trump? Es el país en el que han muerto más personas por COVID-19». «Eso no es verdad, donde más han muerto por habitantes es en España por culpa de Pablo Iglesias, Irene Montero y Pedro Sánchez. Estados Unidos es muy grande y allí no se para nada como aquí». No hay forma.
Mi cuñado piensa que el ingreso mínimo vital es para pagarle los porros a los gandules. Añade posteriormente: «y la cantidad de empresas que se van a ver afectadas por la crisis económica propiciada por estos vagos…». Cree que el gobierno debe dimitir porque no pudo hacer un viaje que tenía programado a Zaragoza en Semana Santa. «¿Por qué no puedo ir si es dentro de España?». Declino explicarle nada. Además vive a más de 2.000 kilómetros de Zaragoza. «Además aquí la carga viral es una puta mierda por el calor, tuvimos suerte. La gente tuvo que haber salido a la calle en masa para joder al Gobierno», argumenta temerariamente.
Cuando llega el postre pongo unos dulces de Moya. «Esto es pajoso y asqueroso, cuñado. Si lo hubieras dicho mi mujer hubiera hecho un pudding», indica. «No te los comas», respondo. Sonríe con cara de bobo. Ponemos la TV Canaria después de la cena. Está Amós García. «Estos tíos quieren que hayan enfermedades para ellos hacerse los importantes», se queja torpemente. «¿Pero tú te estás escuchando?», le increpo. «Claro, muchacho, todo el día chupando cámara y llevándose los aplausos. ¿Y el Ejército que hizo IFEMA en un par de días a pesar del gobierno?». «También han habido abusos policiales durante la cuarentena, por cierto». «Ya estás con lo mismo. Había que garantizar el orden», subraya. «Pero, ¿en qué quedamos había que mantener el mandato de estar confinados o había que salir a la calle en masa?». «Lo que sea que joda más al gobierno», responde. Es imposible.
«Ya son las 23:00. Vamos a ir pa’ arriba que mañana tengo un tenderete». «¿De más de 15 personas?», cuestiono con sorna. «De más de 40 y de 50. Todos los años lo hacemos por el Día de Canarias. No por el Día de Canarias, sino porque hacemos un asadero, ponemos Paquito el chocolatero, Que Viva España y canciones de toda la vida divertidas, y pasamos un rato». «Canciones fachas», puntualizo. «Canciones de toda la vida», dice medio gritando. «Pero a ver que me entere, ¿tú no sabes que no se pueden hacer reuniones de más de 15 personas?». «Me va a decir a mí nadie lo que tengo que hacer…». El sudor corre por sus brazos. No le gustaba el vino y se tomó media botella. Luego tres chupitos de ron miel, «está bueno, coño». Se pone la mascarilla otra vez. Me mira y dice, «mira, como Hannibal Lecter pero español». Por fin. Se despide y se va. Ahora recuerdo por qué me caía tan gordo mi cuñado…