
Hará dos años ya, el entonces líder del partido Ciudadanos, Albert Rivera, se descolgaba con unas declaraciones en las que ponía bajo sospecha las notas del alumnado canario en la selectividad. Canarias ya había sacado el año anterior la mejor nota del Estado en la prueba de lengua, y eso a Rivera no le cuadraba. ¿Canarias las mejores notas? ¿Cómo va a ser?, venía a preguntar Rivera.
Los inicios de la pandemia de la COVID-19 me recordaron aquel estupor desdeñoso de Rivera. Cuando empezó a quedar claro que los números de Canarias eran los mejores del Estado, afloraron todo tipo de explicaciones circunstanciales: al ser islas la labor se facilita; no, es que el calor inhibe el contagio; como vive poca gente (sic)… No fue hasta que Fernando Simón, director del Centro español de alertas y emergencias, alabó la actuación de Canarias –“evolución espectacular”, “muy buen sistema de vigilancia”, “capacidad de diagnóstico muy potente”– que muchas personas empezaron a tomar conciencia de la excelente labor de todo el personal del Servicio canario de salud. Sin triunfalismos (no son pocos los problemas que aquejan a nuestro sistema de atención sanitaria), pero reconociendo la realidad: los números de Canarias han sido comparables (cuando no mejores) a los de alumnos europeos modélicos.
Son estos sólo dos ejemplos recientes de cómo se nos ve. Que Canarias sea mejor que otros en algo sencillamente no entra en la ecuación; es imposible porque Canarias sólo es un decorado casi vacío donde vivir tus vacaciones de sol y playa. Canarias no tiene historia, ni tiene cultura de ningún tipo y quienes la habitan son la anécdota de las vacaciones, en el mejor de los casos. No deben de ser muy buenos en nada, como me dijo alguien en las pruebas de acceso a una universidad finlandesa. Es la visión colonial impuesta por siglos de colonialismo, promovida desde el exterior y el interior. Colonialismo que, para poder explotarte, primero te tiene que anular como persona y como pueblo. Es la visión que en Canarias tenemos ya asumida de nosotros mismos, apuntalada por infinidad de titulares del tipo “los últimos de”, “a la cola de”. Canarias es hoy por hoy una cáscara que percibimos, imaginamos, creemos, vacía de contenido.
Vayamos al contexto actual en el Estado y nos encontraremos con un nuevo pico en el recrudecimiento periódico de la polarización que tanto caracteriza a España. De un lado, las consabidas élites aventando su cosmovisión retrógrada, excluyente, autoritaria, frentista, antidemocrática en definitiva. Del otro, los elementos autodenominados progresistas, con un barniz más igualitario y social pero igualmente emperrados en propalar ahora un patriotismo que viene a ser la cara amable del nacionalismo español de toda la vida; no hay más que ver sus esfuerzos por resignificar símbolos, es decir, disputar el espacio que ocupa la derecha ultramontana.
Canarias no ha tenido ni tendrá nunca lugar ni acomodo en ninguno de esos dos polos, ni mucho menos en ningún punto equidistante entre ambos. Invertir esfuerzos en buscar esa San Borondón es traicionar a este país. Si no queremos que la marejada española termine de hundir la cáscara vacía en que hemos convertido a Canarias, urge ya que la vayamos equipando de una arboladura que le permita navegar. Para evitar el naufragio, hemos de dotar nosotros a Canarias de contenido, contenido que no hay que inventar, sino que está ahí, al alcance de la mano. Sólo hay que decidirse a recuperar nuestra historia, nuestras fuentes de pensamiento, estudiar nuestra realidad tal cual es desde nuestras coordenadas, sin filtros ajenos.
En este Día de Canarias 2020 en plena pandemia es más imperioso que nunca recuperar nuestro ser y dotarnos de contenido concreto, plural, transversal para evitar el naufragio y no morir ahogados. Y hacerlo partiendo desde lo concreto, preparándonos de una vez para afrontar el cambio climático que amenaza nuestra supervivencia. Pasando del mantra sorroballado de “diversificar la economía” a desarrollar nuestra industria de energías renovables y convertirnos en potencia mundial –para lo cual reunimos las condiciones–. Reorientando la industria de la construcción a la reforma del parque inmobiliario para mejorar la eficiencia energética de los edificios. Desarrollando una agricultura nacional moderna que fortalezca la seguridad alimentaria y genere rentas –es posible, como atestiguan estudios del ingeniero Roque Calero, entre otros–. Estableciendo relaciones de cooperación mucho más estrechas y autónomas con nuestros países vecinos. Reformando nuestro desventajoso encaje en la UE de modo que podamos recuperar libertades comerciales. Desarrollando una industria cultural que genere contenidos propios, capaz de generar rentas, crear empleo y riqueza, al tiempo que propicia el cambio cultural y de mentalidad que tanto necesitamos para reducir nuestra exacerbada dependencia en todos los órdenes.
Brindo por un 30 de mayo que ponga esta transformación en el punto de partida central. Feliz Día de Canarias 2020