
Anda por mi cabeza en los últimos tiempos la sintonía de «Patria» de Rubén Blades. Aunque se refiere al país del autor, Panamá, es aplicable a todas las naciones del mundo. Al menos en una concepción pacífica y constructiva de un país que no se considera ni mejor ni peor que ninguno y que, desde luego, abandona el chovinismo para unirse desde su singularidad al mundo. Relata la pregunta de un niño sobre qué es patria. País no es un concepto estanco. Tampoco opresor, «no memorices lecciones, de dictaduras o encierros. La patria no la define, los que suprimen a un pueblo». Concluye con la expresión archiconocida que dice «patria, son tantas cosas bellas».
Yo añado que un país tampoco tiene paredes. Tampoco debiera tener corsé. En Canarias buena parte de la creación que reivindica la patria, de una forma más o menos bucólica, habla de paisaje pero poco de los seres humanos que en él habitamos. De hecho Taburiente reconoce en su «Folía al campesino» que «le he cantado a tus paisajes y a tus bellezas, pero no he cantado al hombre que me arrima a sus tristezas». Es mucho más fácil ensimismarse con unas vistas asombrosas en un país, como Canarias, donde la naturaleza, al menos la física, ha sido generosa con nosotros.
Y sí, la patria (o la matria, como quieran llamarla) son rincones, paisajes y naturaleza. Pero también es el ser humano. El campesino, el emigrante, el urbano, el de barrio, el que sufre, el que llora y el que tiene miedo. Y de miedo hemos conocido mucho en estos meses. No solo por la salud, que también, sino también por la incertidumbre miles de canarias y canarios que ya estaban en el limbo y cuyo futuro es ahora mismo bastante difuso.
El virus de la COVID-19 no entiende de fronteras. Entra por las paredes cualquier país y se instala entre nosotras. No solo para matar a familiares a los que no podemos despedir, sino también para empujarnos al rincón de la pobreza, esa parte del ring donde en Canarias nos hemos instalado históricamente. Los más sabiondos te cuentan que Canarias se ha aprovechado históricamente de las crisis mundiales, sin darse cuenta que fue una pequeña élite la que se enriqueció por esos problemas ajenos. Sin ir más lejos, la crisis norteafricana trajo a Canarias una cifra importante de turistas a préstamo, pero el beneficio quedó circunscrito a una élite económica.
De esta va a ser difícil que no salgamos dañados, la conectividad forma parte de nuestra base económica. Ya hablaremos de cambio de modelo, ese que nunca llega, pero a corto plazo mucha gente se quedará varada en las malas condiciones sociales. Si volvemos a caer en la precariedad y en la emigración por una crisis de modelo, nuestra historia puede repetirse eternamente como el Día de la Marmota.
Este Día de Canarias no nos podremos juntar para festejar y reflexionar sobre Canarias, acaso para curar nuestras heridas. Ahora debemos curarlas en grupos de 15 a lo sumo, en los entornos sociales más cercanos. Sin embargo, déjenme que mi reflexión recuerde al personal de limpieza, a las farmacéuticas, a los carteros, a las y los trabajadores de supermercados, a las panaderas y panaderos, a los agricultores y ganaderos… Y por supuesto, al personal sanitario. Ellas y ellos construyen Canarias. Mientras nosotros debíamos solo quedarnos en casa, ellos salían a trabajar, en calles desiertas y miedo generalizado. Gracias a ellos podíamos llenar la mesa y cubrir nuestras necesidades.
Por eso este año impera un enorme aplauso a todos ellos, cuyo esfuerzo es indispensable para que la vida continúe. Con todas las excepciones que queramos hacer, con todos los peros que queramos poner, la sociedad canaria demostró una disciplina ejemplar ante el llamamiento desesperado de no salir de casa. Gracias a eso evitamos el estallido que sí se dio en otros lugares. En los centros sanitarios, un sistema de salud de calidad, fruto de nuestro autogobierno, contenía los casos que llegaban. No puede caber solo la suerte cuando las cosas nos salen bien.
Los virus no tienen país. Tampoco el miedo. Y los países no tienen paredes, además nos las han de tener para unirse al mundo en su singularidad. Nos queda una ardua tarea de reconstrucción, algunas cuestiones ya las hemos esbozado en esta revista. El Día de Canarias, pese a las objeciones de según qué sectores, sirven para poner al día los retos y para hacer balance. Será un Día de Canarias bastante hogareño, en grupos reducidos, con mucha actividad online y donde, a buen seguro, el maldito bicho ocupará muchas conversaciones y desvelos. Salimos de situaciones peores, pero dejamos capas de pobreza, emigración y penurias detrás. De esta, con una sociedad preparada y madura, debemos salir reforzados y enteros. Que solo quede como el mal sueño de la primavera del 20.