En la promoción de la obra “Barranco Abajo”, escrita por Yeray Rodríguez, el verseador indica que trata «el tema de la emigración en Canarias, que se ha tocado muchísimo, pero siempre enfocada a América, pero hay una emigración interior, desde las medianías y cumbre hasta la costa, que también fue masiva». “Barranco Abajo” se estrenó con lleno el 13 de diciembre del año pasado en el Teatro Pérez Galdós. Luego, en sendas representaciones gratuitas, volvería a albergar a mucho público en el Teatro Víctor Jara de Vecindario y en Artenara.
La pieza teatral es la historia de un desvelo. La noche antes de partir de la cumbre a la costa un arriero, que no puede conciliar el sueño, empieza a despedirse de todo lo que conoce. El paisaje, el cielo, la cueva o el pinar pasarán a mejor vida en su día a día. «Todo lo que cuento en la obra tiene una base real, y muchas de esas historias no me pertenecen; hay una parte del texto que hace una valoración de los sentidos que se activan en ese entorno, lo ves, hueles y tocas, son experiencias personales y también de otros», precisa Yeray Rodríguez. «Quería recuperar esa memoria, porque mis padres y mis abuelos hicieron esa transición desde Artenara, la generación que se fue a la ciudad», confiesa.
¿Cuál es el impacto de esta inmigración interior en la isla de Gran Canaria? En el artículo “Crecimiento urbano y desagrarización en Gran Canaria durante los años 1950-1980” los investigadores Ramón Díaz Hernández, Josefina Domínguez Mujica y Juan Manuel Parreño Castellano señalan que “en la historia de la isla de Gran Canaria (y en el resto del Archipiélago) no se ha conocido un proceso de cambio de la envergadura del que se efectuó durante estos años. Tal es así, y a modo de ejemplo, que todavía en los barrios de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria se mantienen (30 o más años después del gran éxodo) fiestas y tradiciones de clara exaltación campesina”.
¿Por qué se produce el éxodo rural?
El primer franquismo promueve una economía de autarquía y con importantes restricciones económicas. En el norte y cumbres de Gran Canaria la base de la economía es una agricultura de autoconsumo. Sin embargo, el paradigma lo cambia la nueva era económica, a mediados de los 50, principalmente evidente a partir del Plan de Estabilización de 1959. Comienza la agricultura de exportación, con predominio del plátano y el tomate, y la actividad turística que se empieza a promover. La desagrarización, además, propicia un espectacular crecimiento urbano de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, que en apenas unos años se convierte en la primera ciudad del Archipiélago, por ser el espacio que personifica los cambios y aglutina diferentes actividades asociadas a la nueva etapa económica.
En el campo aparecen problemas nuevos que dificultan la agricultura de corto radio y sobre todo de autoabastecimiento. En primer lugar, el alto precio del agua. Al respecto, José Manuel Díaz, nacido en 1948 y que residió hasta los 80 en Artenara, habla de una serie de años con pocas lluvias a finales de los 50. “Le llegamos a echar cañas majadas a los animales o incluso tajinastes, para que no murieran de hambre”, cuenta. Carmela Luján, nacida en 1931 y que emigró en 1947, apostilla que se fue de Juncalillo a Las Palmas tras cinco años sin llover. En segundo lugar, la mecanización hace desaparecer muchas profesiones asociadas al modelo económico como arriero o boyero de yuntas de arar. “Si ya no había qué llevar y habían pocas vacas, ¿para qué servían?”, manifiesta Díaz.
Apunta en un texto en Bienmesabe.org el profesor de Geografía de la ULPGC, Ramón Díaz Hernández, que una serie de elementos como las dificultades en la emigración a América o las tensiones en las colonias españolas en África, propiciaron el clima necesario para poner en marcha un plan hidrológico para abastecer a las zonas del este, sureste, sur y suroeste de la isla para iniciar una carrera dedicada a los cultivos de exportación en zonas anteriormente poco pobladas. Coincide además con el aumento de la actividad portuaria (gracias a la desviación del tráfico marítimo por el cierre del Canal de Suez) y pesquera, así como el inicio de la construcción y los servicios asociados a la actividad turística. Se suma el hecho de que el salario de los jornaleros era dos o tres veces inferior al que se percibía en la construcción o la hostelería. A ese respecto, relata a modo de ficción José A. Alemán en Canarias Hoy:
“Juan dejó el campo a la fuerza. El patrón se metió en esas cosas de las residencias para turistas y no invertía una perra en la finca y fuimos yéndonos. Comenzó a vivir mal y el cacho de tierra no me daba para nada a como se pusieron las aguas y los chiquillos embullándome, que la agricultura es muy sucia, que en Las Palmas se disfruta y hay trabajo porque no paran de hacer obras y que el patrón dice que vayas cuando quieras que te da trabajo en el día”
Díaz Hernández aporta otro motivo a esa emigración: “desde mediados de los sesenta se abren las Islas a las importaciones de productos alimenticios excedentarios procedentes de la CEE (Comunidad Económica Europea) y EE.UU. mediante prácticas de dumping, con lo que se acabó definitivamente con el sistema de policultivos encargados hasta ese momento de abastecer el mercado interior y que, tradicionalmente, ese papel siempre estuvo asignado a las medianías y cumbres de la isla”. Por consiguiente, los costes agrícolas, especialmente el agua, empezaron a ser inasumibles en el norte, medianías y cumbres, en las nuevas profesiones se ganaba dos o tres veces más y además el mercado, que se preparaba para importar y no para autoabastecerse, completa una cadena de motivos que propiciaron una emigración masiva.
Consecuencias del nuevo modelo
El poder de atracción de las nuevas formas de vida fue muy potente. En aquellos años, no solo es una opción, es casi un imperativo que mejora, al menos a corto plazo, la calidad de vida de esas personas. Al respecto, los investigadores de la ULPGC Díaz Hernández, Domínguez y Parreño anotan lo siguiente:
“Pero los efectos de naturaleza exógena no pueden echar en el olvido la incidencia de una serie de condicionantes endógenos como el aumento de los costes de producción, los salarios, las cargas sociales, el agua, los fertilizantes y fitoplaguicidas de importación, empaquetado de la fruta, transporte, seguridad, etc. Todo lo cual va a ocasionar unos trasvases relevantes de mano de obra de reserva desde los espacios cumbreros, medianías, comarcas alejadas y/o deprimidas no sólo de la propia isla de Gran Canaria, sino también de las islas de Lanzarote y Fuerteventura”
¿Qué consecuencias provoca el modelo económico hacia el que se camina? En primer lugar, un éxodo rural sin precedentes. Asociado a ese abandono rural, se produce un rápido envejecimiento de las comarcas afectadas. Por otro lado, los flujos migratorios son positivos (por el nuevo modelo económico hay más inmigración que emigración, una novedad en la historia de Canarias del siglo XX). La presión demográfica en determinadas zonas determina distintos usos del suelo, porque son espacios que requieren de nuevas infraestructuras. Pero la llegada de importantes contingentes poblacionales también genera tensiones, como la dificultad para el acceso a recursos básicos como el agua, que podemos ejemplificar en sucesos como la Guerra del Agua en Tres Palmas (Las Palmas de Gran Canaria) en 1983.
En las ciudades y en zonas cercanas a la costa, donde la agricultura de exportación y el turismo comienzan a desarrollarse, aumenta notablemente la población, en ocasiones en zonas prácticamente deshabitadas anteriormente, mientras disminuye de manera importante la superficie destinada a fines agrícolas. El abandono agrario aumenta la dependencia de los mercados exteriores para el abastecimiento de necesidades básicas, hecho novedoso en la historia de Canarias. Como prueba de ese abandono rural, a mediados de los años 50 se aprovechaba el 20% de la superficie de Gran Canaria con fines agrícolas por sus especiales condiciones orográficas y climáticas. En 2010 el ISTAC cifra en un 1% la cantidad de suelo destinada a esta actividad. En cuanto a la cantidad de población empleada en el sector primario, en 1955 supone el 55% de la población activa, en 2010 el 3,5% y en el segundo semestre de 2019, según datos extraídos del ISTAC, la población que se emplea en el sector primario es un 2,5%. De igual forma, entre 1954 y 1984 la clase trabajadora agrícola disminuye desde las 49.163 personas hasta las 16.700. El mayor descenso se produce en el cultivo de los cereales, que pierde más de 20.000 empleados. En la provincia de Las Palmas estamos ante una reducción de una quinta parte de las personas dedicadas en el sector primario.
El modelo económico muta para satisfacer las necesidades de mano de obra del binomio construcción y turismo, aunque en una primera instancia es la agricultura de exportación una actividad receptora importante porque proporcionaba una cierta continuidad con las tareas anteriores. Los geógrafos de la ULPGC escriben en su texto que “estas dos actividades, asociadas a la especulación del suelo, tuvieron una elevada responsabilidad en la degradación de los espacios de mayor calidad paisajística del litoral capitalino y de las comarcas nordeste, sureste y sur de Gran Canaria, en donde sin ordenación ni previsión de futuro, se asentaron los principales núcleos urbanos de la isla”. Añaden en relación a la construcción que “tuvo un protagonismo apoteósico tanto al inicio como al final de la etapa desarrollista pues actuó como banderín de enganche integrando en sus cuadrillas a gran cantidad de jornaleros y campesinos con escasa cualificación laboral. Su éxito se centraba en garantizar salarios que triplicaban las escuálidas remuneraciones percibidas en la labranza y las actividades ganaderas y pesqueras”.
En relación al aumento demográfico, en Desarrollo y subdesarrollo de la economía canaria, obra de 1969, los autores inciden en que “de seguirse manteniendo los actuales índices de crecimiento, que no es probable se alteren demasiado en los próximos años, para 1975 se habrá doblado en Canarias la población existente en 1940”. Otro elemento que suman Viéitez y Bergasa es el del analfabetismo de la población, que se reduce una vez la población abandona el campo. En 1950 la tasa de analfabetismo es del 21,1% en la provincia de Las Palmas, unas 79.000 personas. En 1963 ya se reducen a 40.000. Hay varios elementos que pueden explicar este descenso, entre ellos una educación más accesible, la necesidad del sistema económico de alfabetizar, aunque fuera de forma mínima, para según qué puestos de trabajo, el nacimiento de una nueva generación ya en las zonas urbanas o un mayor interés del régimen franquista en la educación tras el periodo de postguerra.
Los datos poblacionales demuestran un descenso en la emigración interior a partir de los años 70. El balance del proceso que hace José A. Alemán en Canarias Hoy es contundente: “Canarias vive una crisis total en la medida que también quebró un sistema social anterior, una forma de vida tradicional, un conjunto de valores seculares que no han sido sustituidos por otros”. En otra parte del texto reflexiona acerca de “un proceso de urbanización con la finalidad de explotar su fuerza de trabajo que no supuso elevación del nivel cultural y de cualificación, ni siquiera de la calidad de vida: durante algún tiempo dispuso de más dinero, de más cosas a cambio de un deterioro de la dieta alimenticia y de verse obligado a vivir en colmenas suburbanas y neurotizantes”.
El consumismo asociado al crecimiento de la urbe
Como apuntaba más arriba, Las Palmas de Gran Canaria se convierte en la ciudad más poblada del Archipiélago. Todo ello gracias a los contingentes poblacionales que llegan a la ciudad, entre los que se encuentra la emigración del norte y la cumbre. El censo de 1981 revela el dato de que un 40% de la población empadronada en Las Palmas de Gran Canaria había nacido en otros lugares diferentes. Concretamente desde la Comarca Norte llegaron a la ciudad 27.407 personas, o lo que es lo mismo, un tercio de sus recursos humanos.
Las Palmas de Gran Canaria acumula el 28,12% del crecimiento poblacional canario y el 53,87% del crecimiento grancanario. Su población consta en 1950 de 153.262 habitantes y pasa en 1981 a 360.098. Dicho crecimiento se acentúa, sobre todo, en la década de los 70. En cuanto a unidades residenciales, en 1940 se cifran en 18.731, 78,3% de una sola planta. Ya en 1981 son 198.884 unidades residenciales, más de diez veces más en cuatro décadas. Entre 1950 y 1980, son 63.057 los nuevos empadronamientos de los cuales 53.142 procedían de distintas zonas de Gran Canaria, donde destaca el 40% que llega del norte y el 31% de las medianías.
Sobre todo asociada a la ciudad y a los nuevos empleos aparece otro elemento: el consumismo. Se abre paso una clase media proletaria que apuesta por un nuevo consumismo. Se abandona el autoconsumo y el trueque, modelos anteriores, para crear una sociedad que apuesta por el consumo como nuevo horizonte. Valga como muestra este extracto de ficción que proporciona José A. Alemán en Canarias Hoy:
“Estamos en 1970. Juan Canario tiene 45 años. Ya no vive en Moya sino en un piso de Las Palmas que todavía no acabó de pagar, pero que tiene ya, fíjense, los techos rajados, los bajantes se me tupen a cada momento y ya llevo gastada la parva perras arreglándolo. Es peón de la construcción y tiene un coche de segunda mano a la puerta, un televisor grande en la sala y otro chico en la alcoba por si quiero verla acostado”
Sobre ello también reflexionó Manuel Alemán en Psicología del hombre canario. Alemán analiza una nueva “subcultura canaria”, sobre todo una vez llega el turismo. Esta denominada subcultura, que existe principalmente en el entorno urbano, tiene como elementos una serie de productos subculturales de la civilización yanqui y anglosajona, entre ellos las drogas, el desclasamiento de la cultura isleña que trunca la dinámica de promoción de sus valores propios por imitación de subvalores extranjeros, un trasvase a nuestras islas de la subcultura del pueblo español, a través de los medios de comunicación principalmente y ausencia de capacidad crítica para oponerse, o un hedonismo de la población joven, los placeres y los instintos primarios adquieren rango de importancia.
El desarraigo
Un elemento a tener en cuenta del abandono rural es el desarraigo, que genera un contraste con la vida rural. Manuel Alemán en Psicología del hombre canario define el desarraigo como “un fenómeno de desplazamiento que supone la pérdida de los marcos habituales de relación reemplazados por otros escenarios extraños y otros esquemas de vida, sin que la propia persona haya encontrado las propias coordenadas de convivencia”. Se trata de un cambio brusco del paisaje rural por el urbano. Díaz Hernández, Domínguez y Parreño consideran que “la población isleña dio un salto vertiginoso en un segmento mínimo de tiempo, pasando de la vida pacífica y sacrificada del campo, al confort delirante de la sociedad consumista y, cuando aún estrenaba el nuevo modelo de sociedad de confort, se encontró, de pronto, en la escasez y la angustia de la falta de puestos de trabajo consecuente a otra fase del ‘modelo económico de servicios turísticos’”.
José A. Alemán, por su parte, hace hincapié en que “no dicen las estadísticas que para esos hombres el dejar la agricultura no fue un mero cambio de profesión, sino de forma de vida, de mentalidad, de concepciones, un trastueque de valores”. Heraclio Vega nació en 1956 y emigró a finales de los 60. Recuerda que se fue con tristeza. “Habíamos vendido el caballo, que era mi compañero. Cuando llegué a la costa miraba para el horizonte y no veía vegetación. Eché mucho de menos la libertad, mis animales y ese verde de la cumbre”.
“Barranco Abajo” atraviesa por completo la cuestión de la pena, el desarraigo posterior ante la partida de lo conocido. Yeray Rodríguez advierte que «siempre tenemos aquí el complejo de que si contamos nuestra historia solo lo vamos a entender nosotros, pero en la obra no hay ninguna referencia espacial u objetiva. Se habla del pueblo, el barranco, la costa, pero puede ser cualquiera, lo que hay detrás es el drama a irse, que es el mismo te alejes diez o diez mil kilómetros, en definitiva, es dejar atrás una vida».
Las personas que se fueron y las pocas que se quedaron
Pocos fueron los que se quedaron en el norte y cumbre de la isla tras ese proceso migratorio. La vida era compleja y se obtenía poco rédito. Algunos lo hicieron de manera gradual. Vivían en zonas cumbreras y bajaban a la costa cuando era época de zafra o realizaban alguna venta puntual en la ciudad. Antes de comenzar la zafra, que se llevaba progresivamente a la gente del campo, venía un coche a buscarlos y los llevaba a su nuevo lugar de trabajo durante esos meses. Allí residían en cuarterías, generalmente de madera. Una vez terminaban la zafra, cogían sus bártulos y volvían a sus lugares de residencia. Así lo hicieron hasta que se fueron definitivamente, aunque los casos y las actividades económicas varían según las familias.
Carmela Luján nació en Juncalillo (Gáldar) en 1931. Emigró a Las Palmas en 1947, con 16 años. La emigración fue progresiva porque su padre, Antonio Luján, ya vendía años antes en Las Palmas lo que no se vendía en el pago cumbrero. Relata que necesitaron un camión para irse a Las Palmas porque eran nueve hermanos. Antes se habían muerto dos muy pequeños y con 21 años su hermana Mercedes, una muerte que todavía dolía en la familia. “Las tierras no daban casi nada y mi hermano alquiló una casa en Arenales. Por su parte, mi padre alquiló un local para poner una tienda de comestibles y el Bar Brasil”, expone.
Sobre su actividad en la ciudad narra que “en el bar y la tienda trabajábamos todos. Aunque luego mi hermano mayor, Carlos, abrió otra tienda en el barrio de San Nicolás. Mi hermano Manolo se puso a trabajar en la tienda, Manolo no quería estudiar porque la maestra le pegaba en la mano izquierda, para obligarlo a escribir con la derecha”. Mientras tanto, del bar se encargaba principalmente su hermano Pepe. Con alivio declara que no consiguieron vender las cuevas y gracias a eso pudieron seguir yendo los fines de semana.
María del Pino Díaz Henríquez nació en 1952. Vivía en El Tablado (Gáldar) y emigró a Berriel (San Bartolomé de Tirajana) en 1956. En la cumbre eran medianeros agrícolas y plantaban papas, millo y cereal, principalmente para el consumo propio. Cuenta que su abnegada madre, María Henríquez, debía 30.000 pesetas al dueño de las tierras por diferentes servicios adeudados. La posibilidad de juntar dinero para pagar la astronómica deuda fue el principal motivo de la partida. En Berriel se dedicaron a plantar tomateros, aunque su padre era guardián de noche. Indica que en dicha zona sureña vivían en cuarterías inhumanas. Subraya la anécdota de que, tras una visita, el Obispo Pildaín hizo una queja pública sobre esas condiciones en los medios de comunicación.
En 1959 se va al barrio de El Calero (Telde) con su hermana mayor para ayudar en el cuidado de sus sobrinos. Allí, su hermana Vita trabajaba como empaquetadora de tomates y su cuñado Pepe como boyero en una finca de plataneras. A mediados de los 60 ya llegan sus padres, tras pagar la deuda y poder comprar una casa en dicho barrio. Eran muchos hermanos y todos arrimaban el hombro. “Mi madre estaba contenta en el nuevo espacio porque pudo matar el hambre y la necesidad”, manifiesta. Pese a estos recuerdos, era muy pequeña y no se enteró demasiado de todo lo que estaba pasando, pero mantuvo contacto con la cumbre porque tenían cuevas en la zona y subían siempre en las fiestas de Juncalillo.
Heraclio Vega nació en 1956 en una cueva de Barranco Hondo de Abajo (Gáldar). A finales de los 60 deciden irse a los tomateros en la zona de costa. Algunos familiares ya se habían ido. “Mi abuelo Francisco ya vivía en Vecindario y varios familiares ya eran aparceros en el sur”, asegura. Añade que “la agricultura daba poco y vimos como todo el mundo alrededor venía para la costa”. Otro factor fue el asma de su padre, Juan Vega, a quien los médicos recomendaron vivir cerca de la costa, lo que les convence del cambio de rumbo. El primer destino es La Estrella (Telde), donde viven en cuarterías de madera. Reconoce que “no teníamos ni idea de tomateros, no avanzábamos. Teníamos que contratar gente para sacar la zafra adelante”. Ese año en La Estrella fue muy duro y lograron subsistir gracias a la venta de animales cuando marcharon de la cumbre.
Al siguiente año pusieron rumbo a Salinetas (Telde). Allí ya vivían en cuarterías construidas. En la Finca Gómez de Salinetas se dedicaron a la aparcería. Él armaba la tierra, su padre era boyero y su madre, Teresa Perera, se encargaba de las gallinas. Relata que “un encargado nos pegaba con un rebenque, hasta que me enfrenté con él”. Tras dos años allí, a principios de los 70 se van al barrio de Las Huesas (Telde). “Vivíamos en una casa de familiares mientras construíamos la nuestra”, señala. Cambiaron de sector y trabajaban en el sur de la isla, en la construcción. “Las Huesas se formó con gente del campo, de Barranco Hondo, de Juncalillo, de Artenara, de Tenteniguada… Teníamos animales en solares, una cabra, conejos, perros, etc.”. Las cosas empezaron a mejorar, además de por la construcción de la casa en Las Huesas, con el piso que le dieron a su abuelo Francisco Perera en Jinámar (Telde). Pese a ello, iban todas las semanas a la cumbre y seguían plantando papas.
Fueron pocos, pero otros se quedaron. Fue el caso de José Manuel Díaz, originario de Artenara y nacido en 1948. Su padre Pepe Díaz era contratista y tenía trabajo haciendo cuevas. Recuerda como casi todo el mundo alrededor se fue marchando y ellos se quedaron gracias a ese buen empleo. Cuando eran las fiestas, los fines de semana o los puentes, los antiguos residentes volvían a su Artenara natal a compartir con sus antiguos vecinos. Pese a las dificultades, la falta de lluvias y la despoblación, la familia Díaz no quiso salir de Artenara hasta mucho después, cuando, ya casados, algunos decidieron poner rumbo a la costa o la ciudad. En el caso de José Manuel, su partida por voluntad propia tuvo lugar en torno a los años 80. A día de hoy tiene una cueva en Las Arvejas (Artenara) y planta papas y otros productos en sus tierras.
El campo como escenario de disfrute
Pasaron los años y ese grupo de personas que emigraron se consolidaron en sus respectivos espacios. Las importaciones de alimentos se convirtieron en la norma y su predominio era palpable, mientras la agricultura local reducía enormemente su impacto en las despensas canarias. El campo pasó a ser, por lo tanto, un espacio de disfrute, un paisaje por el que pasear, salir los domingos o hacer un asadero. José A. Alemán en Crónica para cuasi cuarentones, escrito a finales de los 80, lo describe de esta forma:
“Hace cuasi cuarenta años la isla era otra cosa. Aunque El habitaba entre nosotros, ya saben, los profesores del colegio te llevaban de excursión a Los Chorros, por ejemplo. Los Chorros era entonces un bosque verde de tierra encarnada entre Firgas y Valleseco. Hoy ya no. Hoy es un restaurante donde te ponen queso tierno y papas arrugadas”
Reflexiona, en otra parte, sobre la presión al territorio rural:
“Los cuasi cuarentones hemos asistido, impotentes, a la destrucción de Gran Canaria. Las aguas de este mismo barranco sólo manan ya un chorrito bajo candado. En ese mismo barranco, aguas abajo se han ido secando uno tras otro los nacientes”
Nos encontramos ante un campo casi desierto, como analizan Díaz Hernández, Domínguez y Parreño en su trabajo, lo que ellos llaman “una agricultura sin agricultores”:
“La deconstrucción del medio rural tradicional y su brusca sustitución por el medio artificial-urbano ha desligado la secular comunión del hombre con las leyes que rigen el medio natural. La gestión de los espacios no urbanos es uno de los grandes fracasos colectivos de las dos últimas generaciones. En ciertos aspectos se puede decir que esta isla ha alcanzado ya una consideración de espacio eminentemente postagrario. Hoy en día el espíritu rural está conformado por la llamada “agricultura sin agricultores” y por la nostalgia de su ausencia”
Antes del proceso de desagrarización predominaba, como hemos visto, la agricultura de subsistencia, pero también la que nutría el mercado interior e incluso la dedicada a la exportación. Esas actividades se repartían el territorio, según los investigadores de la ULPGC, “sin tensiones sociales y económicas”. Con los grandes incendios forestales de los últimos meses en Gran Canaria se ha hablado mucho de la gestión del medio rural. Algunas personas abogan por tener cerca hidroaviones y porque el Cabildo Insular se encargue de limpiar todo el espacio rural. Los técnicos han aclarado que en nuestra orografía son más efectivos los helicópteros y que, incluso usando todo el presupuesto de la corporación, solo se alcanzaría a limpiar el 30% de la isla. Abogan, sin embargo, por una gestión de cada una de las personas que habitan el medio rural para proteger sus viviendas, y por una apuesta decidida por la producción kilómetro 0. Solo así se podría reducir, aunque fuera un poco, el impacto de los grandes incendios en un medio muy abandonado.
FUENTES CONSULTADAS:
ALEMÁN, José A. (1979): Canarias hoy. 2ª edición, Taller Ediciones JB, Biblioteca Popular Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, 95 páginas.
ALEMÁN, José A. (1989): Crónica para cuasi cuarentones. 1ª edición, Imaco S.L., Las Palmas de Gran Canaria, 243 páginas.
ALEMÁN, Manuel (1986): Psicología del hombre canario, 3ª edición, Centro de la Cultura Popular Canaria, 278 páginas.
AA.VV. TRES PALMAS (2010): “Tres Palmas, un esfuerzo común”, Disponible online: https://av-elbarrio.over-blog.org/pages/Tres_Palmas_un_esfuerzo_comun-2608765.html
DÍAZ HERNÁNDEZ, Ramón; DOMÍNGUEZ MUJICA, Josefina y PARREÑO CASTELLANO, Juan Manuel (2010): “Crecimiento urbano y desagrarización en Gran Canaria durante los años 1950-1980”. En Las escalas de la Geografía: del mundo al lugar [libro de Homenaje al profesor Miguel Panadero Moya, catedrático de Geografía Humana en la Universidad de Castilla-La Mancha], pp.1067-1088. Cuenca 2010. ISBN: 978-84-8427-753-8. Disponible online: https://accedacris.ulpgc.es/bitstream/10553/11921/4/Crecimiento_urbano.pdf
DÍAZ HERNÁNDEZ, Ramón (2012): “El éxodo rural de la Comarca Norte de Gran Canaria entre 1940-1980”. Bienmesabe, Número 415: Disponible online: https://www.bienmesabe.org/noticia/2012/Abril/el-exodo-rural-de-la-comarca-norte-de-gran-canaria-entre-1940-1980
DÍAZ HERNÁNDEZ, Ramón (1990): Origen geográfico de la actual población de Las Palmas de Gran Canaria. Cuadernos canarios de Ciencias Sociales, Obra Social de la Caja Insular de Ahorros de Canarias, 469 páginas. Disponible online: https://accedacris.ulpgc.es/bitstream/10553/11873/3/017846_00000_0000.pdf
EUROPA PRESS (2019): “Grillo dice que empleando todo el presupuesto de Gran Canaria en limpiar la isla, se alcanzaría solo el 30%”. 19 de agosto de 2019. Disponible online: https://www.europapress.es/islas-canarias/noticia-grillo-dice-empleando-todo-presupuesto-gran-canaria-limpiar-isla-alcanzaria-solo-30-20190819113636.html
GONZÁLEZ VIEÍTEZ, Antonio y BERGASA PERDOMO, Óscar (1995): Desarrollo y subdesarrollo de la economía canaria. 2ª Edición, Tenerife, 215 páginas.
LA PROVINCIA (2018): “’Barranco Abajo’ va el arriero”. 12 de diciembre de 2018. Disponible online: https://www.laprovincia.es/cultura/2018/12/12/barranco-abajo-arriero/1127071.html
Entrevistas con María del Pino Díaz Henríquez, José Manuel Díaz y Heraclio Vega.
Gracias a Juan García Luján contamos con la entrevista de Carmela Luján.
* El autor es Raúl Vega, periodista y Coordinador de Proyectos de la Fundación Canaria Tamaimos. El texto se publicó originalmente en el número 1 de la Revista El Bucio.