La declaración del Estado de alerta dejó sin concluir los actos por el centenario de César Manrique. La agenda que propuso la Fundación César Manrique, de forma totalmente autogestionada por temor a que las instituciones desvirtuaran la figura de César Manrique, arrancaron en abril de 2019 y pretendían cerrar con un broche de oro en abril de 2020. En los actos, una gran cantidad de eventos audiovisuales, musicales, literarios, didácticos, etc. El epílogo debía ser un manifiesto de la Fundación César Manrique que expresara el ideario en el presente del artista, según el portavoz Alfredo Díaz, «necesariamente crítico». Necesariamente crítico, presumo, con el modelo turístico, con el territorio y con la movilidad que defendemos en Canarias.
Si algo nos enseñó la crisis de la COVID-19 (según la RAE vale tanto en femenino como en masculino, dependiendo si se refiere a la enfermedad o a el coronavirus) es que vivimos en un mundo frágil, sometido a riesgos, y que el medio ambiente sigue siendo indispensable para sobrevivir. Lo echamos de menos cuando nos falta y debemos estar encerrados. Además, con nuestro encierro, mientras soñábamos con grandes montañas, con playas que nos relajan y con inmensos soles que acarician nuestra piel, la naturaleza se estaba regenerando. Según un estudio de Ecologistas en Acción la contaminación del aire se redujo en más de la mitad. Las más pobladas ciudades canarias, Las Palmas de Gran Canaria y Santa Cruz de Tenerife, no son una excepción.
Eso si lo miramos desde esa perspectiva. Si retorcemos la situación, nos damos cuenta que, tras hablarnos de las ventajas de ir en guagua y en transporte colectivo, nos dijeron que mejor en transporte individual. ¿Volverán a la guagua los que dejaban el coche y se compraron un abono de guagua? ¿El miedo no puede hacer que estos mantengan, al menos un tiempo, su transporte individual? No deja de ser una contradicción que las insituciones competentes deberán explicar muy bien para que no sea confundida. Por otro lado, le pongo un pero a los guantes. El plástico, en retirada, se vio de manera masiva en supermercados. Sin ellos no se podía entrar. Cuando salías los tirabas y quién sabe dónde iban a parar. Por suerte cada vez se ven más los de látex, pero los desechos médicos en las calles, cada vez más evidente, no solo son un riesgo, sino un despilfarro.
No siempre vamos a verlo todo en orden ni a nuestro gusto. Los cambios tardan en aparecer y, por ello, no sé si de esta vamos a aprender a relacionarnos con nuestro entorno. Unas señales invitan al optimismo y otras al escepticismo. Hace mucho que dejé de ser derrotista, una actitud cómoda y que pone en los demás la culpa. También hace bastante que dejé de ser un optimista acrítico que sigue al rebaño. Con espíritu crítico, sin juzgar y sin grandes pretensiones para con los demás. Sin embargo, sí me animo a lanzar una serie de retos para el futuro post-COVID en Canarias.
En primer lugar, el cuidado del medioambiente. Es verdad que la conciencia medioambiental en Canarias ha sido, posiblemente, una de las señas de identidad más importantes de la acción activista de las islas. Sin embargo, no nos podemos equivocar. A la vez que esos mecanismos funcionaron, por otro lado otra parte de la población vivía de espaldas a nuestra naturaleza. Los equilibrios en unas islas como las nuestras, son esenciales para nuestra vida presente y futura.
En segundo lugar, debemos apostar por un turismo más sostenible y menos masivo. Encontrará barreras enormes y los lobbys político-empresariales en medio, pero por sostenibilidad, por defensa del territorio y por futuro mismo, debemos dejar de lado el turismo de la pulsera e incidir en el turista que busca la experiencia y no la pegatina en su maleta.
En tercer lugar, el crecimiento poblacional en Canarias ha de ser sostenible. Si importantes son los criterios económicos, porque la vida de la gente depende de ello, probablemente más importante sea no explotar el territorio. Los sucesivos boom demográficos en Canarias nos provocó problemas como excesivo tráfico, aumento del precio de la vivienda y, vaya a saber, una tasa de paro estructural. Son momentos de parar, mirar y defender el terreno que pisamos.
En cuarto lugar, fomentar una movilidad sostenible. Dejar de lado el coche privado para movernos en coches compartidos, guagua, tren (si se decide hacer y es viable), bicicleta o, cuando se pueda, a pie. En ese sentido, celebro que ya se vea la luz en cuanto al ensanche de Melenara (Telde). Viví seis años a quince minutos a pie de la playa pero tenía que coger el coche o dar un rodeo del doble de tiempo porque no era seguro caminar por la orilla de la carretera. El ejemplo se debe extender y conectar nuestros barrios con núcleos urbanos, espacios naturales y playas. Tendremos una población más sana y unas carreteras menos nutridas.
Por último, debemos ser contundentes para paliar el cambio climático. Es una amenaza, una espada de Damocles que pone el cuidado del medio ambiente en nosotras y nosotros. El planeta se tomó un respiro durante el confinamiento, pero debemos incidir en reducir emisiones, residuos y cambiar nuestro modelo de vida para cuidar el entorno.
No concibo un país después de la crisis sanitaria que no apueste por aplicar todas estas medidas de protección territorial. César Manrique dijo hace muchos años que «ante la presencia espectacular del destrozo y deterioro sistemático de nuestro planeta, por ese afán desmedido de poder y riqueza, nos encontramos en condiciones de intuir, por ese misterio escondido del instinto, la catástrofe de todo lo que pudiera ocurrir, si no luchamos aportando el esfuerzo de cada uno”. Debemos aprender de esta. Los hilos de nuestra cotidianidad se pueden romper en cualquier momento y está en nuestras manos mantener nuestro entorno.