Se suceden las semanas y Canarias, ahora sí, avanza en la desescalada hacia ese mundo nuevo que nos espera al otro lado. ¿Nuevo? Acaso no tanto. Las colas de automovilistas tienen en el otro extremo a un conocido restaurante de comida rápida estadounidense que despacha en autoservicio y no a una tienda de agricultura ecológica, que sirva como punto de encuentro entre productores y consumidores, inspirada en valores de sostenibilidad y soberanía alimentaria. No debemos hacernos ilusiones. Los cambios culturales son los más profundos y, lógicamente, los más lentos en llegar.
El filósofo coreano, Byung-Chul Han, insiste en la idea de que la desaparición de la ritualidad, no necesariamente religiosa, deja un flanco débil al individualismo y al narcisismo. Los canarios somos un pueblo que en esto, como en tantas otras cosas, mantenemos una tensión ciertamente contradictoria. Basculamos entre el aislamiento social, la fragmentación,… (nuestro urbanismo disperso es, en cierta medida, ejemplo de esto) y la celebración comunitaria de la amistad, raíces compartidas y el hedonismo que veríamos en estas fechas por el Día de Canarias, además de romerías y otras fiestas populares. Es lo que Han llama “repetición animada y vivificadora”, algo absolutamente necesario para sentirnos un pueblo y no sólo una amalgama de entidades independientes. Y nuestro Manuel Alemán, acuñó como “la exaltación frenética de lo canario, nacida a impulsos de un arranque emocional sin la contextura de un descubrimiento consciente de nuestra verdad canaria”. (Psicología del hombre canario, p. 18)
¿Cómo será la ritualidad canaria en esta fase de transición? Es difícil saberlo. La perspectiva de un año, tal vez más, sin Rama de Agaete nos tiene noqueados. Probablemente desaparecerán algunas expresiones de la vida social o festiva más débiles, las que ya venían languideciendo, heridas de muerte por la vida moderna y las normas de distanciamiento físico. Otras tendrán que transformarse, tal vez en un sentido más teatral, serán más escenificadas que vividas, como sucede con los Autos de Reyes. ¿Nos volveremos un pueblo ensimismado, aquejado aun más por la sempiterna magua melancólica del canario errante, que se busca y no se encuentra? ¿Limitaremos nuestra socialidad a un grupo limitadísimo de familiares y amigos cuya inmunidad nos haya garantizado previamente la autoridad sanitaria? ¿Serán nuestros Finados nuevamente una celebración íntima, recuperando su sentido original de recordatorio de los ausentes? Nos aventuramos en aguas peligrosas sin mapa ni brújula y sin saber qué hallaremos al final de la travesía. Aunque tampoco durará eternamente.
Son días de releer a Rifkin, Aguilera, Viéitez,… De todos se pueden extraer ideas de interés. Bien distinto es que haya que aceptar sus discursos en su conjunto y, sobre todo, pensar que puedan ser factibles mientras nuestro pueblo hace cola en su coche individual para comerse una hamburguesa de un euro acompañada de una bebida hiperazucarada. De Viéitez me parece sugerente su cuestionamiento del proyecto ferroviario. Si no vamos a volver a recibir los entre cuatro y cinco millones de turistas anuales que veníamos recibiendo, ¿hace falta un tren en Gran Canaria? Incluso entre quienes lo han acabado por «tolerar», su principal motivo parece ser la ingobernabilidad del volumen de transporte privado en la isla. Los expertos en movilidad deberán recalcular las cifras de potenciales viajeros, coste efectivo del proyecto, etc. pero es que justo eso es repensar Canarias y no seguir obligatoriamente con la inercia del pasado. Es ese impulso al que creo que se refiere Octavio Llinás en esta entrevista acerca del PLOCAN, un caso de éxito en la innovación tecnológica, académica, institucional y empresarial, digno de ser mejor conocido y, como el propio artífice de la idea sugiere, replicado, aunque no en su totalidad, porque eso no suele salir bien. La economía azul debe ocupar la centralidad que le corresponde en un archipiélago que debe volver a mirar a sus aguas, como reza en nuestro nuevo Estatuto.
De Rifkin me sigue interesando su reflexión sobre el mundo del trabajo, que cobra inusitada actualidad a pesar de contar ya con más de veinte años: su apuesta por el reparto del mismo, la reducción de la carga horaria, el teletrabajo como elemento para la conciliación de la vida familiar y laboral, etc. Gracias a la incorporación masiva al trabajo a distancia empezamos a ver su cara no tan positiva: jornadas interminables, aumento del stress, ocupación física de la vivienda doméstica, traslado de costes empresariales a la economía del trabajador, etc. Habrá que darle una vuelta a todo esto pero parece inevitable y hasta recomendable que buena parte de la administración pública canaria y también del mundo de la empresa no abandone ya este escenario aunque sea de manera parcial. Es algo en lo que también deben pensar nuestros expertos en movilidad. Y en la educación, el elefante en la sala que nadie quiere nombrar: los cursos mayores deberán tener clases también por la tarde. Si no, no habrá forma humana de que todos los alumnos puedan asistir suficientemente al centro educativo incluso incluyendo la ya imprescindible educación a distancia. Sin embargo, también es posible la semana laboral de cuatro días, un horizonte hacia el que avanzar.
Y volvemos a lo mismo. ¿Cómo será la ritualidad del juego en nuestros diezmados y parcelados patios escolares? ¿Se ensimismarán nuestros niños cada uno en su pantalla porque jugar a la cogida o al fútbol es peligroso? Si la pandemia se cronifica, ¿qué cambios habrá que esperar en unos niños más contenidos y limitados en tantos aspectos tan normales hasta ahora? Pediatras, psicólogos, antropólogos y educadores harán bien en comenzar a estudiar estos fenómenos que ya se nos echan encima. Viene una nueva vida y no tenemos las vacunas que nos protejan de sus efectos más perniciosos.