Corría el año 1978 y ya habían pasado tres desde que Franco falleciera en su cama tras una larga agonía. Aquel invierno se dio por finalizada de forma oficial la dictadura con una constitución que dio nombre de “democracia” al panorama político post-franquista, aunque bien es cierto que una parte de las leyes instauradas durante el régimen permanecieron en vigor varios años, como es el caso de la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social, aprobada el 5 de agosto de 1970, que no fue completamente derogada hasta 1995. A finales de aquella década en la que se pasó del blanco y negro al color en las televisiones, la realidad de Canarias experimentó diferentes y profundas transformaciones a nivel demográfico, cultural y social. El éxodo de las poblaciones rurales a los principales núcleos urbanos, el establecimiento definitivo del turismo como motor económico o el continuo tránsito migratorio convirtieron al Archipiélago en un incipiente hervidero de influencias, flujos y reflujos. Por otra parte, la inestable y represiva situación política también propició la aparición de movimientos y corrientes que actuaron con distintos métodos para conseguir sus objetivos, como es el caso de las multitudinarias huelgas obreras y estudiantiles o el Movimiento por la Autodeterminación e Independencia del Archipiélago Canario (MPAIAC).
En este complejo contexto, y con el sonido de fondo de los disparos que dejaron sin vida a estudiantes como Javier Fernández Quesada durante las huelgas generales o las bombas que el MPAIAC colocó en distintos puntos estratégicos, una serie de eventos sin precedente se celebraron en la isla de Tenerife: los primeros certámenes Miss Travesti. Estos concursos, de los cuales sólo existe la documentación que poseen en sus álbumes de fotos o en su memoria aquellas mujeres que participaron con sus mejores galas y actuaciones, se enfrentaron con su irreverencia, desparpajo y exuberancia a una época que consideró la diversidad una “amenaza”, tal y como recogía la anteriormente mencionada Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social o la ley de escándalo público, con penas que iban desde multas hasta el internamiento en cárceles o centros psiquiátricos con el objetivo de “rehabilitar” a sus víctimas. De este modo, los certámenes de Miss Travesti se configuraron como una forma de resistencia que ponía en jaque la represión legal y persecución policial, al mismo tiempo que ayudaron a sembrar con su loa a la “belleza trans” las semillas del movimiento por la libertad sexual. Y en este punto quisiera aclarar brevemente la distinción entre los conceptos de “travesti” y “trans”, puesto que si bien no podemos hablar de aquellos concursos como “Miss Trans” porque estaríamos cometiendo un anacronismo, la inmensa mayoría de las participantes que desfilaron y actuaron para llevarse el premio eran mujeres trans y no “hombres travestidos”. Mujeres que encontraron sobre los escenarios y delante de los focos una vía para expresar sus identidades y recibir aplausos en lugar de palizas e insultos. En este sentido, la belleza se convirtió en una herramienta de empoderamiento que les permitió reafirmar y celebrar su diversidad en espacios seguros donde, además, podían entablar vínculos y generar una red de apoyos. Tres mujeres, las tres ganadoras de los primeros certámenes de Miss Travesti, se han ofrecido a compartir sus experiencias, recuerdos e incluso fotografías para completar este trabajo, el cual estaría inconcluso sin su generosa colaboración.
“Yo fui la primera que ganó el certamen Miss Travesti cuando se celebró en un local del Puerto de la Cruz llamado “Why Not?” en 1978”, afirma Marcela. “Todas las candidatas que entramos al concurso teníamos que hacer un playback y yo hice la canción de Guillermina Motta “Yo en amores soy muy ligera”. Fui la ganadora y el dueño del local me entregó una placa que todavía conservo (imagen 1). En esa época Miss Travesti no se promocionó ni se anunció porque todavía quedaban los restos de la dictadura en el ambiente. Después de eso actué en un local que se llamaba Poupee’s y que estaba en la avenida de La Salle, en Santa Cruz, y esa vez sí hubo un anuncio en el periódico que presentaba el espectáculo como ‘un gran elenco artístico con los más bellos travestis del momento’ (imagen 2). Pero en esos años muchas veces nos tuvimos que defender cuando nos agredían o tiraban piedras. Una vez en una pelea enorme, que me dieron un golpe en la cabeza, éramos por lo menos ocho amigas contra dos coches llenos de tíos pero yo le arranqué de un mordisco media oreja a uno de ellos. Cuando nos daban palos teníamos que responder. A veces corríamos nosotras y otras veces corrían ellos”, recuerda.
“Los conceptos de hace cuarenta y un años poco o nada tienen que ver con los de hoy en día”, dice Carla, la ganadora del certamen Miss Travesti Tenerife que se celebró ese mismo año al sur de la isla en Playa de Las Américas (imagen 3). “La belleza era una herramienta más que nos permitía abrir puertas laborales, aunque en la actualidad este discurso pierde fuerza, porque al fin y al cabo son estereotipos que se pretenden romper y desarmar desde el feminismo, pero aquella época era otro contexto. De hecho el premio por ganar ese concurso consistía en trabajar durante tres meses en una sala de fiestas del sur de Tenerife. Allí trabajé con una amiga llamada Dona con la que conviví en un apartamento de Los Cristianos. Eran posibilidades de apertura y, de algún modo, resistencia ante las dificultades que teníamos que sortear con las herramientas que poseíamos. ¿Y hoy en día la belleza ha dejado de ser una herramienta? Yo creo que no, porque seguimos viviendo en una sociedad donde aún te abre muchas puertas, aunque la lucha está en que sean nuestra profesionalidad y capacidades las que nos permitan acceder a un puesto de trabajo, aunque en mi opinión esto no abarca solo lo trans sino a toda la condición humana”.
“Era una época muy convulsa cuando se celebraron aquellos concursos”, así piensa Aroa, quien alcanzó el “reinado” en 1980 en un conocido local del centro de la capital chicharrera llamado “El Valentino”, y que además resulta ser hermana de Marcela. “Tenía diecinueve años y no quería ir pero fue mi hermana la que me insistió tanto que acabé aceptando y me presenté como candidata. Aquel concurso se organizó con una mayor promoción que los anteriores, tal vez porque ya estábamos en otra década, y llegó a salir anunciado en los periódicos. La sala estaba abarrotada, habrían unas ciento cincuenta personas, y entre los asistentes también estaba la policía secreta como simples curiosos porque no podían hacer nada contra nosotras en ese momento. Había un jurado y una votación y yo quedé ganadora. Me dieron una banda, un ramo de flores y una corona. ¡Todavía conservo la corona!”, dice Aroa entre carcajadas (imágenes 4 y 5).
“Estábamos en un gueto y no existían otras opciones que la prostitución o el espectáculo, por lo que todas nos sentíamos muy unidas y nos apoyamos para hacerlo más llevadero. La policía hacía redadas muy a menudo y a las que cogían nos retenían en la comisaría de la calle Benito Pérez Armas. Entre 1977 y 1978 abrieron en el Edificio Olympo de Santa Cruz un pub que se llamaba “El Pájaro Loco” (imagen 6) y los dueños decidieron contratar como camareras únicamente a mujeres transexuales. No era un bar de alterne ni de striptease, pero fue un escándalo igualmente. Vinieron hasta dos revistas españolas de la época del destape, la ‘LIB’ y la ‘YES’, a hacernos un reportaje”.
Ese verano de 1978 muchas de aquellas reinas y bellezas clandestinas, algunas expulsadas de sus familias y otras tantas continuamente vejadas y agredidas por desconocidos, decidieron reunirse para alzar la voz y denunciar la terrible represión que caía sobre sus perfumados pero firmes hombros. El 25 de junio de aquel año el céntrico Parque García Sanabría, ubicado en Santa Cruz de Tenerife, fue testigo de la primera manifestación por la libertad y diversidad sexual que tuvo lugar en Canarias. Según un artículo de aquella fecha del Diario de Avisos, el acto fue convocado por parte del denominado Partido Democrático de Homosexuales de la Región Canaria y acudieron cerca de doscientas personas. “Un grupo formado, en gran medida, por mujeres transexuales, con la complicidad del movimiento feminista tinerfeño y algunos partidos de izquierda, visibilizaron desde el punto de vista político por primera vez en las islas a un colectivo hasta ese momento marginado y penalizado”, afirma el investigador Víctor M. Ramírez en una de sus publicaciones. En el acto había una pancarta en la que se leía «No a la Ley de Peligrosidad Social. 25 de junio, día del orgullo Gay». La concentración se intentó disolver pero quienes estaban allí iniciaron una manifestación improvisada y pacífica por la Rambla General Franco hacia el centro de la capital. Durante el trayecto se corearon consignas como «Libertad Sexual», «No a la Ley de Peligrosidad Social» y «Suárez, escucha, los gays están en lucha» (imagen 7).
Posiblemente sin ser conscientes de ello aquellas mujeres, que formaban parte de un amplio abanico de subversión y disidencia sexual, estaban haciendo historia con sus gritos, pancartas y lemas. Pero lo que sucedió aquel día es la imagen más visible de una resistencia permanente que se fraguó en los calabozos de las comisarías cuando eran detenidas sin cometer mayor delito que expresar su identidad, en los muelles donde el agua salada se mezcló con el llanto quebrado durante una paliza y, por supuesto, en aquellas salas de fiesta que comenzaron a albergar a finales de los setenta unos concursos donde recibieron coronas y flores en lugar de golpes. Fueron mujeres tachadas de “amenaza” para el orden público y aquel modelo de sociedad incapaz de reconocer que la diversidad forma parte innegable e inevitable de la condición humana, tal y como lleva sucediendo en todos los territorios y culturas del planeta desde el pasado más remoto. Actualmente atravesamos una etapa en la que es necesario y urgente conocer y reconocer estas historias, vivencias y luchas que forman parte del ayer pero que, indudablemente, nos han permitido alcanzar un presente con sus semillas de resistencia. En este momento en el que los discursos del odio y la persecución, herederos y nostálgicos de la dictadura, señalan la diversidad como una “moda” o un “adoctrinamiento”, nuestra mejor arma es ser conscientes de las realidades que existen desde hace siglos y que han enriquecido, muchas veces desde la clandestinidad, nuestro mundo.
Ellas son “peligrosas” para las mentes incapaces de reconocer lo evidente. Sin embargo, sus lentejuelas y plumas, su irreverencia ante el autoritarismo y su destapada autenticidad son un valioso tesoro que poseen quienes han sabido aplaudir en lugar de perseguir y reprimir su libertad.
* La autora es Dani Curbelo. La publicación original del artículo fue en la Revista El Bucio número 1.