Este texto consiste en una reflexión entorno a las cartografías modernas y el rol que estas han tenido en la lógica organizativa colonial. Durante los pasados 2 meses hemos estado discutiendo y apostando a otras formas de vida. Muchas personas están convencidas que no se puede volver a la “normalidad” y, sin embargo, seguimos partiendo desde los mismos planteamientos y estructuras modernas. Por tal razón, pensamos que es urgente “movernos el piso”, literalmente, y empezar a cuestionar nuestras coordenadas geográficas y la relación que tenemos con ellas.
Según el filósofo indígena Brian Burkhart, “la localidad es un hecho metafísico” (p. 6; nuestra traducción). Ese término, localidad, o “locality” en inglés, se refiere a una relación primordial ontológico con la tierra. Más precisamente, se refiere a un vínculo de parentesco – kinship en inglés – con la tierra que permite que el sujeto resista la internalización de los efectos del colonialismo. Pero como sujetos diaspóricos, es decir, como sujetos dis-locados, nos parece que padecemos de cierta vulnerabilidad ontológica que podría ser el resultado de una fractura en las relaciones con la tierra impuestas por la modernidad europea. Esta fractura en las relaciones terrenales podría ser una razón por el cual para Fanon,“El sujeto negro carece de resistencia ontológica ante los ojos del sujeto blanco” (p. 90; nuestra traducción). Específicamente, en el contexto del presente ensayo, nos referimos a las intersubjectividades que son impactadas, hasta fracturadas, como resultado del trabajo cartográfico. Como nos recuerda la organización The Decolonial Atlas, un proyecto autogestionado que busca resquebrajar concepciones cartográficas coloniales, “la cartografía no es tan objetiva como creemos. La orientación de un mapa, su proyección, la presencia de fronteras políticas, que las características se incluyen o se excluyen, y el lenguaje utilizado para etiquetar un mapa están todos sujetos al sesgo del creador de mapas – ya sea deliberado o no.”
Como bien se sabe, el mapa más conocido es la proyección Mercator, desarrollado en 1569 por el cartógrafo bélgico Gerardus Mercator. Este mapa fue desarrollado para facilitar la navegación marítima ya que surge como producto del establecimiento de loxodromos como líneas rectas. Es decir, surge a partir de la necesidad de facilitar la navegación de Europa al “Nuevo Mundo”. O más claramente, surge para facilitar el proyecto imperial en Abya Yala.
Uno de los efectos de la proyección Mercator es que distorsiona los tamaños de las diferentes tierras, haciendo que algunos países – particularmente aquellos al sur de la línea ecuatorial – parezcan más pequeñas de lo que son en realidad. De igual manera, establece una narrativa de la historia que establece a Abya Yala como novedad, como una tierra sin relación alguna con las demás tierras del mundo. No es hasta su conquista por parte de los europeos y el establecimiento de un mercado capitalista global que surgió como producto del genocidio y expropiación de las tierras de los habitantes de Abya Yala y el secuestro, dis-locación, y esclavización de sujetos africanos que Abya Yala se inserta en la historia mundial.
Es en este sentido que Enrique Dussel, en la conferencia “Otra mirada a la historia universal”, comenta que América era el extremo oriente del extremo oriente, un concepto que no solo pretende virar patas arriba la cartografía colonial eurocéntrica sino también repensar y reevaluar la historia y la política universal desde los márgenes del sistema-mundo moderno. De ahí la importancia de rotar el mapa y comenzar desde el oriente para continuar la trayectoria hasta el extremo oriente, América Latina y el Caribe. El mero ejercicio de mirar un mapa del mundo desde otro lugar se puede presentar como una práctica decolonial cuando se sitúan en el centro los otros mundos y civilizaciones, y el intercambio cultural entre estos.
En momentos en donde la pandemia del COVID-19 ha puesto, nuevamente, en evidencia la fragilidad e insensibilidad del sistema capitalista, que sufre de la escasez de equipo médico para cuidar a las personas mientras sigue acumulando armamento para destruir el planeta tierra con un solo click, rotar el mapa del mundo es una cuestión de vida o muerte. Desde 1992, aunque empezó a gestarse mucho antes en el extremo oriente del extremo oriente, diferentes académicxs y activistas comenzaron a acuñar el término de colonialidad del poder precisamente en otro momento importante en la historia del mundo moderno-colonial, la caída del muro de Berlín y los 500 años de la conquista y colonización del continente americano. Ninguna de las dos alternativas que habían protagonizado la guerra fría se presentaban como unas que garantizasen una vida digna en el planeta y con el planeta. Eso sin contar con la infinidad de veces que el mapa político cambió, y sigue cambiando, en los últimos 500 años debido a las constantes guerras y nuevos acuerdos para tratar de mantener un sistema insostenible. Nos preguntamos hasta cuándo se va a seguir manipulando el mapa político para tratar de encajarlo en el orden dominante. Gloria Anzaldúa, en su libro Borderlands. La frontera. The New Mestiza, comparaba las fronteras, en particular la que divide México de EE.UU, con heridas, y aunque a través de estas se pueden crear puentes, de la misma forma que las heridas cicatrizan, la particular frontera entre México y EE.UU podría funcionar como metáfora de la imposición del sistema-mundo en el globo terráqueo. Cuesta pensar que, en lo que hoy conocemos como el continente americano, era, antes de la conquista y colonización europea, lo que los indígenas del norte llamaban la “isla tortuga” por donde se mantenía un flujo constante de personas de diferentes civilizaciones, y ahora se ha convertido en uno de los lugares más violentos de la tierra.
Y es que, al parecer, son solo los países del “1er mundo” los únicos que pueden transformar el mapa, poniendo y quitando fronteras políticas, sin contar con la gente que vive en esos espacios; desde el norte se deciden e inventan nuevos países, como es el caso de Israel. Sin embargo, no es casualidad, que sea en México, esta vez en la frontera sur, donde haya surgido otro mundo, el de los caracoles zapatistas. En 1994, el mismo año que México firmó el Tratado de Libre Comercio (NAFTA), y mientras el mundo se preparaba para el cercano siglo XXI, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional irrumpió en el mundo para separarse de una vez y por todas de los estados modernos.
Referencias
Anzaldúa, A. Borderlands. La frontera. The New Mestiza. San Francisco: Aunt Lute Books, 1999.
Burkhart, B. “‘Locality Is a Metaphysical Fact’ — Theories of Coloniality and Indigenous Liberation Through the Land: A Critical Looks at Red Skin, White Masks”, Indigenous Philosophy 15, núm. 2, 2016.
Dussel, E. “Otra mirada a la historia universal”. Revisado el 25 de abril de 2020. Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=6GLzHSlGf4o.
Fanon, F. Black Skin, White Masks. New York: Grove Press, 2008.
Maldonado Torres, N. Clase sobre decolonialidad. El 2 de noviembre de 2019. Escuela Feminista Radical de la Colectiva Feminista en Construcción.
“The Decolonial Atlas – About”, The Decolonial Atlas (blog), el 31 de marzo de 2015. Recuperado de: https://decolonialatlas.wordpress.com/about/.