Cuentan que en la medianía de la Isla, entre la zona de Güímar e Igueste de Candelaria, justo encima de la carretera vieja, esa carretera única, que transcurría por lo sures de la Isla hasta llegar al Acantilado, había una casa con las puertas y las ventanas hechas de los antiguos pinos centenarios que resistieron al calor y hasta las erupciones de Guayota.
Desde el balcón de la casa se divisaba el mundo más allá de la Isla. En días claros casi se tocaba la arquitectura basáltica, montañas, y riscos imponentes de la vecina isla y por las noches, se contemplaba la confederación de estrellas y astros que hacían soñar al personaje principal de esta historia.
Se llamaba Juan del Rosario López. Juan era soñador, pero con los pies muy pegados al suelo. Desde su Balcón privilegiado anhelaba conocer mundos, pero también recordaba historias. Una de ellas se la había contado su abuela.
- «Tus abuelos fueron los que cargaban a la Candelaria desde Las Playas de Chimisay».
Esa tradición, más allá de las creencias, lo hacía conectar con los Añaterve, con Antón Guanche, con los primeros que cargaron a Chaxiraxi, después de tantos siglos su estirpe seguía creyendo en Magec.
Juan fue a la costa un día para cambiar papas y cebollas por viejas y cabrillas. Uno de los pescadores siempre le decía delante de la multitud venida de todas las partes del Valle.
- «¡Miren! ¡Ahí va Juan el de la Higuera! Aclamaba riendo el pescador al que le acompañaban otras personas, que sin conocer a Juan caían en la risa fácil del pescador candelariero».
Juan se callaba, porque no entendía como se podían reír de él. Y tampoco se trataba de defender ni mucho menos el honor. Con lo que le quitaba la importancia.
Aquella Higuera a la que aludía la burla del pescador, sobresalía de la casa de Juan. El árbol daba sombra en verano y frutos a los niños que jugaban a coger los higos de temporada. Juan era muy consciente y creía que la Higuera hacía a la casa. Y que la burla del pescador la apagaba simplemente el olor del árbol centenario.
En las fiestas del Socorro donde se jugaba a los pares y nones, una tradición a la que Juan acudía fielmente todos los septiembre Juan junto a otros paisanos y paisanas desde la Iglesia de San Pedro a ritmo de Tajaraste y folías, vio de nuevo al pescador y antes que este le dijera algo
Juan a ritmo de polca y con un timple en las manos le cantó que ya él no se llamaba Juan del Rosario. Que a partir de ahora se llamaría Juan Higuera. Y así es como surgió el apellido de mi familia.
* El autor es Ruymán Afonso. Envió este texto a Tamaimos.com para su publicación.