Cuando me pongo delante de la pantalla cada semana para escribir la columna, muchas veces no sé qué tono darle. Cuando termino, no sé si quedé como incendiario, si fui demasiado condescendiente o si estuve hablando de pájaros preñados, mientras hay cosas más importantes. Escribo sin presiones de nadie y los textos adquieren el tono que yo quiero que adquieran. No todos los periodistas pueden decir lo mismo.
Esta semana sé lo que debo escribir y el tono que quiero que adquiera el texto. No me apetece comentar el baño de militares en Agaete mientras el resto de la población vive confinada. Tampoco la vergonzosa justificación de la alcaldesa de Agaete. Ni siquiera el blanqueamiento del estamento militar de los medios canarios, donde todo parece justificable para según qué fuerzas. Los hechos y las justificaciones hablan por sí mismo, y no hay mucho más que comentar. El tono de esta columna será positivo. Porque el confinamiento también tiene cosas positivas y se los voy a demostrar.
En un mundo de prisas, ruido y estrés pudimos parar. Por obligación, pero lo hicimos. Aunque muchos hemos teletrabajado con mucha intensidad, siempre terminas, sales del despacho, y allí está tu gente. Por lo tanto, una de las cosas positivas de este confinamiento ha sido estar más con los chinijos. En este periodo, pudimos parar, estar con nuestras niñas, experimentar y jugar mucho. Detrás de dibujos, puzzles, cuentos, manualidades y bailes, estrechamos la relación con las más pequeñas. No es baladí el asunto. Yo ya estoy echando de menos a la pequeña el primer día que vuelva a salir a trabajar. Más la echaré de menos cuando vaya al cole en septiembre y cuando yo tenga que hacer un viaje de trabajo. No olvidemos este momento de lazos cuando todo pase. Echaré de menos los disfraces, las noches de cine, las verbenas improvisadas y los cumpleaños sin motivo.
Tampoco debemos olvidar los aplausos de las 7, las verbenas de azoteas, la alegría contenida en las ventanas y los piscos en el balcón. Nos reencontramos con nuestros vecinos, nos miramos cómplices e hicimos algo a la vez, por una vez. En mi caso, que vivo en un barrio dormitorio, miré con complicidad a mis vecinas, hablé por fin con el dependiente del supermercado más de dos minutos o compartí conversaciones envuelto en mascarillas y guantes y a dos metros de distancia, con algún señor mayor. Paco Guedes suena en las azoteas cada sábado a media tarde después del «Resistiré» y, aunque ambas opciones me desagradan, esbozo una sonrisa cada semana. Lo echaré de menos, también, cuando todos estemos entrando y saliendo a la carrera.
En tercer lugar, aprendimos a ser vulnerables y ya casi todo lo perdonamos. Nos habíamos pensado que éramos máquinas de trabajar, de generar discursos bien hilados y de tener una vida social muy ajetreada. Ahora no, el encierro nos hizo más humanos. Una niña nos molestó mientras teníamos una importante reunión de trabajo. «Perdona, es que estoy en casa con el pequeño», se disculpó otro de los interlocutores. La vulnerabilidad, saber los límites de nuestro mundo, también es una enseñanza para seguir. No somos máquinas, tenemos derecho a errar, a equivocarnos, a parar porque hace ruido y a tener miedo, sobre todo. Esta dichosa enfermedad llegó y nos puso a todos contra la pared. El mundo no puede seguir siendo igual, ahora sabemos que lo importante no es que la rueda camine siempre, sino que pueda frenar sin movimientos bruscos cuando sea necesario.
Siguen habiendo más cosas. Las comidas largas, las vídeollamadas sin motivo, «solo para saber como estás», el hecho de recordar, de ver fotos de viajes, de acordarnos de la niñez, gracias al reencuentro con el entorno doméstico, y la revalorización de la cultura en su más amplio sentido de la palabra. Recordaremos siempre este tiempo. En medio de un drama social, sanitario y, según los casos, familiar, cuando rememoremos este tiempo quedarán cosas que hemos interiorizado y que se acabarán cuando volvamos a la calle y sus ritmos. Como lección, deberíamos darle el valor que se merece a nuestro entorno natural y cuidarlo mucho más. No podemos seguir como antes, tenemos la obligación de mejorar nuestro mundo. La economía se arreglará o no, también depende de nuestro empuje para hacerla más humana y más justa. Cuando hagamos el balance de nuestra existencia, este periodo quedará marcado en rojo. Te invito a que extraigas todas estas cosas positivas que nos dejó.