En estos días de confinamiento, las reflexiones no dejan de sucederse. Mayoritariamente, posan su mirada en la Canarias que saldrá de todo esto, o más bien, en cómo salir de todo esto. Y hacen bien. Un tema central que ocupa las preocupaciones de periodistas, comentaristas, blogueros, etc. suele ser el de la soberanía alimentaria de las islas. Es desde luego muy oportuno volver la mirada hacia nuestro sector primario y pensar en alcanzar las cotas más altas posibles en cuanto a independencia a la hora de producir nuestro propio alimento.
Además, se han sucedido numerosas iniciativas, especialmente las lideradas por el Cabildo de Gran Canaria, para tratar de atenuar los efectos de la actual pandemia en la cadena productiva. Con hoteles, restaurantes, cafeterías, bares, etc. cerrados, el llamamiento al rescate de nuestro débil sector primario se ha hecho directamente al consumidor, apoyándose en las nuevas tecnologías de la información y la distribución a domicilio. Desde los poderes públicos, pero también desde los productores y otras redes de la ciudadanía, se han abierto canales para la distribución y comercialización de la producción de forma que, sin disponer de datos concretos globales, pareciera que los peores escenarios para el sector se han logrado sortear. ¿Qué quedará de todo esto cuando pase el confinamiento? Es difícil aventurarlo. Por lo pronto, parece que la conciencia de la necesidad de reducir la dependencia alimentaria, y no sólo, se ha asentado en sectores de población mayores que los tradicionalmente convencidos. Es pronto para afirmar tajantemente que vamos hacia una modificación radical y sustancial de los hábitos de consumo, aunque no se puede descartar. No parece descabellado apuntar a una vuelta a la cocina doméstica, como zona de confort y espacio de seguridad que, tal vez, haga renacer nuestro arrinconado recetario tradicional. Si es que recordamos cómo se cocinaban dichos platos entre tanta pizza, pasta y procesados.
Un aspecto me parece de especial interés: en la mayoría de las reflexiones a las que hago referencia suele aparecer una voluntad de impulsar una especie de “vuelta al campo”. Es obvio que si queremos un sector primario más fuerte, hará falta, además de terreno, agua, semillas, regulaciones, etc. una mano de obra capaz de sacarlo adelante. Sin embargo, se suele dejar atrás el factor cultural a la hora de imaginar este proceso. La mirada cualitativa (“thick data”) que aporta la antropología siempre es la gran olvidada frente a los “big data” de economistas y sociólogos. Creo que es un error que no nos podemos permitir de cara a la Reconstrucción de nuestro país. Como viene a decir Kydland: «la clave tras esta pandemia es mantener el capital humano (…) esto no ha sido un terremoto. No hay que reconstruir puentes ni carreteras. Siguen ahí.» Hagamos lo posible por tener una perspectiva integral de los desafíos actuales.
La sociedad canaria es eminentemente urbana. Los hábitos de vida no son esencialmente diferentes a los de cualquier otra sociedad occidental. El proceso de transformación social, económica, cultural, etc. iniciado con el “boom” del turismo en los años 60 del siglo pasado no sólo supuso cambios directamente irreversibles sino que trajo una fractura con el mundo inmediatamente anterior, eminentemente rural, que aún hoy padecemos. Salvo en los entornos rurales o semi-rurales, la inmensa mayoría de la población no tiene los conocimientos y saberes necesarios para obtener alimento si no es adquiriéndolo, probablemente en una gran superficie, hipermercado o similar. Aunque pueda haber, que los hay, jóvenes profesionales, muchos con formación específica, en el sector primario, sabemos que hablamos de una minoría absoluta en el panorama de la Canarias del siglo XXI. La mayor parte de ellos, además, están esencialmente vinculados al sector vitivinícola, el de mayor valor añadido con diferencia. Pero, aunque a algunos les gustaría, ninguna sociedad puede vivir solo con vino.
Por mi profesión docente, estoy en contacto casi exclusivamente con gente joven. Creo que puedo decir, sin temor a equivocarme, que ninguno de ellos considera la perspectiva de incorporarse al sector primario. Ninguno está pensando en cultivar papas, zanahorias, habichuelas, etc. o criar ganado, producir queso, dedicarse a la pesca de bajura, etc. Y no estoy hablando de una zona urbana sino uno de esos asentamientos crecidos a las afueras de las grandes ciudades que aún conservan paisaje rural y un cierto pasado vinculado al campo y las tareas agrícolas, aunque sea en su variante para la exportación. Por supuesto, siempre habrá excepciones aquí y allá. Habría que conducir un gran estudio tomando en cuenta las variables por isla, género, tipologías de núcleos poblacionales, etc. Sin embargo, creo que una mirada antropológica nos devolvería la evidencia de que la mayoría de nuestros jóvenes consideran el sector primario como algo atrasado y poco recomendable.
A partir de aquí, el peligro, en mi opinión, está en que empiecen a florecer planes e iniciativas por parte de las instituciones, tan bien intencionadas como mal orientadas; que se destinen fondos públicos más animados por el voluntarismo que por un análisis acertado del problema. Que perdamos tanto dinero como tiempo. No se crea un agricultor a base de ingeniería social, regalándole tierra, agua, semillas, etc. Es un empeño condenado al fracaso, salvo en condiciones muy puntuales donde, por ejemplo, haya algún tipo de transmisión familiar de capital vinculado al patrimonio familiar. Poca gente estará dispuesta a abandonar en buena medida sus modos de vida actuales para entregarse a una vida dura y sacrificada, por más que se introduzcan adelantos tecnológicos de todo tipo, algo imprescindible, por no hablar de las condiciones laborales, de seguridad, etc. Ya Chávez intentó algo parecido en Venezuela con escasa fortuna. ¿Disponemos de datos estadísticos acerca del aprovechamiento de los Bancos de Tierras que hay en los municipios de las islas? ¿Estamos hablando de explotaciones económicamente sostenibles o de una actividad secundaria, que las más de las veces no entra en el mercado por lo exiguo de la producción y se limita al ámbito familiar? Tampoco nos vale como sociedad una agricultura exclusivamente de subsistencia cuando las necesidades materiales de cualquier unidad familiar van mucho más allá de la estricta alimentación.
Sin embargo, si somos capaces de redimensionar nuestras expectativas, poner luces largas, cualificar la apuesta,… tampoco es imposible que nuestro sector primario aproveche la oportunidad que se le presenta. El clima social es, desde luego, favorable como nunca: una sensibilidad alta hacia estas propuestas e instituciones más o menos decididas a trabajar en esa línea. Toca ponerse manos a la obra y continuar lo bueno que ya se está haciendo, ahora con más ímpetu. En mi modesta opinión, hay que reconstruir la cadena de conocimientos, saberes y la mirada apreciativa que puedan hacer de la actividad en el sector primario, ya sea agrícola o ganadera, en primer lugar, posible y luego, atractiva. Aquí debe entrar de lleno nuestra Formación Profesional, que debe diseñar planes específicos al respecto, reforzando la oferta actual, conectando con las iniciativas institucionales antes mencionadas. También deben jugar un papel importante los pocos agricultores y pescadores que nos van quedando: deben tener el reconocimiento que merecen y concederles el papel de transmisores del legado. No podemos permitirnos el lujo de perder toda esa sabiduría acumulada. Y, por qué no, armarnos de la paciencia y estoicismo de nuestros abuelos y abuelas que, mirando al cielo y cavando surcos, sacaron adelante a nuestro país canario en condiciones mucho más complejas que las que ahora nos toca enfrentar.