Los géneros genéricos ¿quién los generará?
Cuando era niña una de las asignaturas que teníamos en el colegio era «Lengua castellana y Literatura», que con el tiempo pasó a llamarse «Lengua y Literatura». En esta asignatura aprendíamos a hablar y escribir correctamente, como marca la norma, como marcan las personas que escriben la norma, como marca la RAE. Desde pequeña fui muy rebelde con la ortografía y la caligrafía parece, de manera inconsciente claro, pero no había forma: «tiene que mejorar la caligrafía», «tiene que mejorar la ortografía». Tanto fue así, tal fue la preocupación que me inculcaron, que fui convirtiéndola , también inconscientemente, en algo prioritario, incluso diría que en una obsesión (más de un tic me ha dado al ver faltas de ortografía por ahí, pese a que sigo cometiéndolas de vez en cuando). Ya adulta, y tras tantas experiencias de comunicación en esta y otras lenguas, incluso lenguajes, me he tenido que deconstruir esos dogmas que me instalaron. No ha sido fácil.
Uno de los conflictos que enfrentan a proRAE con el grupo “disidente”, que no sabría cómo denominarlo, es el tema de los géneros en la lengua española. Desde lo histórico y lo normativo, este país ha utilizado siempre el llamado «masculino genérico”. Lo entiende, lo hace entender y lo mantiene como una fórmula válida en la que nos tenemos que sentir identificadas todas las personas. Según las personas que trabajan al servicio del idioma español, la RAE, el uso del masculino genérico se basa:
«[…] en su condición de término no marcado en la oposición masculino/femenino. Por ello, es incorrecto emplear el femenino para aludir conjuntamente a ambos sexos, con independencia del número de individuos de cada sexo que formen parte del conjunto”.
Además explicita que «la actual tendencia al desdoblamiento indiscriminado del sustantivo en su forma masculina y femenina va contra el principio de economía del lenguaje y se funda en razones extralingüísticas. Por tanto, deben evitarse estas repeticiones, que generan dificultades sintácticas y de concordancia, y complican innecesariamente la redacción y lectura de los textos«.
Es decir, que el masculino genérico se da por válido por «su condición de término», sería interesante conocer qué criterios sustentan este argumento – y por economía del lenguaje, es decir, por ahorrar, que tenemos prisa leyendo y puede resultar hasta molesto.
Los géneros gramaticales en esta, nuestra lengua materna, son tres: femenino, masculino y neutro. Los géneros en las ciencias sociales son construcciones sociales que se asignan a los sexos biológicos, entendiéndose normalmente con un alto sesgo binario, género masculino y género femenino. Algo por cierto, que ya está cambiando y abriéndose a otros géneros y poniendo en solfa el encorsetamiento del género en sí. Pues estos géneros, como pautas de comportamientos sociales asociados a una idea de mujer o de hombre, llevan tiempo siendo cuestionados. Interesante, y necesario, hablar de feminidades y no de feminidad, de mujeres y no de la mujer, de masculinidades y no de masculinidad, de hombres y no de el hombre, interesante y necesario reconocernos en la pluralidad, en la diversidad. Este camino andado e iniciado por mujeres, por muchas de nuestras ancestras, tampoco ha sido fácil, pero hay recorrido, queda recorrido y seguimos en él. Que se lo digan ahora a «las nuevas masculinidades» o «masculinidades disidentes», que cuenten lo que es desafiar la norma, siendo ellos el poder legislativo. Se torna interesante y lleno de desafíos este camino de los compañeros también.
Y es que las crisis son momentos de cambio y conllevan inseguridad, miedos, zarandeos, inestabilidad, al fin y al cabo, movimiento. Movimiento frente al estatismo. Si somos fieles a la normativa de la lengua española no existe palabra en masculino genérico aplicada a las personas que englobe todos los géneros. Yo jamás podría identificarme con ninguna palabra en masculino genérico desde que reconozco la categoría de poder y privilegio que contiene. Sin embargo hay una palabra que mágicamente es femenina, y además genérica, donde todas pueden sentirse identificadas, sin herir egos ni identidades: «persona». No existe «el persona», existe «la persona». Les guste o no RAE, la inventariaron ustedes. No hay privilegios ni desigualdad en este artículo determinado, tampoco en la palabra.
Por tanto, si decimos «las lectoras aquí presentes» nos podríamos ir acostumbrando a sentirnos identificadas las personas lectoras (y fíjense que ahorramos en lenguaje también). Por tanto, bienvenidas las crisis y los zarandeos, demostremos que al igual que las culturas son dinámicas, la lengua puede ser flexible y resiliente. Nos doy ánimos, y un empujoncito, para mirarnos, reflexionarnos, practicar (porque esto lleva tiempo y práctica) y por qué no, para deconstruirnos.
Los aborígenes, guanches, indígenas canarios. Chacha: ¿cómo les llamamos?
Seguramente más de una vez se han preguntado, y si no pues ahora es un bonito momento a compartir, ¿quiénes cuentan la historia de Canarias? ¿Cómo sabemos lo que conocemos de nuestro pasado más antiguo? ¿Quién escribió sobre las personas que aquí habitaban antes de la conquista y sometimiento español? ¿Qué profesionales del mundo de la arqueología conocemos? ¿A cuántos arqueólogos has escuchado hablar o leído o visto por la televisión? ¿A cuántas arqueólogas? (Lara Croft no vale, ni es real ni es arqueóloga). ¿Quién ha contado la historia? Esa historia que estudiamos en el colegio, esa historia que nos abraza en los pueblos, esa historia que absorbemos del pasado y que ha creado nuestro ser presente. Sí, efectivamente, los hombres. Los hombres han contado la historia desde los hombres y para los hombres, ignorando, silenciando, plagiando e incluso borrando a mujeres de la misma. Sin entrar a profundizar desde dónde se cuenta la historia, pues ese sería otro artículo, nos conviene cargar las pilas sobre esta mirada en el contexto histórico-canario. Citando a la arqueóloga feminista Sandra Montón “no se trata únicamente de integrar nuevos agentes en forma de mujeres, niños, terceros géneros, etc. para completar las explicaciones tradicionales, sino escudriñar los valores e intereses sobre los que y con los que se construye el discurso teórico mainstream y desvelar que su lógica más profunda es la lógica del orden patriarcal”. Por ello sigamos cuestionándonos, aprendiendo de todas estas personas que tanto dentro como fuera de la academia están trabajando para recontarnos la historia, para que cuando las generaciones futuras nos estudien, no sigan absorbiendo los mismos errores que nosotras.
Teniendo esto en cuenta, para seguir ampliando el debate sobre el conocimiento científico y el academicismo en Canarias, ahora nos centraremos en un punto muy concreto. Analicemos algunas formas populares y científicas de nombrar a una de las raíces que nos conforman, a ese pueblo que habitó las Islas Canarias hasta la conquista y colonización europea en diferentes oleadas y que conformó su propia cultura:
- Los antiguos canarios
- El pueblo aborigen canario
- Los aborígenes canarios
- Los guanches
- Época prehispánica
- Nativos canarios
- Antiguos pobladores canarios
- Indígenas Canarios
- Pueblo bereber
Tanto «los antiguos canarios» como «los aborígenes canarios«, «los guanches», «nativos canarios«, «antiguos pobladores canarios» e «indígenas canarios» están en masculino genérico, es decir, demostrando una imposición y privilegio de género, donde se supone tenemos que sentir que están hablando de las mujeres, o de otras concepciones de género que desconocemos de esa época, pero sin nombrarlas. Es, sin duda, de los términos o formas del lenguaje más utilizadas para denominar nuestro pasado cultural más antiguo, y es en ello donde se advierte la justificación y ahínco de la primera parte del artículo.
Siguiendo con el análisis conceptual: «aborigen«, que si mejor que no, porque «a» significa «no», y esto puede implicar que no hay origen. Que si «ab» significa «desde» y en realidad desde el origen de las islas no está este pueblo, sino que vinieron después (igual que nativo). En fin, todo un drama que hay con esta palabra, no nos ponemos de acuerdo. ¡Qué pesadas las feminis-! ¡uy! que no hay género de por medio esta vez.
«Guanche«, este término está referido a una isla en concreto, no a todas. Así que poca discusión hay sobre esto, pese a que en la investigación suele utilizarse el guanchismo para referirse al pueblo que se instaló aquí por primera vez. Será cuestión de que desde el propio sector de la investigación científica social se le ponga asunto.
Indígena. La madre del baifo. La palabra indígena, es un concepto que pusieron los colonizadores y cronistas españoles en América del Sur y Centroamérica a las diferentes etnias, para así homogeneizarlas, y segregarlas bajo un sistema de poder. Si bien, desde los propios pueblos originarios se sigue utilizando esta palabra, incluso resignificándola, cada vez se es más consciente de lo que conlleva el concepto. Nunca se denominó al pueblo que habitó la Canarias antigua como indígena, sabiendo el origen de este concepto ¿queremos acuñarlo?
Época prehispánica. Poco me detendré. Y es que este concepto se descarta así mismo por su aroma férreo eurocentrista. No se sostiene bajo ninguna lógica de justicia cognitiva.
Pueblo bereber. Resulta que además de ser también un peyorativo francés de una cultura basada en una mezcolanza de muchas etnias, las personas que llegaron a Canarias a principio de la era si bien procedían de esos pueblos norteafricanos, crean su propia «subcultura» en el territorio. Por tanto, no son pueblos bereber o amazigh como tal, «un pueblo amazigh» (o varios, porque cada isla tiene a su vez sus diferencias) sí que fue, uno de tantos que hubo, pues comparten rasgos culturales con el continente, sin duda.
Pero, ¿cómo nombrarles entonces sin que haya filtros patriarcales, coloniales, eurocentrismo o reduccionismo de por medio? Antes de eso, una pequeña reflexión: ¿por qué tenemos la necesidad de categorizarlo? ¿Tenían esas personas una forma de llamarse a sí mismo «en general»? ¿Se denominaban quizás por otras lógicas territoriales o sociales? Desde la ciencia social siempre se categorizan las partes de un estudio «hay que ponerle nombre», pero tengamos en cuenta que es para poder comunicarnos cuidando el lenguaje, no para encontrar el verdadero nombre, eso no nos corresponde.
Pues este es el desafío de este artículo. Les insto a reflexionar, a generar lluvia de ideas, a buscar un concepto que todas las personas, lectoras, investigadoras, profesionales, historiadoras, arqueólogas, freakis del tema, podamos sentir que hay representatividad sobre un término igualitario, identitario y justo. Resulta que es tarea de todos y todas, no solo de la ciencia, buscar un término o los que sean, porque los cronistas no nos dejaron mucha más opción, les faltó anotar esto (entre otras tantas cosas), y no podríamos volver atrás en el tiempo, como querría un amigo, «para coger la pluma del cronista y enseñarle a recoger datos útiles«. Entonces ¿qué nos queda? Conversémoslo, intercambiemos ideas, riámonos, digamos disparates, pero intentémoslo. ¿Te atreves?
Venga, yo inicio: ¿Pueblo canario-amazigh? ¿Cultura canaria -amazigh? ¿Los hombres y mujeres del pueblo amazigh-canario?
Te toca.
* La autora es Nerea Santana Medina, Trabajadora Social y Máster de Antropología. Santana Medina tiene experiencia como Técnica de Proyectos de Desarrollo Rural. El texto fue remitido a Tamaimos.com por correo electrónico para su publicación.