Contaba los días ansiosa, de delante para detrás, de atrás para adelante. Menos uno, más uno, ya queda menos. Y con esa motivación me iba a acostar cada noche y me despertaba cada mañana. Menos uno, más uno. Como en una canción de cuna, cada día hacía y deshacía números, soñando con que llegara el momento. ¡Qué largas son las horas cuando uno está lejos de los suyos!
Pero, de repente, el conteo se paró. La bandeja de entrada de mi correo electrónico hacía real el peor de los presagios: vuelo cancelado.
Hasta ese entonces, mi esperanza había sufrido ya varios embates. Poco a poco se cerraban fronteras, los trenes y las guaguas dejaban de circular; pero siempre pensaba que, llegado el momento, encontraría la forma de llegar hasta el aeropuerto. Hasta que esa puerta también se cerró, se cancelaban todos los vuelos con destino a… casa.
Menos uno, más uno, más uno, más dos… La incertidumbre de no saber hasta cuándo. Hasta cuándo encerrados, hasta cuándo lejos, hasta cuándo solos.
Los emigrantes hemos tomado, en algún momento de nuestras vidas, de manera más o menos urgente, de manera más o menos forzada, y con unos resultados muy diversos, una decisión muy dura: alejarnos de aquellos a los que queremos, separarnos de aquello que somos, que nos construyó y que nos hizo ser.
Con la magua inherente, sobrevivimos, trabajamos, amamos, reímos, sentimos en otra realidad, siempre contando con poder volver, ya sea de manera esporádica o definitiva. Creo que eso es lo que nos mantiene cuando todo flaquea, la posibilidad de regresar a casa.
Ante una situación como la que estamos viviendo, con más de la mitad del mundo confinado y el otro medio en cuarentena, nuestra lejanía es doble. Estamos aislados en casa y estamos aislados de casa. Nuestra casa origen, nuestra casa isla queda hoy más lejos que nunca. Y se hace particularmente duro en el caso de los isleños, pues sabemos que estando en el continente, solo tenemos una forma de regresar.
Durante estos “días terribles”, que diría Silvio, he visto a otros emigrantes partir para sus hogares a bordo de un tren, de un coche, teniendo la certeza del calor que te espera al otro lado, donde están los tuyos, donde pase lo que pase, serás amado; mientras yo era consciente, hoy más que nunca, de que la distancia entre el mundo isla y el mundo continente me condenaba a un doble exilio, a un exilio superlativo, en el momento donde las redes de lo propio se hacen, más que nunca también, imprescindibles.