En el momento que escribo este texto todavía no sabemos el alcance real del brote de coronavirus, el COVID-19, que comenzó en Wuhan (China). Cada día las medidas de control y de repliegue superan a las del anterior. Es evidente que los gobiernos no han sabido reaccionar al desafío que se les planteaba, por lo novedoso y la magnitud de la pandemia. Por el contrario, han ido improvisando con el mejor de los tinos posibles, pero no sé si con el acierto que la situación requería.
En un principio se creyó que el virus iba a quedar circunscrito a China y su entorno. Empero, en un mundo globalizado como el nuestro, en Caleta de Sebo afecta lo que pasa en Manila y en Managua lo que está sucediendo en Kazán. La globalización y el movimiento asociado de personas por todo el mundo debió ser una advertencia seria de que había que tomar medidas antes de encontrar la enfermedad delante de nuestra casa. El caso italiano demuestra que se encontraron con un problema de unas magnitudes tales que no podían o sabían atajar. En ese contexto, decretaron una cuarentena, la levantaron para aparentar normalidad y luego la volvieron a imponer. Unas idas y venidas difíciles de entender.
En Canarias, por su parte, se dio el primer caso del estado español. El más llamativo, sin duda, fue el encierro en el Hotel de Adeje. Declaró en los últimos días Amós García, jefe de epidemología del Gobierno de Canarias, que todos los casos son importados. Pese a lo que ocurría, hasta que a nivel estatal no se tomaron medidas excepcionales en lugares como Madrid o Vitoria, en Canarias, al menos a pie de calle, no se percibió el problema como real. Siempre el conocido seguidismo centralista. Mientras tanto, los que tenemos familia en el norte de Italia hemos vivido todo esto con incertidumbre y preocupación, mientras la actualidad hablaba de la última polémica política.
Si el mundo puede estar amenazado, Canarias más. Partiendo de la premisa que hablamos de una enfermedad que se asemeja a una gripe común, como han indicado gran parte de los expertos, en la Canarias turística del siglo XXI llegan a nuestros aeropuertos personas venidas de todos los lugares del mundo, principalmente Europa donde hay un foco tan importante como Italia. Los agentes turísticos se han encargado de ofrecer un mensaje de tranquilidad, porque nadie quiere que se pare la maquinaria. Pese a todo ello, no se puede jugar con la salud pública y confío en que se estén extremando los controles en los recintos aeroportuarios. El episodio de las italianas contagiadas que entraron en Gran Canaria, no ayuda para que la confianza siga en pie.
Recuerdo las voces que apuntaban el cierre de fronteras de los países africanos afectados por el ébola. También las más recientes que solicitaban la parálisis de relaciones con China por el brote primigenio de coronavirus. Lo cierto es que las mismas voces no coincidirían en el mismo análisis con Italia o la Península Ibérica de por medio, por muchos infectados que hayan. El evidente racismo no resiste la más mínima prueba de coherencia. Por mi parte soy contrario al cierre de fronteras en todos los casos por muchos motivos. Sí solicito extremar las precauciones, pero lo anterior solo alimentan la espiral de odio y aislamiento que algunos pretenden.
Esta crisis solo se va a cerrar con cabeza. Con controles exhaustivos, con medidas excepcionales de control y también con mucha sangre fría. No ayudan mensajes alarmistas ni las medidas ultra. La globalización tiene sus aspectos positivos y negativos. Aquí está, delante de nuestra cara, la evidencia de que Canarias es un territorio frágil y que es el menos indicado para vivir ajeno a la globalización, dado el modelo económico que tenemos. Solo desear que este asunto que nos tiene preocupados se solucione a la mayor brevedad y con el más favorable de los balances.