Últimamente la reflexión política está cogiendo fuerza en Canarias. Así lo evidencian tres eventos celebrados estas semanas en las capitales del archipiélago. En Las Palmas de Gran Canaria, el pasado 13 de febrero el diputado autonómico nacionalista de Coalición Canaria (CC-PNC) David de La Hoz, invitado por el espacio para la Reunificación del Nacionalismo Canario (Reúna), impartía una interesante y pertinente ponencia sobre Bionacionalismo: Repensando el nacionalismo canario para un siglo ecológico, donde se pudo reflexionar sobre los retos que se le presentan a nuestras islas en el ámbito del cambio climático en clave nacional canaria. Justo una semana después en Santa Cruz de Tenerife, la plataforma de comunicación política más importante en lengua hispana Beers&Politics organizaba un encuentro con la diputada autonómica socialista Nira Fierro y la socióloga Marta Jiménez bajo el título Mujeres en la vida pública canaria. Como colofón, el viernes 21 la Fundación Canaria de Pensamiento Crítico La Colectiva concentraba en la capital gran canaria una charla con el investigador de la Universidad Complutense de Madrid, Guillermo Fernández, para conversar en torno a su reciente libro Qué hacer con la extrema derecha en Europa. El caso del Frente Nacional (Ed. Lengua de Trapo).
Sin duda alguna, estos tres eventos proporcionan un aire de optimismo para la construcción de una masa crítica fundamentada. Los datos previos no son halagüeños para Canarias, situada como uno de los territorios del Estado con un menor índice de capital social. Así lo demuestra el estudio realizado por los politólogos Fabiola Mota y Juan Subirats, que ubican a nuestra Comunidad Autónoma con un índice en capital social bajo, en concreto, el más bajo después de Cantabria y Extremadura. Evidentemente, estos datos tienen efectos en el buen funcionamiento de la democracia. Un capital social fuerte determina el grado de legitimidad y satisfacción por el sistema democrático, siendo mayor en tanto sea robusto el elemento cívico de su ciudadanía.
No obstante, no sólo un buen capital social ayuda a mejorar las subjetividades sobre el sistema democrático, sino que también favorece al rendimiento de los propios gobiernos. El medio social, en nuestro caso la Comunidad Autónoma de Canarias, determina el devenir de su gobierno en tanto este gestiona para una ciudadanía más o menos informada, involucrada, fiscalizadora, movilizada, que demanda servicios públicos de calidad y exige rendición de cuentas a sus representantes. Si esta ciudadanía carece de composición cívica, los gobiernos tendrán menos incentivos para que sus acciones promuevan el interés general y, por ende, el bienestar social. Como consecuencia, los ejecutivos utilizarán el llamado palo y la zanahoria para moldear las demandas de la sociedad, llevando a posteriori a una frustración y alejamiento de la opinión pública hacia el sistema en su conjunto.
La cultura cívica en una democracia plena conjuga el interés por los asuntos públicos y la vinculación a la comunidad a través de la participación activa, sea esta electoral o asociativa. En el caso de la participación electoral es de suma importancia señalar lo que está ocurriendo en Canarias. Desde las elecciones generales de diciembre de 2015 a las elecciones del 10 de noviembre de 2019 la participación electoral ha ido reduciéndose, mayormente en la provincia de Las Palmas que muestra una bajada de 6 puntos porcentuales, el mayor descenso de todo el Estado. Este dato es sangrante en una ya de por sí sociedad canaria poco dada a la movilización electoral, que en el caso de islas como Lanzarote roza el 50 por ciento de abstención. En cuestión de asociacionismo tampoco estamos radiantes. En el mismo estudio anteriormente señalado se evidencia que el archipiélago concentra una mayor proporción de asociaciones económicas y profesionales en comparación a las de tipo filantrópicas y asistenciales. Este dato es importante porque dependiendo qué tejido social predomine, se perseguirán propósitos distintos. Así, las primeras tienen como objetivo la creación de bienes que son consumidos y disfrutados por quienes participan en crearlos; y las segundas generan bienes que son disfrutados por cualquier individuo de la comunidad. Huelga decir que una sociedad donde predomine la acción de bienes públicos será una sociedad con un capital social más fuerte, generando dinámicas de cooperación entre sus ciudadanos.
La transformación política que hemos vivido en este último ciclo ha acentuado la distancia entre la ciudadanía y los asuntos públicos, mayormente desde el comienzo de la crisis económica. Y aunque la desafección y el descontento político ha imperado, no es menos cierto que el interés por la política y la participación ciudadana por vías no convencionales ha ido en aumento principalmente entre los más jóvenes.
Tal vez, lo que deberíamos pensar es que los canales de participación y colaboración cívica ya no se canalizan de la misma forma que antaño sino, más bien, ofreciendo productos interesantes que puedan ser consumidos por una sociedad muy expuesta al cambio de tendencias. Aquí tenemos que colaborar todos los actores, desde los creadores de opinión hasta los gobiernos, asociaciones y demás colectivos. Crear masa crítica y capital social es fundamental para poseer una sociedad con herramientas suficientes para defender los valores democráticos; para no dejarse llevar por mensajes extremos; para exigir y valorar los bienes públicos; y para reconocerse en una comunidad dada. Todo ello pasa por la reflexión. Anímense a la próxima charla.