Publicado originalmente el 6 de julio de 2009
Que la comunidad LGTB ha ganado fuerza, respeto y consideración en Canarias es un hecho cierto. Saludado por unos, visto con recelos por otros, lo cierto es que ya en las zonas urbanas del archipiélago, ser gay o lesbiana no es sinónimo de anormalidad o marginalidad. Se han tomado medidas en este sentido, y la propia sociedad ha evolucionado mucho.
Todo esto no se ha conseguido así, sin más. Esta nueva fuerza es producto de la lucha de hombres y mujeres que se han negado a ser tratados como seres desviados, inferiores o pervertidos. A ellos les debemos todos (no solo la comunidad LGTB) vivir en una sociedad más humana y democrática; en una sociedad mejor.
Pensando en esto mientras leo un artículo en The Guardian me hace recordar las sensaciones e ideas contradictorias que se me han pasado por la cabeza, viendo por televisión, un año sí y otro también, las celebraciones del Día del Orgullo Gay. Hombres y mujeres subidos en carrozas propias de una celebración de Carnaval, sacan la lengua a la cámara mientras realizan movimientos obscenos. Y, mientras veo esto, siempre me pregunto: ¿se sentirán cómodos los homosexuales y lesbianas con su “representación” pública, con la idea que se proyecta de ellos en ese día?
También me hace “sospechar” de este tipo de celebraciones que se hayan “inventado” en algunos casos pensando en ser un atractivo turístico, más que en una reivindicación por la igualdad de derechos y la dignidad de todos los seres humanos.
¿Qué pasa entonces con los homosexuales pobres? ¿Y con los inmigrantes homosexuales?
Ya digo, son estas reflexiones y preguntas que me han rondado la cabeza durante años, y que veo que también rondan la cabeza de destacados activistas homosexuales, británicos en este caso.