En un arrebato metafórico y pensando en Marco Polo, los chinos han develado un plan ambicioso llamado, “La iniciativa de las correas y las carreteras” (Belt and Road Initative; RBI, por sus siglas en inglés). “Correas” quiere decir, en este sentido, carretera de asfalto (y cemento); las “carreteras” son acuíferas y se refieren a rutas marítimas. El simbolismo no se queda ahí. Esas “carreteras” marítimas son, según ellos, “la versión moderna, siglo XXI, de las rutas de la seda”. El proyecto de $1.3 trillones conectaría por tierra Asia, Europa y África; por mar, a China con el hemisferio occidental. Inicialmente a EE.UU., pero ya han mencionado América Latina y otros destinos en los que, una vez, fueron ellos los que tendieron las vías del ferrocarril. También se construirían aeropuertos para facilitar vuelos a los varios países. Esto último añade un elemento cuasi mítico a la propuesta. Solo hay que pensar en el pájaro grulla (“crane”), que para ellos representa la inmortalidad, para darse cuenta que tal vez la ruta aérea tenga un significado metafórico más complicado: ¿la inmortalidad china en otros lugares?
Precedido por eslóganes tales como, “prosperidad para todos”, y “una apuesta para aumentar la conectividad regional y abrazar un futuro más brillante”, muchos ven el esfuerzo chino como un deseo de dominancia internacional. Las redes terrestres conectarían 1.386 billones de residentes de la República Popular China con los de tres continentes; esto abarcaría 65% de la población global y 40% del producto interno bruto global. Sin duda, el plan incrementaría el acceso a China y facilitaría el que se entendiera mejor cómo funciona y qué puede ofrecer a las relaciones internacionales ese país. Pero, ya sean “correas o carreteras”, estas van en dos direcciones, y también podría –me parece casi seguro, si hay influjo de emigrantes– incitar e incrementar la xenofobia ya evidente en Europa, y el recelo de que se estén invadiendo a los 70 países que el proyecto abarca.
Ese no es el único problema. Aunque las consideraciones humanas que acabo de mencionar no ocurran, el efecto que este proyecto puede tener sobre el medioambiente y el calentamiento global puede ser desastroso. Científicos occidentales y chinos han alertado que, aunque el presidente, Xi Jimping ha respaldado la idea de controles ambientales para el proyecto, en la práctica ha titubeado. Como se ha planificado, la iniciativa estaría completa en 2049. Para entonces el presidente, si es que todavía lo es, tendría ¡96 años!
Que Xi no pueda a estar a cargo, barniza el proyecto de incertidumbre. Aún ahora, entre 2014 y 2017, la mayoría de la energía usada en el transporte a través del globo, proviene de fuentes que generan grandes cantidades de CO2 . En 2019, la energía mundial suplida por fuentes alternas (sol, viento y poder nuclear) era escasamente 10% del total (CNBC News). Además, se espera que la producción de petróleo continúe en asenso durante la próxima década, y un 85% del aumento en se producirá en los Estados Unidos. Con el presente gobierno que rige ese país, que haya control sobre la producción de petróleo tiene pocas posibilidades. Hasta ahora solo la palabra de Xi respalda que su país se muestre amigable al ambiente.
Peor aún, como señalaron dos investigadores en la revista Science en mayo pasado, China respalda las plantas de carbón como si nada estuviera sucediendo en el globo. Con el desarrollo del RBI, la transportación, a través de aproximadamente 60,000 kilómetros de carretera, de camiones, autos, trenes, etc., además del aumento en movimiento aéreo, ha de lanzar a la atmósfera cargas enormes de carbono. Las posibilidades de que este tráfico conduzca a contaminación de cuerpos de agua es enorme. Complica el asunto que se planifica construir gasoductos y oleoductos de una extensión sin precedentes.
Para el paso de esas estructuras (ductos, carreteras, vías ferroviarias, desarrollo de viviendas) se requiere deforestar miles de kilómetros en áreas de bosques frondosos y sustituirlos por cemento o brea, y la necesidad de energía para las viviendas incrementaría el uso de petróleo sin ni se usan fuentes alternas. El efecto que tendría sobre la fauna y flora de esas regiones podría ser (será) devastadora. Piense en qué pasaría si se disminuye la población de pájaros e insectos polinizadores. La alteración de los hábitats es obvia, no solo por la ausencia súbita de árboles y plantas, y posible contaminaciones acuíferas, sino por su fragmentación.
Sí, de seguro que habrá aumentos económicos significativos, ¿pero a qué precio? ¿Qué hace uno con el dinero si no puede respirar o resistir el calor? O si la naturaleza desata una serie de desastres naturales, ¿dónde nos escondemos?
* Texto de Manuel Martínez Maldonado en 80 grados. Compartido bajo Licencia Creative Commons.