Publicado originalmente el 25 de abril de 2014
Hay días y días. No es lo mismo, por ejemplo, un Día de las Letras Canarias que un Día del Libro. Se ve en el entusiasmo que, en el caso de la segunda fecha, demuestran instituciones, autores, bibliotecarios, docentes,… y hasta lectores, por lo que puedo observar. Mientras que el primero va camino de convertirse en una celebración casi que clandestina, dada la nula imaginación y creatividad de los gestores de la cosa cultural canaria, que año tras año organizan el mismo plúmbeo acto institucional, y la generalizada indiferencia de la mayoría de los arriba nombrados, el segundo goza de un despliegue, más o menos generoso y dedicado. A su favor va la mayor tradición, la inercia de los medios de comunicación -que suelen entender más bien poco de esto, a la vista de las notas de prensa que miméticamente reproducen- y, desengañémonos, toda una maquinaria industrial que, aunque deteriorada, sigue priorizando la literatura, o los libros, escritos en los centros culturales que son Barcelona o Madrid, por ejemplo. Cuestión de centro y periferia, o sea, de desigualdad.
Demasiados elementos “conspiran” en nuestra contra: el escaso conocimiento general de la tradición literaria canaria, que se nutre de un sistema educativo alienante; el prestigio del que goza la endofobia rampante, que se ha convertido para algunos casi en una seña de modernidad; una débil industria editorial, noqueada ante la ausencia de subvenciones y la debilidad del mercado; unos gestores culturales, como dije arriba, con una cuasi proverbial falta de inspiración a la hora de realizar su labor, por ejemplo, difundir las letras canarias usando vías más efectivas que las usadas hasta ahora, etc. A nuestro favor, una tradición literaria riquísima, particular, pujante a pesar de todo, que mereciera una sociedad que le saliera al encuentro. Y no sólo en su Día, sino todos los días, cualquier día, sin mayores distingos ni ocultamientos.