Publicado originalmente el 16 de diciembre de 2008
Basta un breve vistazo a la prensa estatal para darse cuenta de que ser nacionalista es lo peor. Pocos apelativos hay más despreciables que el de nacionalista, ese inoportuno pedigüeño que escupe en la mano que le da de comer, esa plañidera victimista empeñada en sembrar cizaña y promover ambiciones injustas y disparatadas, en reescribir la historia a su antojo. A quién se le ocurre levantar fronteras en estos tiempos de globalización, pobres nacionalistas, tan retrógrados ellos. Tienen suerte de que España sea una democracia sólida y convencida, porque lo que en realidad deberíamos hacer con ellos es colgarlos de algún sitio.
Todo español de bien sabe que España es una nación, ni dos ni tres. Eso otro que algunos llaman “naciones” son inventos interesados, la única válida es la nación española, ahí está la historia (que nosotros escribimos) para demostrarlo. Afirmar que la nación propia es la única verdadera y negar las otras no es nacionalismo.
Los nacionalistas fomentan una mentalidad de víctima que traslada al exterior la fuente de todos los males, no asumen responsabilidad propia alguna. Quejarse de que nos quieran disgregar España, de que en Europa no entiendan nuestra cultura del toreo o nos vean como desorganizados, de que no se reconozca nuestra grandeza en la conquista de América o de que no nos den un lugar en el G20, eso no es victimismo.
Además, algunos nacionalismos pretenden que sus modalidades de español sean tan válidas como el habla castellana; otros pretenden imponernos a todos sus lenguas minoritarias e inservibles, que no son la nuestra. Se esfuerzan por que desaparezca la lengua española de sus comunidades para crear desigualdad. Defender el idioma español de esos ataques no es nacionalismo.
Es poca vergüenza.