Miguel Pérez Alvarado (Las Palmas de Gran Canaria, 1979) estudió Periodismo y Ciencias Políticas. Dice escribir desde Canarias, que no es lo mismo que en Canarias o para Canarias, según expresa. Ha firmado varios poemarios como Teoría de la luz (2001), Levantado templo (2011), Ala y sal (2018) y Abra (2018). También ha cultivado el ensayo, entre los que destacan Hilo de tres puntas. Conversaciones con Jorge Rodríguez Padrón (2009) o Tras la sístole. Viaje y escritura insular (2015) y comandó las ediciones de Variaciones sobre el asunto (2016) de Jorge Rodríguez Padrón o Fisonomía de Canarias (2018) de Juan Manuel Trujillo. Además ha desarrollado trabajos para distintas revistas y suplementos culturales. Para el salto la palabra es su nueva criatura que publica con Ediciones Tamaimos dentro de la Colección Nómadas. Se trata del conjunto completo de sus abordajes y despliegues, categorías con las que el propio autor designa su escritura fragmentaria y en la que se incluyen aforismos, poemas en prosa, anotaciones de viaje y reflexiones varias sobre temas tan dispares como Canarias, el mar, la poesía, la escritura, etc. Una deliciosa mestura que proporciona al lector un rato de sosiego y pensamiento en cada uno de los 332 fragmentos que incluye la obra. El tomo se presenta esta tarde a las 20:00 en el Club La Provincia de Las Palmas de Gran Canaria. Y tampoco la presentación será al uso, ya lo verán.
Para el salto la palabra es comienzo (título) y fin (abordaje número 332). Trata multitud de temáticas, unas en primera persona y otras en tercera. ¿Cómo podríamos definir estos abordajes / despliegues?
Al principio, cuando empecé a escribirlos, los abordajes eran sencillamente breves reflexiones sobre lo que para mí podía ser la naturaleza de la palabra poética. Eran como un breve apéndice teórico que me servía para aclararme a mí mismo cuál era el fundamento estético que sostenía los poemarios que por aquel entonces estaba escribiendo (Teoría de la luz y Levantado templo). Por eso también aparecen en las primeras páginas del libro muchos de los temas que también aparecen en aquellos poemarios: el cuerpo, la palabra, el viaje, la mirada…
Poco a poco, me di cuenta de dos cosas que estaban sucediendo en paralelo y que, sólo aparentemente, parecían contradecirse entre sí. Por un lado, iban apareciendo nuevos temas que no tenían que ver directamente con aquellos poemarios, sino que eran reacción a otras lecturas e inquietudes que acumulaba por entonces. Y por otro lado, aquellos temas iniciales no desaparecían, sino que se repetían insaciablemente, pero adoptando nuevas perspectivas. Los abordajes pasaban a ser reiteraciones acerca del cuerpo, el viaje, la escritura, la insularidad… pero reiteraciones que ya no tenían su razón de ser en justificar el proceso de composición de un poema, sino que tenían sentido por sí mismas. Creo que eso significa que los abordajes se transformaron para mí en otra forma de escribir poesía, o más bien, de estar en relación con la escritura poética. Por eso creo también que en ellos el pensamiento y la filosofía queden convocados sin dejar de estar revestidos de cierto hálito poético, porque en última instancia filosofía y poesía convergen cuando ambas se saben conscientes de que su tarea primera es poner sensible el lenguaje.
Son textos escritos desde 2002, según escribes en las notas finales. ¿Descartes u obra de vida?
Si se valoran como parte de la relación que mantiene toda mi escritura con la naturaleza poética de la palabra, creo que los abordajes no pueden ser consideraros en ningún caso como descartes. Es verdad que al principio los acumulaba sin saber para qué, pero cuando el número de abordajes comenzó a hacerse significativo, empecé a darles salida en diferentes periódicos y revistas, y en 2011 los integré en un texto que se llama precisamente Abordajes, y que formaba libro dialogando con un texto, Ritmo, escrito por Iker Martínez. Para el salto la palabra reúne aquellos 128 abordajes, y le añade los que fui escribiendo desde entonces hasta llegar a 332. Imagino que ese número no es final de nada, y que seguiré acumulando abordajes.
¿El del Para el salto la palabra es el Miguel Pérez Alvarado más auténtico, más íntimo, más espontáneo?
Se puede adoptar, ante la palabra, la posición de quien conoce algo previo y quiere comunicarlo. Hay otra disposición que consiste más bien en escribir para poder darle forma en ese preciso proceso a aquello que pide ser conocido. Todo lo que he escrito se ha visto afectado por esta segunda disposición ante el lenguaje, y esa misma consideración del lenguaje me impide creer que haya algo verdaderamente auténtico de mí que exista antes de mi poesía y que esté pendiente de ser capturado algún día en la forma de un libro. Escribir es, para mí, una forma de ser; no es un hobby, o una técnica de conocimiento, o un entretenimiento, y mucho menos un espejo para reflejar una autenticidad que existe con carácter previo al lenguaje. Uno de los abordajes, que creo que también vale para caracterizar el tipo de indagación que hago sobre Canarias, lo expresa de otra manera: Que la tarea que nos ocupe no consista en desocultar una verdad escondida, sino en liberar las energías que nos ensanchen hasta los límites de nuestra decibilidad.
Cuentas que fueron escritos en multitud de espacios y situaciones y en una gran diversidad de soportes, servilletas, cuartillas, etc. ¿Cómo reconstruyes todo eso y lo unes todo en una obra?
La disposición de los abordajes en Para el salto la palabra respeta, salvo alguna excepción significativa (como el texto que cierra el libro, que también cerraba la edición de los Abordajes de 2011), respeta la sucesión cronológica de su escritura. Ese es el único criterio formal externo que unifica todos los textos. El valor del libro está fundado sobre la idea de agregación sucesiva, aunque ello no impida reconocer entre ellos continuidades y reapariciones de temas o asuntos. Es curioso, porque algunos fragmentos, que fueron escritos como meros abordajes, se han integrado luego en otros libros formando parte de un hilo de sentido mayor. Especialmente en Tras la sístole, pero no sólo. También en otros ensayos. En realidad, el proceso no es unidireccional, sino más complejo. Por ejemplo, una preocupación sobre cómo pensar la resistencia en su relación con el cuerpo y la identidad propia, y que adoptó la forma inicial que presenta en el abordaje 305, se ha incorporado luego a un ensayo más amplio y que mantengo inédito sobre la poesía de Pedro Perdomo Acedo. Y a la inversa, una indagación que publiqué en la Revista Fogal sobre el papel que tiene el lugar en la poesía de Eugenio Padorno, me llevó mientras redactaba ese ensayo a escribir el abordaje 233, en el que el poeta es siempre aquel que deja que en su cuerpo suceda la experiencia de una sintaxis demorable.
Por cierto, que al darle la forma de libro a mis abordajes me he dado cuenta del escaso peso que tiene en nuestra tradición literaria canaria la escritura fragmentaria. Al menos hasta donde yo llego, y salvo que nos permitamos ciertas licencias (sugerentes y provocadoras, por otro lado) como considerar el Diccionario de Viera y Clavijo como un conjunto enciclopédico, pero a su modo mestizo, de fragmentos, la escritura fragmentaria canaria tiene su momento verdaderamente inaugural en los años 80 en la obra de Eugenio Padorno (Septenario es un libro absolutamente clave al respecto) y José Carlos Cataño (en textos como La escritura del tránsito, pero también en alguno de los apartados de varios de sus poemarios). Creo que lo más interesante en Padorno y en Cataño es que al abordar este tipo de escritura lo han hecho desligándose de cierto horizonte que en gran parte de la tradición hispánica presenta la escritura aforística vinculada, por un lado, con la sentencia moral (de la que no termina de despegarse, por ejemplo, Antonio Machado en su Juan de Mairena), y por otro, con el gag ingenioso. Mis abordajes, creo, quieren integrarse en esa estela abierta por Padorno y Cataño en Canarias, y se vinculan por ello con el horizonte de indagación poética y de pensamiento que tiene la escritura aforística en otras tradiciones literarias, aunque también en ciertos autores concretos de la literatura en español, como aquellas Notas de un simulador de Valente que en su día me dejaron impactado.
En el abordaje número 13 escribes: “Mi voluntad de perspectiva, la tradición que recojo, la tradición que inflexiono es escribir desde Canarias: no escribir en Canarias (mirada afirmativa), ni para Canarias (mirada servil). Lanzar los ojos al mundo desde la luz de una mirada oblicua, desde una periferia que se asombra y duda”. Es una auténtica declaración de intenciones…
Casi todos los abordajes admiten varias lecturas. Una posible interpretación del que citas puede tener que ver con la disposición ante el lenguaje que te comentaba antes. Cuando se empieza a escribir no se puede conocer con certeza aquello que va a emerger en el espacio de la escritura, se está siempre ante una nueva encrucijada desde donde lo heredado se pone de nuevo en juego. Y eso no afecta sólo a la escritura de un poema, sino también a la indagación, desde los presupuestos de una escritura de naturaleza poética, acerca de lo que la escritura canaria sea, y de los vínculos que uno mismo mantiene con su cultura o su identidad. La preposición desde permitiría visibilizar la importancia que en toda actitud intelectual crítica supone la aportación de una perspectiva personal y nueva a la hora de ponernos a escribir.
Hay también en ese abordaje una reinterpretación de una idea de Juan Manuel Trujillo, quien en un texto de 1929 pedía a la literatura canaria que no fuera sirvienta de la sociología o de la psicología, sino que se mantuviese en conexión con lo que debiera ser una auténtica mirada artística. Obviamente Trujillo no pedía con ello que se descartase una mirada sociológica o psicológica (o política, cabría añadir) acerca de la realidad canaria, sino que reclamaba que la palabra poética no quedara circunscrita o puesta al servicio de los objetivos que esas disciplinas tienen. Porque entonces acaba devaluándose, y, paradójicamente, perdiéndose el potencial que la poesía aporta a la sociedad, a los procesos de subjetivación y a la raíz política de nuestra presencia en el mundo. Las preposiciones en y para Canarias serían los indicativos del riesgo que la palabra poética sufre cuando se expone al primado, respectivamente, de una mirada que sólo sea mera descripción o una mirada que se lanza para garantizarse la adscripción partidista respecto de la realidad.
“Hay que contribuir a levantar un sentido blando de Canarias, no conceptual, no herido en la búsqueda de la definición y síntesis”. ¿Qué quieres contar en al abordaje 61?
Básicamente que mi preocupación sobre Canarias trata de evitar una indagación que vaya dirigida al cierre idealizado de lo que Canarias es, como si Canarias tuviera una esencia fuera del tiempo que podemos localizar, y a la que, una vez identificada, nos tuviéramos que adscribir como canarios o canarias. La indagación acerca de nuestra cultura no debería tener una finalidad metafísica, sino que debería ser el resultado de una permanente interpretación y reinterpretación crítica de nuestras coordenadas históricas. En ese sentido, ese abordaje que citas no se entiende sin la frase que le pone término: Un sentido blando es siempre una vivencia en la memoria.
Por cierto, que mientras escribía los abordajes, también en paralelo con otros libros como Tras la sístole, creció en mí el interés por tratar de desligar la indagación acerca de nuestra tradición literaria de su identificación con ciertos temas o con la mención de determinados contenidos, para sustituirla por algo que podría llamarse un modo de mirar oblicuo, en la estela de lo que Rodríguez Padrón denomina mirada insular. Por supuesto, en Para el salto la palabra aparecen multitud de temas que cualquiera podría identificar como “canarios”, y que a mí me interesan irremediablemente, pero siempre a condición de que aparezcan desbordando el punto de vista habitual y permitan así que tomemos contacto con esa parte de realidad que siempre queda por expresar. De la misma manera, ese tipo de mirada, que nosotros podemos rastrear en nuestra propia tradición en multitud de ejemplos, se vierte sobre cualquier tema, incluidos aquellos que en apariencia nada tendrían que ver con la temática supuestamente “canaria”.
Cuando Franz Rosenzweig publicó El nuevo pensamiento, un texto que complementaba su libro La estrella de la redención protegiéndolo de ciertas críticas reduccionistas, declaró que el suyo era un libro judío, pero no uno que trataba de cosas judías. De forma análoga, un libro canario no sería para mí aquel que meramente enuncia nuestra realidad física y cultural, sino el que, al hacerlo, entra en diálogo con elementos heredados fundamentalmente de la cultura occidental y al hacerlo desde nuestra coordenada histórica y cultural los acaba desplazando. Una actitud que quizás tome su origen en el mismo Cairasco de Figueroa y que, con sus modulaciones históricas, no ha dejado de aventar el pensamiento y la escritura canaria. En ese sentido, creo que la mirada que reivindico no sólo se plasma en los textos en los que menciono la calima o el paisaje insular, sino también en todos los abundantes abordajes que tratan el asunto del cuerpo o del viaje, por ejemplo.
¿Dónde te encuentras más cómodo, en el ensayo, en la preparación de ediciones o en la poesía?
La primera versión de la respuesta que me gustaría darte es que no escribo cómodo en ningún ámbito. Siempre que me he puesto a escribir ha sido porque experimentaba algún tipo de desajuste en el que debía entrar; y escribir no consiste en calmar ese desajuste sino que, creo, consiste en exponerlo trasvasando esa inquietud a lo que, por un instante, aparenta ser la palabra propia. Es en ese movimiento donde aparece siempre la posibilidad de reabrir el sentido de la cultura heredada.
Una segunda versión que puedo darte es que esas formas de concretar la relación con la escritura (ensayo, poema…) desde hace tiempo se me aparecen, como te decía antes, como parte de un proceso bastante indistinguible. Reunir los ensayos de Rodríguez Padrón en torno a la mirada insular o la selección de textos de Juan Manuel Trujillo que publicó el Cabildo en la colección Pensar Canarias ha sido para mí la oportunidad de seguir pensando, de otra manera, cuestiones que tienen que ver con mis propias inquietudes. Y es imposible que ese trabajo no afecte entonces a lo que uno mismo escribe.
En un texto para la Academia Canaria de la Lengua, José Miguel Perera te define como “uno de los poetas más sugerentes” de la creación literaria canaria. ¿Qué te parece esa definición, que se repite, en otros términos y con otros autores, en otros textos sobre tu obra?
Por un lado, me parece una frase elogiosa que recibo con lindo rubor, aunque por otro lado reconozco que no soy yo quien debe valorar su certeza. En todo caso, que alguien que piensa y escribe como José Miguel Perera reconozca en mis textos esa cualidad, ya es el principio de una intensa exigencia para seguir poniendo en común lo que uno escribe, porque la sugerencia (y no la certeza) siempre ha sido el principio de todo diálogo que se precie.
¿Cuáles son los próximos planes literarios de Miguel Pérez Alvarado? ¿Poesía, ensayo…?
En estos momentos, lo que me pide el cuerpo es leer, y esperar con calma, aunque a la vez con soterrada impaciencia, que tenga lugar el próximo desajuste.