Llego una vez más tarde a la cita con Edmundo. Suelo ser puntual pero son días de muchos compromisos y atenderlos tiene como efecto indeseado el hacer esperar a más gente de la que uno quisiera. Edmundo no, él no tiene compromisos. Se limita a quedar conmigo de vez en cuando y a observar todo desde la distancia, cual San Kevin en su ermita.
– La puntualidad es la mejor tarjeta de visita que puede tener una persona…
– Lo sé, Edmundo, disculpa pero no consigo llegar a tiempo a ningún lado.
– Es la política, que te trae loco…
– Para nada. Sabes que veo todo esto desde fuera, como tú, por cierto.
– Bueno, tú más en los alrededores… Son tiempos raros, todo se está moviendo pero creo que al final las cosas acabarán por asentarse y encontrar cierto acomodo.
– Anda el patio muy revuelto, sí. Encuentro al personal muy irascible.
Edmundo sorbe su té de jengibre -sus gustos se han vuelto más refinados- antes de responderme.
– Bueno, hay mucho postureo, como dice ahora la gente joven… Encontrarás gente predicando desde el altar de la ética con un historial de alianzas que ríete tú de la reunificación. También los hay que se ven a sí mismos como salvadores del pueblo cuando en realidad están más preocupados por su propia identidad y supervivencia políticas que por el dichoso pueblo. Les aterra la idea de que los puedan llamar “traidores” o similar, cuando en realidad hace mucho tiempo que se alejaron de la imagen que creen tener, habitualmente para convertirse en algo mejor. Además, tanto a la izquierda como a la derecha. ¿Cómo si no entender esas llamadas al “sentido de Estado” para tratar de forzar un pacto en Madrid escorado hacia la derecha? Es más una preocupación por la imagen propia o de tu grupito de admiradores que por la sociedad, el pueblo, Canarias,… ¡Sentido de Estado, dice! ¡Pero si nunca les ha importado nada más allá de la Punta de Anaga y, como mucho, su satélite palmero!
– Ños, Edmundo, tienes para todos…
– Digamos que estoy un poquito harto de tanta pureza. Son los políticos los que deben estar al servicio de la sociedad y no al revés…
– Bueno, también tienen derecho a marcar sus límites, lo que prefieren y lo que no. ¿O acaso vas a discutir eso?
– En absoluto. No seré yo quien ponga en tela de juicio las preferencias políticas. Yo mismo las tengo. Lo que me recondena es el postureo, como dije antes, el esconder dichas preferencias detrás de los grandes palabros cuando conviene: la izquierda, la justicia social, el sentido de Estado, el nacionalismo,… Echo en falta una actitud menos narcisista, que implicaría el asumir el papel propio como secundario, utilitario y, por tanto, al servicio real y no estético de causas mayores.
– Bueno, por esa regla de tres, Edmundo, vamos al partido único, nos convertimos en gestores, tecnócratas y listo…
Hace ademán de sacar unas monedas del bolsillo. Se le nota incómodo y con pocas ganas de hablar. Tampoco voy a retenerlo contra su voluntad. No es el día.
– Mira, Josemi, -dice mientras comienza a levantarse- entre el enésimo grupúsculo de gente encantada de haberse conocido pero sin capacidad de transformación real alguna y el PCUS, puede y debe haber fórmulas útiles, que vayan más allá de este narcisismo conformista en el que tantos parecen haberse instalado. Me sirve más el medio punto de subida del IGIC -de reojo mira la cuenta- que unas supuestas “razones de Estado” o quienes quieren condenar al nacionalismo de izquierda a la eterna marginalidad en el Parlamento, que es donde se deciden las cosas, porque vivirían toda la vida plácidamente en su zona de confort. Como ves, estoy al día en cuanto a las nuevas expresiones. Volveremos a hablar cuando pase todo esto…
Y en cinco minutos me despachó. La verdad es que nuestros encuentros en Madrid duraban más. Para que digan que los canarios somos aplatanados…